¡Renuncia ya!

Hace varios días que me siento raro. Para ser exacto, desde el martes 20 de septiembre...

10 de octubre, 2016

Hace varios días que me siento raro. Para ser exacto, desde el martes 20 de septiembre, fecha en la que Eduardo Ruiz Healy entrevistó en su programa a Rafael Pi Orozco (nombre que tomé quién sabe de dónde y que utilizo como seudónimo para firmar mis artículos) quien, sin yo saberlo, me suplantó cual avatar sin control (se recomienda leer “Eduardo, ¡Ese no era yo!”, publicado el 26 de septiembre en ruizhealytimes.com).

Desde ese día me siento así. No mal, pero si raro. A grado tal que a veces siento que en realidad no soy yo, sino que soy aquél. En ocasiones me ha parecido verlo parado en la acera frente a mi casa, como si estuviera esperando el momento ideal para apropiarse de ella. En otras, me da la impresión de que ya entró, no sólo a mi domicilio sino también a mi cuerpo, y por unos instantes domina todos mis movimientos.  

Sé que no me estoy volviendo loco. Lo que sucede (cuando menos es mi justificación) es que todo es producto de mi soledad. Inconscientemente busco compañía, aunque sea la de mi seudónimo. Inclusive, he llegado a tenerle envidia. Cuando no está dentro de mí lo he visto pasar acompañado de una mujer, siempre la misma y eso me lleva a pensar que es su esposa; tal es el motivo de mi envidia: él tiene una familia y yo la perdí. El es feliz y yo estoy en soledad. Su felicidad la constaté en días pasados cuando asistí al concierto “Al pie de un árbol, Celebrando el Canto Cardenche”, el cual se llevó a cabo el primer sábado de octubre, a las siete de la noche en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iriz”, a escasas cuatro o cinco cuadras del Zócalo, en donde una hora más tarde habría de presentarse Roger Waters, fundador del grupo Pink Floyd.

La idea de enfrentarme a la multitud que asistiría al concierto del roquero y en lo difícil que sería salir del centro de la ciudad -porque seguramente cerrarían varias estaciones del metro para evitar aglomeraciones-, me provocaban cierta indecisión, aunque finalmente hice caso omiso porque mi deseo de escuchar en vivo a los tres legendarios “cardencheros” de Sapioriz, Durango, fue más fuerte y a las seis de la tarde ya me encontraba en la estación Portales del gusano anaranjado, con tiempo suficiente para llegar antes de las siete al teatro. No tuve ningún contratiempo y faltando veinte minutos para la hora indicada me acomodaba en la butaca 14 de la fila “G” en la zona de lunetas.

Ansioso de que diera inicio el concierto, busqué la forma de distraerme. Antes de poner en modo de silencio el celular, le di una rápida revisada a las redes sociales que por accidente manejo, porque aunque no soy muy solicitado siempre es mejor no quedarse dos horas con el pendiente de si pasó algo importante o si a alguno de los dos amigos que aún conservo se le ocurrió hacerme un comentario sabatino. Cumplida esa tarea en menos de cuatro minutos, sin molestarme en mirar de donde provenían, las voces de la gente que poco a poco ocupaba sus asientos también sirvieron de pasatiempo. Revisé el folleto promocional del concierto. En el leí que “Surgido en la región de La Laguna, el canto cardenche tiene la particularidad de que se interpreta sin acompañamiento instrumental, realizándose exclusivamente con la voz. Se ejecuta a tres voces, logrando algo único en su género dentro de la música popular”.

Que “Guadalupe Salazar Vázquez, Fidel Elizalde García y Antonio Valles integran el legendario grupo Cardencheros de Sapioriz (Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Artes y Tradiciones Populares 2008). Desde que se conocen, los tres amigos, originarios de un pequeño pueblo de La Comarca Lagunera, cantan la música que les heredaron sus padres, sus abuelos y su gente. Actualmente son los únicos exponentes del género que quedan en el mundo”. 

Además de los tres personajes legendarios, cantaría por primera ocasión el Coro Acardenchado, dirigido por Juan Pablo Villa, promotor y organizador del concierto, quien también abriría la fiesta musical acompañado por Higinio Chavarría –destacado alumno de los tres tercos cardencheros- y …¡no puede ser cierto! -me dije sorprendido- por ¡Rafael Pi Chavelas! ¡No puede ser! ¡no puede ser! –me repetía incrédulo-. Ahora resulta que mi otro yo ¡tiene un hijo!

Anonadado por la impresión, reaccioné al escuchar el timbre previo al anuncio de la segunda llamada segunda. Entre las voces del público, que para entonces casi llenaba el recinto, una de ellas se me hizo tan familiar que no resistí la tentación y dirigí la vista hacia quien emitía ese sonido y descubrí a la persona que se nombra con mi seudónimo para andar por la vida y no para firmar artículos como yo lo utilizo. Él, Rafael Pi Orozco, se veía feliz rodeado de su familia. No se, tal vez su esposa, su hija, sus hermanos o cuñados, su mamá o su suegra. No sé, pero eran unas diez personas que por la forma de mirarse (aún no apagaban la luz y lo pude observar) y la notoria alegría de sentirse cercanos era evidente su familiar parentesco. A pesar de la envidia íntimamente me hice partícipe de su felicidad, hasta que anunciaron la tercera llamada tercera, y empezó la magia cardenche.

A grandes rasgos, el programa, espléndido en su conjunto, en orden de aparición estuvo conformado por el trío que estaba anunciado para abrir el concierto. No fue difícil identificar al hijo de mi avatar, a mi seudónimo junior, era el que llevaba la voz cantante, porque en este género musical uno de los tres, el de la voz media, inicia la canción para que de inmediato juntas se integren la voz aguda y la grave. Terminaron y enseguida apareció el Coro Acardenchado dirigido por Juan Pablo Villa para interpretar la poesía de las canciones originales. Después, este grupo le cedió el escenario a los meros cardencheros, quienes emocionados y sencillos como las bellas letras de sus canciones hicieron su aparición. Entre cada una hacían mención de la necesidad de preservar las tradiciones, como símbolos de unión; de que a pesar de lo complicado del momento que vive nuestro país, los mexicanos juntos podemos salir adelante, con esfuerzo y trabajo, que ningún fuereño nos venga a decir lo que debemos hacer. Esta frase se me quedó grabada en la mente. Al final, con todos los participantes en el escenario, Juan Pablo Villa aumentó mi sorpresa: “… Quiero hacer un reconocimiento público –dijo- a la persona por la que estamos todos hoy aquí, porque fue quien me enseñó el canto cardenche hace 17 años: esa persona es Rafael Pi”. Estoy seguro que en el teatro no había persona más feliz que mi seudónimo y, por extensión, me sumé a esa felicidad por la parte que me corresponde, aunque sea cada ocho días que aparece mi artículo firmado como Rafael Pi Orozco. Con esa sensación de felicidad ajena me fui a mi casa.

Al otro día casi todos los periódicos tenían como nota principal a Roger Waters, pero no por su concierto, sino porque mediante el micrófono y anuncios luminosos y ante 200 mil asistentes exigió la renuncia de Enrique Peña Nieto. Cuando la leí, me acordé de los cardencheros: “… que ningún fuereño nos venga a decir lo que debemos hacer”.

Me dio coraje. No por Peña Nieto, sino porque se metió en asuntos que sólo nos competen a los mexicanos. La intromisión del cantante británico fue oportunista y, sin que me conste, hasta pudo haber sido por un jugoso beneficio económico. Recordé los conciertos de los Rolling Stones apenas en marzo de este año, en los que la única crítica de Mike Jagger, plena de sarcasmo pero también de respeto al público y al suelo que estaba pisando, fue cuando comentó –en plena contingencia ambiental debido a los altos índices de contaminación- que le parecía “…fenomenal respirar el gran aire de la Ciudad de México”.

Cómo me gustaría que Roger Waters, en lugar de inmiscuirse en lo que no le importa, se parara en Picadilly Circus o en Trafalgar Square, para hacerse eco de los millones de sus paisanos ingleses que están cansados de mantener a la familia real y en pleno concierto, y allá sí con pleno derecho, los conminara a gritar: ¡ISABEL, RENUNCIA YA!

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