Pandemia por Covid-19 se ha convertido en un catalizador de los diversos problemas humanos que estaban en espera de soluciones.
Pero éstas no llegarán a menos que consigamos una renovación en la manera de ejercer el liderazgo1. ¿Qué atributos debe tener un líder para afrontar con éxito los desafíos que el Siglo XXI pone ante nosotros?
“Seamos realistas, pidamos lo imposible2”.
-Ivan Krastev
A lo largo de los meses que ha durado la pandemia por Covid-19 hemos escuchado infinidad de visiones esotéricas calificando este evento global como una especie de castigo que nos mandó, en algunos casos la naturaleza, en otros la divinidad, unos más la Pacha Mama, en represalia por nuestro comportamiento destructivo para con la biósfera planetaria.
Otra vertiente de interpretación, más que orígenes enigmáticos, trata de encontrar en la pandemia un mensaje oculto que los seres humanos debemos descifrar. Algunos más defienden delirantes teorías de la conspiración donde se afirma que el virus nos fue inoculado por un grupo de misteriosos potentados con la finalidad de hacerse con el control definitivo del mundo.
Sin embargo, no hay manera, más allá de la especulación y la creencia personal, de saber si existe algo de cierto en todas estas suposiciones, pero lo que sí sabemos de cierto es que SARS-CoV-2 es un virus como existen millones, que pasó de alguna variedad animal al ser humano, como también ha ocurrido en muchas ocasiones a lo largo de la historia, y que la pandemia era, desde hace años, una predicción inminente en la comunidad científica especializada. Estos factores convierten a la Covid-19 en lo que se conoce como un “cisne gris”, es decir, un acontecimiento altamente probable que, sin embargo, cuando se produce, genera una enorme sorpresa y perplejidad.
Sin embargo ahora, más allá de sus orígenes y antecedentes, el punto central consiste en definir cómo encarar los acontecimientos en sí, bajo qué parámetros, centrándose en qué objetivos.
La situación es tan inédita… bueno, en realidad lo que es inédito no es la situación sino la forma de entenderla, y esta es la primera gran confirmación de que habitamos un mundo nuevo o que, en todo caso, hemos desarrollado una mirada distinta que contemplar el mismo mundo. El punto es que, sea como sea, esto hace que la experiencia de vivir en el siglo XXI sea muy diferente a que se tenía en los siglos anteriores.
Entre 1918 y 1920 tuvimos una pandemia casi idéntica a la actual, a la que, a causa de una serie de desafortunados malentendidos, se le llamó erróneamente “gripe española”3 . Sin embargo, en aquella ocasión la humanidad carecía de las herramientas, carecía de esa mirada de la que hablaba en el párrafo anterior, que le permitieran identificar la pandemia como tal mientras ocurría. En contraste, lo que sucedió entonces fue que dicho acontecimiento sanitario fue atendido como una serie de epidemias independientes, lo que llevó a que en el transcurso de dos años se contagiara un tercio de la población mundial –que entonces era de 1500 millones de habitantes– y muriesen entre cincuenta y cien millones de personas –entre el 2.5 y 5 por ciento de la población mundial de entonces… entendiendo que hoy somos 7500 millones de personas, ¿te animas a hacer la cuenta de cuantos seres humanos significaría este porcentaje de mortalidad con el volumen de población actual?–.
Quizá eso es lo verdaderamente inédito: que, a diferencia de lo ocurrido en 1918, en el escenario actual hemos tenido la capacidad para entender la Covid-19 como un problema de salud universal y, con todo y posibles errores y omisiones, se tomaron medidas globales desde muy temprano y, en la mayoría de los países, se han ido ajustando según la crisis evoluciona. Este “pequeño” cambio es de una inmensa relevancia en sí mismo y muy probablemente sólo ese hecho –encarar la pandemia como tal: cerrar fronteras, confinar naciones enteras, imponer la distancia social y el uso de cubrebocas, etc.– ha salvado decenas de millones de vidas en todas las naciones y ha evitado el colapso total del sistema sanitario mundial.
El problema es que no basta con esa comprensión global, sino que ahora es indispensable actuar globalmente para atajar la expansión del virus y con ello recuperar nuestra libertad de reunión, interacción y movimiento. Para conseguir este objetivo se requiere de liderazgos de naturaleza distinta de aquellos que nos han conducido hasta aquí.
Sin necesidad de orígenes esotéricos ni de mensajes ocultos, la pandemia por Covid-19 está siendo un catalizador para comprender de una buena vez la nueva realidad en que ya estábamos inmersos, pero que, aferrados al mundo sólido y conocido del pasado, nos negábamos a aceptar.
Hace tiempo que dejaron de existir los Estados-nación independientes y autosuficientes, de fronteras e idiosincrasia sólidas y castizas. Nos guste o no, el universo humano ha dejado de ser un mosaico de naciones y culturas aisladas e independientes para convertirse en una compleja maraña de Estados interconectados e interdependientes en permanente interacción e influyéndose mutuamente.
Más allá de las condiciones específicas de cada región del mundo, los problemas más graves de la humanidad, aquellos que de no resolverlos podrían en riesgo nuestra viabilidad como especie, son los mismos para todos, aun cuando en cada caso se manifiesten de manera diferente y con intensidades variables: cambio climático, flujos de migración forzosa, narcotráfico, violencia, intolerancia, tráfico de personas, hegemonía de las grandes corporaciones que consiguen burlar las fronteras para imponer sus condiciones a nivel global, crisis de la democracia y resurgimiento de regímenes autoritarios y populistas, y un largo etcétera. Y desarrollar soluciones para todos ellos desde posturas unilaterales y aisladas es estéril. Solo desde construcciones institucionales conjuntas podremos aspirar a que paulatinamente dichos desafíos se encaminen a soluciones satisfactorias.
Pero nada de esto habrá de ocurrir sin que emerjan liderazgos con características, cosmovisiones y recursos nuevos. Un líder para la Era Covid y Post-Covid, sin despreciar las propiedades que poseen los liderazgos tradicionales como la honestidad, la visión clara de los problemas a resolver, confianza en sí mismo, una genuina vocación de servicio, pasión, búsqueda de la innovación, empatía y creatividad entre muchas otras, requiere además cuatro características que para los tiempos por venir lucen indispensables:
1.- Comprensión profunda del carácter global de la civilización humana.
2.- Capacidad de cambio, adaptación y rectificación.
3.- Entereza y ecuanimidad para lidiar con un mundo progresivamente incierto.
4.- Consciencia de Ejemplaridad.
En las próximas entregas exploraremos cada una de ellas, en relación al tipo desafíos a los que tendrá que enfrentarse un líder de cara al siglo XXI.
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1 Cabe aclarar que, aun cuando la palabra líder suele llevar antes el artículo “el”, no planteo de ningún modo el liderazgo como un tema exclusivamente masculino, por lo cual todas las veces la palabra sea utilizada en este texto se usa con la intención de que represente un concepto neutro en el que pueden encajar indistintamente mujeres y hombres.
2 Krastev, Ivan, ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo, Primera Edición, España, Debate-Penguin Random House, 2020, Pág. 25
3 Para conocer más sobre este fascinante episodio histórico recomiendo el extraordinario texto: Spinney, Laura, El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo, Primera Edición, Cuarta Impresión, España, Crítica-Planeta, 2020, Págs. 348
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