Enfrenta tus monstruos

Cuando estamos solos,  el silencio nos obliga a enfrentarnos a nuestros propios pensamientos y a los miedos que alimentan a nuestros monstruos interiores. 

30 de junio, 2022

 Me encuentro en mi alcoba preparándome para salir a un compromiso. Escucho un ruido fuera de lo normal como un murmullo de una voz desconocida. Volteo a mi alrededor. No encuentro nada, aparentemente todo está en orden. 

Me paro frente al espejo observando mi traje negro muy elegante mientras doy unos ajustes para mi arreglo. Miro cada detalle de mi atuendo de pies a cabeza. Recorro mi persona de abajo hacia arriba. Al llegar a mi rostro mis ojos chocan con su reflejo; algo no está bien. La mirada en el espejo es penetrante impacta con un negro profundo en las pupilas. En conjunto una mirada intimidante y malévola hipnotiza mi atención. 

Mi piel comenzó a enchinarse. Presiento entonces un mal que emana del reflejo de esa imagen. Sabía que no era yo el que miraba del otro lado. De pronto una sonrisa tenebrosa se pintó en la cara de aquel ser que no me explicaba quién era. Entonces, al percibir mi miedo, comenzó a reír con más fuerza hasta llegar a la carcajada burlona e intimidante. Podía escuchar su voz atravesando el cristal y se metía en mi mente invadiendo con su tono mi cuerpo entero. El terror en mí crecía, pero al mismo tiempo lo enfrentaba. Entendí que no había opción más que  encararlo como pudiera, aunque sabía de antemano que era imposible vencerlo, pues tenía poderes que desconocía, en otras palabras, no era humano. 

Le grité que se callara y solo conseguía que se burlara más. Lo cuestioné con valor y voz firme, pero parecía no importarle. Podía sentir la seguridad que tenía él sobre mí. Intenté romper el espejo con un objeto, pero antes que eso sucediera desapareció la imagen: solo podía ver frente a mí  un pedazo de vidrio sin reflejo. 

Creí que lo había alejado, pero de pronto sentí cómo se helaba poco a poco  el cuarto donde me hallaba. Sentía cómo subía el frío por mis pies, ese que no se quita con una frazada, uno que te invade por dentro… el frío de la muerte que acompaña el silencio. 

A mis espaldas sentí una presencia,  volteé para ver qué era. Mi reflejo se había salido del espejo. Ahora estaba parado frente a mí: era mi propia imagen. Era yo, pero a la vez no lo aceptaba. Todo era muy confuso. Mi mente se desorbitaba al no entender que sucedía. Lo volví a enfrentar aunque mi otro yo tenía gran fuerza, la sentía sin haberlo tocado. Su figura era sólida con una mirada penetrante e intimidante y una sonrisa que te dice que estás a su merced.

 Intenté atacarlo pero desapareció. Quería cantar victoria cuando de repente su risa se escuchaba en cada rincón de la casa como si estuviera en todos lados al mismo tiempo. El frio era intenso. Le grité que me enfrentara pero solo conseguía hacerlo más grande como si se alimentara de mi miedo y rabia. Parecía que eso le daba fuerza. Intenté salir. Corrí hacia la puerta pero entre más avanzaba, el pasillo era más largo y no tenía fin.

 Lo volví a retar diciendo que peleara sin trucos. Apareció frente a mí y con gran fuerza empezó a aventarme como si fuera un muñeco de trapo. Pero una vez que sentí su poder, ya nada me importó: estaba decidido a todo. Contrarrestaba sus ataques, pero no lograba frenarlo. Me tiró al piso y allí empezó ahorcarme. Entendí que esa no era la manera de acabar con él, pues su fuerza me superaba. 

Tomé un crucifijo tejido con hilo confeccionado en un convento que portaba yo en el cuello. Se lo puse en su rostro. Cuál fue mi sorpresa que desapareció de mis manos, lo que ocasionó nuevamente una risa burlona y me dijo: “Solo funciona si tienes fe y la tuya no existe”. Volvió a reír. Esa situación me hizo dudar de mis creencias. De pronto entendí que esa era la razón de su existencia. Mi escepticismo, el miedo que emanaba de mi ser lo alimentaba y le daba más fuerza; sin embargo, me faltaba entender por qué su imagen era idéntica a la mía.

De pronto acepté la derrota, solo que esta vez no tuve miedo. Le dije: “Aquí estoy no puedo contigo, solo puedo aceptar mi destino, no lo forzaré, pero tampoco tendré miedo, pues al final todos moriremos, y si ya cumplí, estoy preparado”. Sonreí y suavicé mi mirada. Vi cómo perdió el aplomo con mis palabras. Con voz firme le dije en forma de reclamo y sin titubear que ya no quería pelear, que estaba cansado de pelear. Un silencio sepulcral invadió el cuarto. Poco a poco se fue desvaneciendo el frio. La calma llegó y mi alma se serenó.

 ¿De dónde venía aquella presencia? No sé. ¿A dónde se fue? Tampoco. Pero lo más extraño es que fuera mi imagen. ¿Sería que mis monstruos y fantasmas me rondaban? Tal vez ya era tiempo de enfrentarlos y aceptarlos para poder domarlos. 

A veces pienso que ese ente salió de mi interior y allí regresó, pero ahora está bajo mi control. Ya no soy esclavo de su ira ni me aconseja el miedo que me infundía. Vive dentro de mí: soy consciente de que en cada uno de nosotros debe haber un balance de lo bueno y lo malo. Ninguno se interpone al otro simplemente se complementan. 

“ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”.

 

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