Una vez que te sueltas en el tobogán no te queda otra que esperar tu arribo al destino.
Una vez que te sueltas en el tobogán no te queda otra que esperar tu arribo al destino. Lo más usual es que este destino sea una alberca y la emoción más intensa la hayas experimentado siendo niño o en compañía de uno.
En el camino cerrabas los ojos, tensabas los músculos y te preparabas para que la impresión del golpe de agua fuera soportable. Pasabas en un instante de la velocidad vertiginosa del tobogán al cálido remanso del agua en la alberca.
Estamos viviendo la etapa del tobogán al son de la Trompeta. Alarma nacional, preocupación, angustia, decepción, gritos y sombrerazos, marchas e indolencia, responsables y culpables, por acción u omisión, muro o antimuro, justicia o venganza, maremágnum de sentimientos y nada efectivo.
Más pronto que tarde llegaremos al remanso de la alberca y nos restableceremos en la zona de confort; se les acabará el tema a los agitadores, vividores sanguijuelas, que hoy explotan el filón de los migrantes, para entonces se estarán encargando de convencernos de las bondades del acuerdo al que se haya llegado, sea el que sea, y estarán buscando un nuevo filón en uno de los miles de temas pendientes y que siempre serán buen pretexto para allegarse adeptos, tal vez se pueda retomar el tema del dinero que el gobierno mexicano les debe a los nietos de los braceros que trabajaron en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, o el sindicato de Tranviarios o la corrupción e ineficacia de PEMEX o uno de mil temas adicionales, seguiremos sufriendo con las realidades de la ineficaz economía nacional y nadando de “muertito” en nuestra alberca moviéndonos conforme las aguas quieran llevarnos.
¿Es eso lo que queremos? ¿es lo que ofrecemos al futuro?
Hemos construido una Nación sobre cimientos tan frágiles que cualquier temblor nos derrumba, tratándose de los terremotos que anuncia Trump y la inseguridad endémica de nuestra raza los presagios son peores y las consecuencias mayores de lo que podría preverse.
Se argumenta que el retraso de nuestra economía es debido al tamaño de nuestras empresas. El INEGI reporta poco más de cuatro millones de PYMES, de las cuales el 80% de ellas no sobrevive al tercer año de operación; nada tiene que ver el tamaño de las empresas. En Japón son los pequeños negocios la base de la economía y alcanzan el 99 % del total de empresas. En México el 94 % son pequeños negocios, la diferencia estriba en que los mexicanos son principalmente panaderías, tortillerías y talleres de costura, en cambio en el Japón dominan los apoyos a la producción y el aprovisionamiento de grandes industrias.
80% de quienes han tenido la osadía de emprender un negocio pequeño o mediano en nuestro país no han conseguido el éxito buscado.
Se requiere de mucho valor para abrir aquí una empresa; idea, producto, mercado, proveedores, clientes, personal, financiamiento, competencia, organización, tramitología y antes del final de cuentas, tener la disposición de trabajar durante cinco o seis meses del año para mantener a un grupúsculo de sanguijuelas que disponen de lo que les has pagado y que se lucen en las páginas de los diarios durante su gobierno y desaparecen al terminar sus periodos, ya sea en el extranjero o en puestos con fuero aun cuando tengan que humillarse en la cajuela de un auto para poder rendir protesta.
Se requiere mucho valor para iniciar un negocio. Lo peor del caso es que allí se pierde gran parte de nuestro mejor impulso empresarial. Nuestra cultura no está preparada para la actividad empresarial, los inmigrantes españoles, libaneses, hebreos, han venido a despertar ese espíritu emprendedor y pocos valientes los han seguido.
Líderes del tamaño de Eugenio Garza Sada, Carlos Slim, Ing. Peralta y Lorenzo Servitje son garbanzos de a libra en nuestro medio, pero en el camino se han quedado tantos y tantos.
El apoyo al empresariado es demasiado joven en nuestra historia. Pero allí está la Nueva Esperanza. La falta de preparación no se resuelve con apoyos, incubadoras, capitales semilla o concesiones impositivas.
La esencia de la empresa la marca el emprendedor y es a él a quien quiero dirigir mi siguiente serie de colaboraciones.
La Administración por Valores es garantía de éxito en toda actividad productiva, la iré describiendo paso a paso y espero serte útil de aquí en adelante.
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