La convivencia humana es un juego en constante equilibrio. Damos, esperamos y recibimos, y de esta forma se construyen las relaciones humanas, muchas de ellas que, a la larga, llegan a ser muy entrañables. La mejor forma de ir por la vida es con la disposición de compartir el camino con quienes andan a nuestro mismo paso. Lógico, el hecho de dar a otros lleva implícita –al fin humanos– la esperanza de recibir algo equivalente en correspondencia. Y de este juego de expectativas llegan a surgir sensaciones de inconformidad que terminan, muchas de las veces, en grandes rupturas.
Ir ligeros por el camino, sin generar apegos que después nos lleven a sufrir. Dar por el gusto de hacerlo, sin aplicar las matemáticas a la hora de entablar una relación. Recibir lo que otros nos entregan, desde la idea de que ofrecen lo mejor que tienen. Querer ajustar la conducta de otros a nuestras expectativas personales, conduce al caos.
La reciprocidad es casi una utopía que muy pocas veces se consigue en una relación afectiva. Si se logra, será con tiempo y voluntad de las partes, de dar lo mejor uno para el otro en ambos sentidos. Hoy en día un elemento que interfiere mucho en este proceso es la comunicación por vía digital. Yo envío un mensaje electrónico y en el fondo deseo que me respondan en el corto plazo. Paso por alto las necesidades del receptor quien, tal vez, no vea mi mensaje tan pronto como yo quisiera, o no tiene la calma para sentarse a contestar. Solemos partir desde nuestra situación personal para suponer que, igual como yo tuve tiempo para sentarme a escribir, la otra persona debe de tenerlo para contestarme. Por desgracia este tipo de comunicación ha generado conflictos inéditos que antes no experimentábamos.
Las emociones son parte de nosotros mismos. No hay manera de sacudírnoslas como polvo. El esperar que otro corresponda a lo que creemos estar dando, genera frustración, tristeza y tal vez enojo. No hay manera de eliminar estos estados de ánimo como por magia antes de seguir adelante. Se trata más bien de procesarlos, de entender por qué me afecta lo que sucede y, sobre todo, preguntarme si estoy dispuesto a dar por el simple hecho de hacerlo, sin esperar algo a cambio. Todos necesitamos generar lazos emocionales que nos provean de bienestar y estabilidad, de manera que la clave para lograrlo es procurar personas que nos nutran las emociones, así como nosotros hacemos en sentido inverso. Aprender a recibir lo que el otro nos da, aun cuando sea distinto de lo que hubiéramos esperado, considerando que, justo eso y nada más, es lo que el otro está en capacidad de compartir.
El camino de la vida es más seguro si lo andamos en compañía. Tal vez no vayamos a la velocidad que lo haríamos por cuenta propia, pero de seguro que este paso provee mayor estabilidad y diversión. Ir con personas que ven las cosas de manera distinta, nos amplía el panorama. Basta recordar que ninguno de nosotros es perfecto ni idéntico a nadie más, y que la clave de la convivencia es el respeto a la forma de ser de cada uno, con la mejor actitud.
El camino de la vida nos presenta hoy una nueva etapa por recorrer. Hagámoslo entonces con la mejor actitud, con suficiente generosidad y sabiduría, en el entendido de que dar de lo que tenemos no implica, de manera obligada, recibir lo que anhelamos.
¡Feliz nuevo año! ¡A vivirlo con plenitud! ¡A abrir nuevos caminos con nuestros pasos!
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