Los disturbios recientes en Los Ángeles, marcados por protestas, vandalismo y redadas migratorias, han encendido la confrontación entre dos visiones opuestas del país: la de Donald Trump, centrada en “ley y orden”, y la del Partido Demócrata, enfocada en derechos humanos, legalidad y democracia.
En un estado simbólico como California, bastión progresista, el conflicto se convierte en un escaparate nacional. Trump ha aprovechado los operativos migratorios para reforzar su imagen de líder fuerte, presentando la migración como una “invasión” que amenaza el orden y la seguridad. Bajo esta lógica, justifica las redadas y el uso de la fuerza federal como medidas necesarias para restaurar el control y expulsar a quienes califica como “criminales”.
Además, acusa a los líderes demócratas, como el gobernador Gavin Newsom y la alcaldesa Karen Bass, de ser incapaces de mantener el orden, usando los disturbios como prueba de que el progresismo conduce al caos. El despliegue de la Guardia Nacional y marines, sin el aval estatal, forma parte de esta estrategia para proyectar autoridad, movilizar a su base y dominar la narrativa de crisis.
En respuesta, los demócratas condenan el uso de operativos migratorios como actos de intimidación que violan derechos fundamentales y siembran miedo en comunidades trabajadoras. Plantean una visión alternativa: una reforma migratoria humana y justa, que solucione de fondo el problema sin criminalizar a los migrantes.
También denuncian el uso unilateral de fuerzas federales como un abuso de poder y una intromisión que vulnera el pacto federal. Para ellos, Trump no busca resolver la crisis, sino provocarla para legitimarse como el único capaz de imponer orden. El gobernador Newsom lo acusó directamente de “inflamar una situación ya tensa” con fines políticos.
A la vez, los demócratas marcan distancia respecto a los actos violentos, dejando claro que rechazan el vandalismo y los saqueos, pero defienden el derecho a la protesta pacífica como expresión legítima en una democracia. Esta distinción busca evitar que Trump deslegitime todo el movimiento social bajo la etiqueta del desorden.
En el fondo, se libra una batalla por el relato. Trump apela al miedo, al control y al castigo. Los demócratas, a la empatía, la justicia y la inclusión. Ambas posturas buscan movilizar a sus bases y persuadir a los votantes indecisos, especialmente en estados clave.
En este contexto, el manejo de la comunicación —desde las imágenes de las protestas hasta los discursos— será determinante para definir cuál narrativa se impone.
Aunque California no cambiará de color político, lo ocurrido en Los Ángeles resuena a nivel nacional. El tema migratorio se ha reposicionado al centro del debate, y la forma en que cada partido lo enfrente será crucial. Lo que está en juego no es solo el control del orden público, sino el modelo de país que se desea construir.

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