Tanto para fieles como para no creyentes, la Semana Santa es un tiempo cargado de significados que apelan directamente al nudo existencial del ser humano. Alegría, tristeza, culpa, pena, dolor y redención son experiencias que todos vivimos durante nuestras vidas. Es el quid que la filosofía existencialista del siglo XX analiza en su estudio del ser humano que, a su vez, viene de postulaciones anteriores como el Angst de Kierkegaard o la noción más antigua de “inquietud” como lo expresó san Agustín a lo largo de su pensamiento1.
Todo este entramado existencial se manifiesta en nuestra libertad, nuestra capacidad de elegir y ejecutar nuestra voluntad según nuestro arbitrio, nuestro compás moral2, nuestros deseos y nuestro proyecto de vida. De esta manera, cuando alguien hace una acción buena, es celebrado; cuando hace algo perverso, es vituperado y castigado. Dejó escrito san Agustín: “El libre albedrío fue concedido al hombre para que conquistara méritos, siendo bueno no por voluntad, sino por libre voluntad”3 . Esta es la idea fundamental que le da sentido a toda ética. Es gracias a nuestra nuestra libertad que podemos convertirnos en mejores personas. De la misma manera, en la esfera pública y política, cuando alguien comete un crimen voluntariamente, como sociedad y en aras del bien común y de la preservación de la misma, se le castiga de acuerdo a las leyes acordadas por el constituyente y la legislación vigente. Un claro ejemplo es la tipología que se le da al homicidio en el derecho penal. Para establecer este criterio, se tornó la mirada a lo que la psicología ha postulado respecto al homicidio. El investigador Albert Roberts, por ejemplo, postula cuatro tipologías principales para clasificar los homicidios de acuerdo a las causas o intencionalidades de las personas involucradas. El primero es provocado por un altercado discusión súbita e intensa. Después, está el que es considerado como delito grave, donde hay una expresa intención de matar a otra persona. La tercera tipología es resultado de una condición preexistente de violencia doméstica. La cuarta y última es el homicidio accidental4. Como es posible apreciar, la diferencia radica en nuestro grado de intención, es decir, nuestra libertad.
Lo que me parece más importante de esta fecha es que nos recuerda a todo el género humano que nuestras acciones tienen consecuencias reales que impactan la vida ajena. Lejos del mito que ha ido apoderándose de nuestra cultura contemporánea, nuestra libertad no es absoluta ya que todas las personas dependemos de otros seres humanos. Es decir, nuestras elecciones repercuten en las vidas ajenas así como éstas afectan la propia. Tales efectos pueden causar alegría, felicidad y placer, así como dolor, odio, tristeza y sufrimiento.
El filósofo francés, Paul Ricoeur, describió el sufrimiento como “disminución de nuestra integridad física, psíquica o espiritual […] sobre todo, el sufrimiento opone a la reprobación la lamentación; porque si la falta hace al hombre culpable, el sufrimiento lo hace víctima: contra esto clama la lamentación”5 . En otras palabras, el sufrimiento es una pasión que, dependiendo de la relación entre personas, convierte a uno en culpable y a otro en víctima. La distinción es clarísima en situaciones como la señalada anteriormente. El homicida es culpable de causar la muerte de la otra persona y ésta es la víctima. Sin embargo –y este es el punto al que quiero traer la atención del lector– esta situación donde una persona daña a otra no necesita escalar a este grado para percatarnos que diariamente cometemos el mal contra los demás. Muchas veces, sin darnos cuenta. Y en muchas otras ocasiones, con toda la intención de acometerlo –y convencidos de que estamos justificados en hacerlo–. Esta situación, hecho innegable, es uno de los puntos que considero destaca la Semana Santa. Que todos hacemos y haremos el mal. Que nuestra libertad no es absoluta y necesitamos de los demás para construir el bien. Incluso, nuestras leyes y juicios –que están basados en una pretendida neutralidad– son deficientes y fallan. Pensar lo contrario es sencilla y llanamente pura soberbia.
¿Significa que nuestros esfuerzos son en vano? ¡Todo lo contrario! Nuestras fallas como personas, nuestra imperfección como seres limitados, se auxilian en la unidad de la comunidad y la sociedad. Al menos, mientras exista un espíritu de empatía y solidaridad. Y este es un punto que considero que en esta celebración se pone de manifiesto: el espíritu de perdón y redención. Insisto, aunque no sea uno creyente, estos son valores y virtudes que toda persona consideraría como algo bueno. Ya que, cuando uno acepta el error, da la bienvenida a la posibilidad de cambiar para crecer y mejorar como persona, es decir que el reconocimiento del error es la condición de posibilidad y la señal por excelencia de que la intención quiere ser mejor.
Por último, quisiera resaltar la función del concepto de “pecado” dentro de nuestra sociedad actual en este rápido recorrido del entramado existencial humano. El psicólogo Manuel Villegas se cuestiona lo siguiente: “¿Cómo podemos tratar con el sentimiento de culpa si no reconocemos el concepto de ‘pecado’?”6 . En primer lugar, me parece que el reconocimiento de la importancia del concepto de “pecado” para explicar con precisión el sentimiento de culpa por parte de un psicólogo pone de manifiesto que la naturaleza del mal moral no se puede explicar solo con las herramientas de la ciencia moderna-experimental. Hemos de ser fieles a nuestro credo de tolerancia y apertura contemporánea, pues sea uno fiel o sea uno no creyente, simplemente no podemos cerrarnos al diálogo por no querer emplear conceptos válidos por haber sido gestados en un pensamiento que, por alguna razón, no se esté de acuerdo. En segundo lugar, así como hay una indisoluble relación entre la libertad y la responsabilidad, también existe una innegable relación causa-efecto entre el pecado y la culpa.
Existen muchas dimensiones por las cuales se expresa la culpa humana: “temor al castigo, vergüenza pública o privada, contrición por el mal causado o remordimiento por el bien que hemos dejado de hacer”7 . Más adelante, el mismo autor distingue entre el sentimiento de culpa y la conciencia de culpa. Acaba por afirmar que “solo podemos hablar de sentimiento de culpa si presuponemos un mal (un pecado) causado por alguien y reconocido responsablemente por él”8 . Me parece interesante la distinción expuesta por el autor. Incluso, muy acertada, pues quien comete un pecado –una acción con una intención perversa– puede justificar su acción reconociendo que, si bien hizo algo “malo”, era la acción más adecuada por ser la única posible –bajo su perspectiva–. Será la decisión de quienes juzguen todo el contexto, validar si esta alternativa empata con el alegato que hace la persona en cuestión. Si la persona solo se justifica, existe una “conciencia de la culpa”. Si la persona se siente responsable por el mal –el sufrimiento– que causó, entonces existe un “sentimiento de culpa” que es, a mi parecer, una reflexión de segundo grado donde la persona acepta la responsabilidad de su actuar.
De tal manera que, con esta rápida pincelada de todo lo que implica nuestra libertad cotidianamente, es posible afirmar que estamos en un constante vaivén de alegrías y dolores, de triunfos y de pérdidas. Por lo que no es ninguna sorpresa que cometamos muchos errores durante nuestra vida. Como afirmó Agustín de Hipona: “¿Acaso no es tentación ininterrumpida la vida humana sobre la tierra?”9 . Sin embargo, así como existe el dolor, también la alegría; así como hay culpas y errores, hay perdón y superación. Este es el punto más importante que nos invita a reflexionar sobre el festejo de Semana Santa.
Así que, durante estos días de descanso, me parece que es buen momento para que reflexionemos sobre nuestra vida: logros, metas por cumplir, situaciones por las que estemos agradecidos, así como aquellas donde reconocemos que podemos ser mejores. Más que irnos de viaje –lo cual sería una irresponsabilidad estando en pandemia–, pienso que podemos aprovechar mejor esta Semana Santa buscando cómo mejorar nuestra vida, tanto como personas individuales, como miembros de las diversas comunidades de las que formamos parte –familia, amigos, trabajo, sociedad, etc.–. Hemos de pensar qué queremos de este 2021 y cómo podemos mejorar nuestra situación actual.
1Como da testimonio la icónica frase en el primer libro de Confesiones, “y nuestro corazón permanece inquieto hasta que descanse en ti“. San Agustín, Confesiones; segunda edición, trad. de Ángel Custodio Vega, (Madrid: BAC, 2013). conf. I: 1; 1.
2Concepto que retomo del pensamiento de Charles Taylor.
3San Agustín, De libero arbitrio; quinta edición, trad. de Víctor Capanaga, (Madrid: BAC, 2009). lib. arb. III: 3; 8.
4Cfr. Shaw, Julia, Hacer el mal. Un estudio sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño; trad. de Álvaro Robledo; (Barcelona: Planeta, 2019), pp. 61-65.
5Ricoeur, Paul, El mal. Un desafío a la filosofía y a la teología; trad. de Irene Agoff, (Buenos Aires: Amorrortu, 2011), p. 25.
6 Villegas Besora, Manuel, Psicología de los siete pecados capitales, (España: Herder, 2018), p. 9.
7Ídem.
8Ibídem, p. 10.
9conf. X: 28; 39.
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