Ya son tres décadas, desde mitad de la de los años 90, en los que México ha quedado entrampado en una discusión pública ya hoy reducida al ridículo, pero presente y ubicua en torno a dos personajes: Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Felipe Calderón, desde que ambos eran dirigentes partidistas (PRD y PAN, respectivamente) durante aquellos debates sobre el necesario rescate bancario, pero en el que el abuso y la opacidad hemos seguido y seguiremos pagando todos los mexicanos, nacidos y por nacer.
Desde aquel tiempo y en una entrevista del programa de radio del periodista Gutiérrez Vivó, debimos caer en la cuenta del peligro que representaba Calderón para el país, cuando aseguró “nosotros no vamos a aprobar el FOBAPROA (en los términos del oficialismo), Andrés Manuel”, justo haciendo, a los pocos días, él y Acción Nacional todo lo contrario.
Desde ahí hasta el 2018, donde debió quedar ya claro quién ganó esa costosa partida, acentuándose en la develación de él y todo el gabinete de seguridad del calderonato eran parte del narcotráfico que decían combatir, de una forma tan perversa y torpe que esa escalada de horror y violencia no parece, aún hoy y a saber por cuánto tiempo más, tener tregua.
Pero resulta que no, que el nombre de Felipe Calderón (y ojo, que lo tiene más que merecido) es aún tema en nuestro debate nacional cotidiano, junto con su némesis, AMLO. Habría que recordar que ambos son ya expresidentes, y que quizás el gran ganador de esta estéril dicotomía sea el también expresidente Carlos Salinas de Gortari, quien dejó de ser ‘el villano favorito’, puesto en ese sitio por Ernesto Zedillo principalmente, luego de recibir a un país quebrado, ya que su mal nombre quedó prácticamente redimido ante el imaginario popular ante sus casi nulas referencias en las conferencias mañaneras de AMLO, llevándose ese sitio de honor Calderón (de lejos) y Vicente Fox.
Ojalá cambiemos todos ya de sonsonete yque la discusión se centrara en la actual presidenta, que todavía luce débil y que pareciera que su corriente política (el claudismo) son ella y Omar García Harfuch, y en la oposición, que tristemente no existe y cada día se hunde más y en acciones y propuestas de gobierno. Recordemos algo, la caída en desgracia de Calderón y secuaces no ha sido mérito sólo del gobierno mexicano –éste se ha ceñido al añejo pacto de impunidad presidencial–sino que ha sido, principalmente, el gobierno de los Estados Unidos el que dio a conocer la verdad y el que actuó jurídicamente contra ese siniestro personaje, virtual vicepresidente del calderonato de apellidos García Luna.
O sea que, desde las discusiones por el FOBAPROA/IPAB hasta la andanada presidencial durante el pasado sexenio más lo que va de este, pasando por el predio El Encino y el Paraje San Juan, más la campaña obscena de “UN PELIGRO PARA MÉXICO” en el 2006, el estrechísimo margen de 0.56 % de las elecciones de 2006 más otros hechos más, es momento de que el país de despabile para dejar atrás esa dicotomía maldita y estéril, que sea la implacable Historia la que juzgue y que elevamos anclas y apuntemos las velas hacia el horizonte qué cómo país tenemos.
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