El eufemismo de “hacer negocios” es la muletilla más común dentro del servicio público, no sólo en México, sino en quizás la mayoría de los países del mundo. Ante esa tremenda inercia corruptora, en las más de las veces ni un líder de lo mejor formado y bien intencionado y con mística de servicio, puede frenar del todo. Y es que cómo se dice por ahí, “la conciencia se laxa” o se cae en un estado completo de lo que se llama “disonancia cognitiva”, es decir, se vuelve algo más que natural y cotidiano cualquier acto corrupto; se normaliza la porquería, pues.
Ante esto, los programas de estudio de las Universidades en las carreras donde los egresados tienen un perfil más adecuado para sumarse a las filas del sector público ya en su vida laboral, dudo que tengan en sus planes de estudio un arsenal suficiente de asignaturas con la finalidad de ir atacando y condenado socialmente por completo cualquier intención de, precisamente, hacer negocios ilegítimos y/o ilegales al amparo de poder.
El que esto escribe siempre ha estado convencido de que a los estudiantes de dichas carreras, y de hecho, a todos a partir de la preparatoria, se les debe llevar a dar una vuelta por las áreas de urgencias de hospitales públicos con más carencias, subrayando sus mentores el hecho de que los recursos que debieran emplearse ahí, están en lujos superfluos de políticos y administradores públicos, contribuyendo así a quitar de nuestra psique latinoamericana (y mexicana, claro está) aquello que pensó en voz alta el entonces Presidente Enrique Peña Nieto: que la corrupción en México ‘es cultural’ y por ende parte indisoluble de la idiosincrasia nacional.
Falta mucho, pero mucho para ir quitando esa idea que tanto daño ha hecho y hace al país; y no sólo obviamente con esa táctica pedagógica bastaría, hay interminables áreas de oportunidad en ese sentido, como el diseño de un temible, por eficaz, sistema nacional anticorrupción (que hoy es una muy mala caricatura), el reforzamiento de una cultura del MANTENIMIENTO por sobre la simple inauguración de obras públicas, y un nada corto etcétera.
De hecho en el sector de la salud pública en México, hay hospitales y personal médico de primer mundo, pero son insuficientes ante la demanda de un país de 130 millones de habitantes; se forma un embudo pues que hace imposible (en el corto y mediano plazos) el sueño de un sistema como el de Dinamarca.
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