CARTAS A TORA 214

Querida Tora: No sabes el rebumbio que se armó en la vecindad el día en que el portero anunció que iba a poner un tesorero. Y tenían razón los vecinos: ¿para qué pagar a una persona para...

26 de febrero, 2021 CARTAS A TORA 304

Querida Tora:

No sabes el rebumbio que se armó en la vecindad el día en que el portero anunció que iba a poner un tesorero. Y tenían razón los vecinos: ¿para qué pagar a una persona para que “cuide” el dinero, si todos sabemos que el único que lo maneja es el portero? Pero a pesar de todas las protestas, lo impuso. Pero yo te voy a decir por qué lo hizo.

Cuando ese señor llegó a la vecindad, se encerró con el portero. Yo me tendí en la ventana para escuchar, pero estaba cerrada, y no podía oír bien. Sin embargo, el señor ese lo amenazó, no sé por qué, y le exigió que le diera un  trabajo en la vecindad. El portero tuvo que aceptar, aunque a fuerzas.

El día siguiente empezaron a correr rumores que afirmaban que al “tesorero” lo habían corrido de otra vecindad porque había abusado de una muchacha. Eso no tiene nada que ver con el dinero, pero habla mal de él, ¿no te parece? Enseguida todas las viejas se juntaron a hablar del asunto, y para mediodía se había juntado un ejército de señoras indignadas, que fue a exigir al portero que lo echara, porque sus hijas (y ellas mismas) corrían peligro. El “tesorero” estaba allí, juntito al portero, con cara de “Yo no fui, fue Teté, pégale, pégale, porque ella fue”. El portero dijo que el señor se quedaba. Nuevas protestas, gritos, y hasta un jitomate que se fue a estrellar junto a la cabeza del acusado. Lo mismo. Pero las señoras no cejaban, y llovían las acusaciones. Algunas hasta las inventaron, pero lo del abuso era cierto, porque en el montón había una que había vivido en la vecindad donde estuvo el “tesorero” y dijo a voz en cuello que había intentado abusar de ella y  que si se salvó, fue porque le dio un patadón en salva sea la parte que lo tuvo tendido ocho días. Y el portero, diciendo que se quedaba. Empezaron a llover jitomates, calabazas y verduras podridas (los guaruras se apresuraron a recogerlas, para hacerse un caldo), y la del 37 se lanzó al ruedo a hablar como solo ella sabe hablar, con majaderías que nadie conoce. Entonces el portero se enojó y les gritó:

-¡Ya chole, viejas argüenderas! No me vengan con estas tonterías, porque una cosa es la vida pública de un hombre, y otra la privada. Lo que el señor haga por las noches es cosa suya y de nadie más, que para eso es hombre y lo tiene todo muy bien puesto.

Hubo un momento de estupefacción, pero luego arreció el griterío. Entonces el portero sacó su pistola y echó dos tiros al aire (eran chinampinas, como siempre, pero igual truenan); luego les dijo:

-Se me encierran ahorita mismo en sus viviendas, y no asomen ni las narices, porque me las “quebro”.

Y los guaruras apuntaron al “rebaño”, como las llamó el flamante “tesorero”.

No tuvieron más remedio que obedecer.

Al día siguiente, entre recelos y sospechas, las viejas se volvieron a reunir (a puerta cerrada, por supuesto). Y cuando empezaban a alebrestarse, uno de los maridos (el del 37, quién lo iba a pensar) les dijo que no hicieran olas, que el “tesorero” lo único que hacía era obedecer sus impulsos naturales; que las “interfectas” que se quejaban, en el fondo lo habían pasado muy bien, y que protestaban porque no tenían nada que hacer; que el portero sabía lo que hacía y que si ponía un tesorero era porque la vecindad lo necesitaba; que se dejaran de jugar a agitadoras y se fueran  a echar las tortillas, que ya era hora de desayunar.

¿Y qué crees? Las convenció. Al rato, ya todas aceptaban que el pobre hombre solo obedecía a la Naturaleza (así, con mayúscula), y que no tenía la culpa de nada. Y hasta empezaron a sonreírle de vez en cuando.

  En eso, regresaron los del 41, que se habían  ido de vacaciones. Y luego luego se dieron  cuenta de lo que había pasado, sobre todo porque la del 8 les dijo que tenía miedo (no sé de qué, porque tiene ya como 70 años mal llevados). Y, muy serviciales, dijeron que ellos les iban a  resolver el problema. Eso me dejó muy picado, porque no veía yo la forma de que el portero se echara para atrás en su decisión (yo creo que el “tesorero” le sabe algo, porque de otra forma no se explica), y no me apartaba yo de su vivienda.

El caso es que a los pocos días llegó a visitarlos un señor, e invitaron a varias viejas a tomarse un café con él. Y esa misma tarde empezó otro rumor: que el “tesorero” había tenido relaciones con ese señor. Pero no relaciones culturales ni comerciales, sino que había servido de recipiente pasivo a las actividades activas (y muy activas) de ese señor. ¡Eso sí que levantó ámpula! Porque, como dijo el del 37, si el “tesorero” se hubiera tirado al señor… pues una equivocación la tiene cualquiera, y cuando no hay chelas, hay que tomar refresco: pero haber servido de refresco era algo que no se podía perdonar. Y esta vez fueron los señores a exigir el cese del “tesorero”. Que no les costó mucho trabajo, porque lo encontraron  haciendo su itacate, diciendo que no podía vivir en un lugar donde le levantaban ese tipo de calumnias a un honrado trabajador. Y se fue, sin despedirse siquiera del portero.

Todos los vecinos fueron a verlo salir con la cola entre las patas, olvidada la soberbia y la arrogancia; lo único que hizo fue un gesto muy expresivo a los del 41 y a su amigo, que estaban en primera fila.

El portero también  quedó muy contento de que se hubiera ido, y hasta invitó a sus guaruras unas tortas del King’s, mientras él se echaba unos chilaquiles bostonianos que les rugía el cuajo.

Los grandes problemas se resuelven, a veces, por los caminos más extraños.

Te quiere,

Cocatú

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