Cuando nos planteamos Antonio y yo escribir mis experiencias e historias de vida, y aprovechar mis dotes de parlanchín y las suyas como hábil redactor, nuestros objetivos no iban más allá de ejercitar mi memoria y reunirnos periódicamente para fortalecer nuestra naciente amistad. Sin embargo después de las primeras tres semanas y toda vez que los textos (según él y yo) no eran tan malos, decidí buscar un espacio para su publicación, que encontré en la página ruizhealytimes.com. Lograrlo no fue sencillo. Tuvimos que pasar varios filtros de los cuales el más importante es el del equipo editorial que en esa tarea apoya al también titular del programa televisivo ¡Fuego cruzado!, y previa lectura de uno de nuestros textos aprobó su publicación en el segmento Cultura para Todos.
Por esa ubicación que le otorgaron a la muestra recibida, he procurado que mis relatos se enmarquen en la narrativa de sucesos y experiencias casi meramente personales, con sus pequeñas dosis de imaginación y de ficción a manera de condimento, esenciales en este tipo de escritos, con la premisa de que Nada es mentira, pero no todo es verdad. Sin embargo, es muy difícil lograr que alguien se interese en la lectura de temas tan simples que sólo son importantes para mí, principalmente porque no son coyunturales. No obstante, lo sigo intentando.
Sin embargo, quiero decirles que soy una persona que procura estar informada. Por ello, en mi narrativa habrá momentos en que no me pueda substraer y le impregne, no se si brusca o sutilmente, cierto aroma político y menos en éste tan anticipado forcejeo electoral previo al 2018, año en el que se elegirá al próximo presidente de México, elección que puede ser influenciada por el más mínimo error cometido o éxito alcanzado por los contendientes como miembros de un gobierno si fuere el caso.
Por lo tanto este relato tiene como columna vertebral la experiencia de diez años como taxista, experiencia que día a día comparten los trabajadores del volante y la mayoría de los automovilistas particulares víctimas de las ocurrencias impuestas por las autoridades en turno de la capital de la República en materia vial y de servicio público de transporte, lo que me hace sentir ya no un orgulloso DeeFeño sino un renegado CeDeeMeequiseño, sin gentilicio oficial, de ahí que a continuación destaque algunas de las causas por las que decidí ya no ser ruletero.
Cuando en febrero de 2007 obtuve la concesión de un juego de placas mediante la amañada figura de cesión de derechos (que no es otra cosa que la compra de las mismas en el mercado negro prohijado por las propias autoridades), lo primero que hice fue pintar el auto recién adquirido con los colores propios para su funcionamiento. No obstante, aproximadamente dos o tres meses después, el jefe de gobierno de ese entonces, quien actualmente reside en Francia y sus iniciales son MEC, decidió (con absurdos argumentos que no vienen al caso pero que se pueden resumir en un autoritario: ahora el jefe de gobierno soy yo y las cosas se hacen como se me ocurran a mí y no como se le ocurrieron al anterior), que todos los autos de este servicio debían adoptar una nueva cromática por lo que, sin más remedio, hice un segundo gasto en pintura para no ser sancionado. Así nacieron los famosos Iron Man.
En el periodo de gobierno de este señor de apellido francés (en tanto, se construía la línea 12 del Metro, que su egolatría denominó pomposamente Línea Dorada, y que por poco más de un año del sexenio de su sucesor fue Línea Atorada), con la idea de agilitar el tránsito vehicular las vías primarias se adelgazaron, es decir, se dispusieron carriles para la exclusiva circulación de trolebuses y microbuses y ¡cuidado! porque cualquier otro automovilista que los invadiera sería sancionado severamente. Se nos prohibió, con el riesgo que eso implicaba para los usuarios de nuestro servicio, acercarnos a la banqueta, ya fuera para subir o bajar pasaje.
Y que se le ocurre un nuevo medio de transporte: el Metrobus. Anunciado en sus inicios como ecológico, cómodo, rápido, seguro y funcional, ninguna de esas predicciones se cumplieron. Todos somos testigos de la estela de humo que deja a su paso; en las vías en las que se ha impuesto no hay otro medio colectivo de transporte, por lo que los pasajeros viajan cómodamente cual sardinas; cuando hay marchas en la ciudad (normalmente todos los días) el tránsito de estos vehículos es de los más afectados; no tengo los registros pero de acuerdo a las noticias publicadas en los periódicos, el Metrobus se da un quien vive con los microbuses en cuanto a número de accidentes; y, ¿funcional?, lo será en algunos tramos de las avenidas antes anchas, pero que se convierten en embudos para los automovilistas que circulan en paralelo ya que se encuentran con que gracias al Metrobus, de poder ocupar tres o cuatro carriles de repente deben acomodarse en dos y a veces en uno, lo que incrementa el tiempo de traslado y, obviamente, la contaminación.
Pero con el nuevo gobierno en la ciudad llegó el cambio y con éste la ratificación de todos estos vicios, incluidos el de las grúas de tránsito, una de las plagas que más irrita a la población por su arbitrariedad, de la cual he sido víctima como les narré en La grúa que me rompió el corazón (ver “Día 5: Tres de policías tres”), cuyos operadores para justificar el arrastre de mi vehículo y, según consta en la boleta de infracción, convirtieron en Avenida la calle Playa Cuyutlán que no tiene más de doscientos metros de longitud.
Por supuesto que el actual titular del Ejecutivo de la ciudad no se ha limitado a consolidar lo hecho por el anterior. Ni lo permita el Supremo. El jefe de gobierno claro que trajo nuevas ideas, más progresistas para los ciudadanos y, cómo podía faltar, se le ocurrió el cambio de cromática para los taxis (el tercero para mi cuenta), con el argumento de que serviría para erradicar a los taxistas piratas. Vil mentira, hay miles de ellos recién pintados. Ignoro si los colores por los que se inclinó para uniformar no sólo los taxis sino todo aquello que se refiera a su gobierno tenga algún otro significado, pero sí me deja serias dudas porque percibo cierta ambigüedad de preferencias por parte de este señor. El rosa y el blanco, sus colores favoritos según se ha visto, son los tradicionales de una conocida tienda departamental de la cual, para ubicarla sin mencionar el nombre, cito su lema publicitario que versa: Es parte de tu vida; mientras que como jefe de gobierno ha dado diferentes versiones sobre diversos temas, es decir no habla con la verdad, lo que en términos llanos significa decir mentiras, principalmente en cuanto al grave problema de la contaminación ambiental por señalar un caso, lo que me hace pensar que el señor es totalmente falacio (si se me permite el término). Por fin, ¿de éste o del otro?, por no decir ¿de Liverpool o del Palacio?
Para hablar del Reglamento de Tránsito y de las fotomultas tendría que ocupar un espacio más amplio y tal vez lo haga en otra ocasión, sólo me resta decirles la razón principal por la que me deshice del taxi. El auto que ocupaba para tal fin, modelo 2007, en perfectas condiciones, el año próximo debería dejar el servicio por antigüedad previa firma de compromiso de mi parte al presentar la revista obligatoria para cambiarlo por otro con la condición (aunque no oficial, pero la contaminación es el pretexto ideal), de que el auto que se adquiera deberá ser eléctrico o híbrido. Con ésto creo que el gobierno quiere que desaparezca el taxista para dar paso a los consorcios del transporte individual de pasajeros, con grandes inversionistas como el actual presidente del PRI, un tal Enrique Ochoa Reza, que pueda comprar 50 o más automotores de un jalón para dedicarlos a este servicio.
Me podría extender pero ya no hay espacio, sin embargo deseo decirles que cuando me preguntan por quién voy, sin vacilar les contesto: por Mancera, ni para conectar con Monterrey cuando voy a la colonia Roma.
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