Además de los elevados precios que está implicando, la Era Covid puede dejar también muchas enseñanzas. Una de ellas: el poder que otorga una pausa. Tomarnos el tiempo necesario para gestionar interna y externamente nuestras decisiones es una herramienta de autogestión y poder personal invaluable.
En la entrega anterior abordamos la necesidad de construir una nueva relación con nostros mismos. Para ello se propuso la introspección como una de las herramientas posibles.
Además de la “introspección”, hay otros mecanismos a nuestro alcance que nos habilitan para tener una mayor consciencia de lo que nos ocurre –mientras nos ocurre– y, con ello, ejercer nuestra voluntad de una forma más eficaz, aún cuando los contextos y circunstancias, casi siempre fuera de nuestro control, no nos favorezcan.
Si nos lo permitimos, la Era Covid, además de hacernos pagar elevados precios en casi todos los ámbitos, puede también dejarnos muchas enseñanzas. Una de ellas es el poder que nos otorga el hecho de hacer una pausa en el momento oportuno.
La importancia de tomarnos el tiempo necesario para gestionar interna y externamente nuestras decisiones es una herramienta de autogestión y poder personal invaluable, que en nuestro tiempo está claramente infrautilizada.
Y cuando hablo de pausa no me refiero a los bloqueos o pasmos en que caemos cuando la realidad nos abruma ni mucho menos me refiero a procastinar, sino justamente lo opuesto: la capacidad para trascender esos bloqueos e impulsos al aplazamiento e inacción, para llevar a cabo –como acto de voluntad– una pausa deliberada que permita que la experiencia por la que atravesamos se decante y se asiente para comprenderla, y solo entonces actuar como producto de una decisión consciente y acorde con el momento y la situación.
Hacer una pausa tampoco significa rechazar la intuición, que nada tiene que ver con reacciones impulsivas o inercias propias del condicionamiento social, sino con actos que, sobreponiéndose al miedo, la duda, la comodidad o a la conveniencia aparente, responden a una intención profunda a la que solo podemos acceder desde el silencio introspectivo y el sosiego interior.
Una pausa personal de este tipo no está relacionada con un monto específico de tiempo. Por el contrario, se trata de una porción de existencia fuera de él y por eso su duración no está atada al reloj o al calendario, sino que es relativa al hecho, al momento y a la situación particular sobre la que debemos hacer una interpretación previa al acto más conveniente a realizar.
Es por ello que esta variedad de pausas puede implicar un instante, en medio de una junta de negocios o una tentativa de asalto, o varios meses, mientras encontramos la ubicación óptima o el socio más adecuado para lanzar un nuevo proyecto.
Se trata de tomarse el tiempo para actuar adecuadamente, y no para reaccionar. Entendiendo “adecuadamente” con lo que el momento o la situación requiera, teniendo como más deseable aquello que nos hace crecer, evolucionar o desarrollarnos, aun cuando no siempre sea lo más cómodo o lo más fácil.
Tomarse una pausa interior tiene que ver con la presencia consciente de nuestro “yo total” –cuerpo, mente, emocionalidad, sentimientos–, con la imagen de aquella o aquel en que nos queremos convertir, con la correcta evaluación de cada circunstancia en específico para darle el peso justo a cada cosa en su dimensión.
Pero nada de esto puede conseguirse cuando estamos inmersos en la inercia de una vida que cada vez se acelera más, en una experiencia cotidiana cada vez más y más llena de estímulos de todo tipo, con un flujo de información –mucha de ella irrelevante o falsa– imposible de gestionar, que nos abruma, nos satura y nos confunde.
Desacelerar cuando corresponde hacerlo es una forma de expansión, una manera de asumir el poder sobre la propia vida. Y para juzgar adecuadamente cuando acelerar y cuando frenar se requiere estar plenamente presente en la situación –presencia que podría definirse como la conexión consciente cuerpo-mente-emoción en el aquí y ahora– y tener interiorizado el ejercicio de la introspección.
Solemos responder precipitadamente ante las situaciones estresantes, pero este acto implica falta de poder y de control sobre uno mismo y falta de conexión con lo que está ocurriendo en el exterior. Y normalmente esta actitud, y los resultados de ella, terminan por ser contraproducentes. ¿Por qué apresurarse a tomar una decisión que muy probablemente será inadecuada? Si el estrés nos está impidiendo pensar con claridad, ¿qué nos hace creer que una decisión –y entre más importante peor– tomada en ese estado puede resultar apropiada? Reaccionar de este modo nada tiene que ver con el valor o la audacia, sino con la inercia, con las reacciones automáticas defensivas y con permitir que se exprese el estrés, el miedo y la duda.
Saber desacelerar es una manera de mostrar nuestro poder interior. Según las leyes de Newton, un objeto en movimiento solo se detendrá si una fuerza semejante y opuesta le es aplicada, de lo contrario por inercia continuará moviéndose para siempre. Es decir, sin una pausa consciente, lo que ocurrirá en nuestra vida será producto de la inercia y no de la voluntad. Pero no resulta fácil porque detenernos no solo es anticlimático para los estándares de nuestro tiempo, sino que además requiere esfuerzo, poder interior. Por eso las pausas de este tipo no son la opción natural.
Suena paradójico que una pausa requiera más esfuerzo que la acción continuada, pero así es: renunciar a la inercia es mucho más difícil que mantenerla. Bajar el ritmo, hacer una pausa, detenerse a reflexionar, interiorizar genuinamente son ejercicios que requieren no solo de entrenamiento sino de nuestro poder interior, pero que conforme más los llevamos a la práctica más los ejercitamos y, por lo tanto, más los fortalecemos. Somos más dueños de nosotros –y por lo tanto de los resultados que obtenemos en la vida– en tanto podemos ejercer mayor capacidad para controlar el ritmo y el sentido de nuestras decisiones y nuestras pausas.
Cuando decidimos o actuamos precipitadamente, lejos de aparecer, nuestra voluntad desaparece, nos hacemos pequeños y nuestra necesidad y nuestros deseos genuinos se difuminan. Por eso es importante no confundir la precipitación inercial con el uso apropiado de la intuición.
El ejercicio de la intuición es incompatible con la reactividad. Para que emerja la auténtica intuición necesitamos el silencio interno que nos permita escuchar lo que genuinamente dice nuestro yo más profundo, y dejarnos llevar por la presión externa está muy lejos de permitirnos contactar con nuestra auténtica intuición. Entendida ésta, la intuición, como ese conocimiento o esa respuesta interna que va más allá de lo racional y nos habilita para actuar de una manera acorde con quien somos en nuestro ser más profundo. De hecho, lo más común es decidir en contra de nuestra intuición: sabemos que no debemos hacerlo, sabemos en lo más hondo que no es la solución apropiada, pero, puesto que no podemos resistir la presión externa, optamos por tomar una decisión que aparentemente cumple con las expectativas de quienes nos rodean, pero que nos traiciona en la dimensión más profunda.
De la mano con la introspección, la pausa existencial es otra manera de relacionarnos con nosotros mismo, de conocernos, de gestionarnos. Controlar nuestro ritmo interno, hacer pausas, interiorizar antes de tomar decisiones importantes nos permite responder con la mente lúcida a las situaciones que encaramos, observando con claridad aquello que nos amenaza, evitando los altos precios de la reactividad, la procastinación o la parálisis.
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