Tipos de ciclo: preestablecidos y existenciales

Cerrar correctamente un ciclo nos permite generar condiciones para abrir uno nuevo, pero desde un lugar distinto, fortalecidos por la experiencia y la sabiduría que el proceso anterior nos dejó.

7 de enero, 2022

En nuestra existencia experimentamos dos tipos de ciclos vitales: los preestablecidos y los existenciales. 

Gracias a ellos podemos construir nuestras vidas, elaborar planes, proyectos y desplegar nuestros propósitos. 

Pero también es central tener la sabiduría para concluirlos y cerrarlos cuando estos han terminado, porque de lo contrario se convertirán en un lastre que nos impedirá continuar evolucionando.

 

En el artículo anterior decíamos que los ciclos vitales por los que atraviesa el ser humano tienen la característica de ser circulares y de estar hechos de tiempo; sin embargo ese transcurrir se percibe de forma muy distinta según el lugar y la dimensión cósmica desde donde se le observe. Mientras que para la Vía Láctea un milenio es apenas un instante, para una bacteria unas cuantas horas equivale a la existencia entera. Por eso, más allá de la dimensión humana, que ha diseñado una medición convencional y arbitraria como referente existencial, el tiempo como lo comprendemos carece por completo de sentido si lo suponemos como una forma universal de medir “el transcurrir de la evolución”, pero resulta de la mayor relevancia si aprendemos a utilizarlo como una herramienta de desarrollo.

Decíamos también que existen distintas maneras de entender el tiempo y mencionamos la cronológica o lineal, la cíclica o estacional y la extática, y dejamos claro que las tres, en tanto son construcciones humanas que solo tienen sentido para nosotros, resultan útiles dependiendo para qué se les use. Y tengo la impresión de que dividir nuestra existencia en etapas que se suceden e interrelacionan, y atribuirle significado y aprendizaje a cada una de ellas es la manera más eficaz de analizar y entender nuestra existencia, y esto es precisamente lo que para los humanos es un ciclo vital: una unidad existencial de sentido. 

La mera cronología sirve muy bien para contemplar de forma ordenada, objetiva y esquemática los acontecimientos de nuestra vida y del mundo en general, pero es poco eficaz para entender el significado que cada uno de esos acontecimientos tiene, a menos que se le relacione con otros que, más que parte de una enumeración progresiva, construyen una etapa, un conjunto de intenciones que conducen a un objetivo. 

Además, debido a nuestra diversidad de facetas –profesional, relacional, afectiva, etc.– los ciclos, en tanto periodos vitales, se superponen, cohabitan, se relacionan entre sí, son interdependientes: alguien que, por ejemplo, mientras estudia su doctorado conoce al amor de su vida. En ese caso coinciden dos ciclos que se retroalimentan sinérgicamente sin que sea capital el orden cronológico estricto de cada uno de los acontecimientos que constituyen dichos ciclos.  

Por ello, distinguiría dos principales tipos de ciclos: el preestablecido y el existencial.

El primero, al que llamaría ciclo-preestablecido, es una combinación entre el tiempo cronológico y el circular y su existencia se debe, por un lado, a las condiciones naturales y materiales del planeta en combinación con una serie de convenciones culturales. Debido a la rotación y traslación terrestre, estamos condicionados por una buena cantidad de ciclos preestablecidos, y con el transcurso de los siglos y la acumulación de conocimiento, el ser humano ha sabido acomodar la propia existencia sobre ellos. Cada 365 días –al mismo tiempo que el planeta le da una vuelta al sol, nos parezca bien o no– nosotros celebramos Navidad, año Nuevo, día de la Constitución, nuestro cumpleaños, etc. De ahí decidimos –en Occidente– dividir el año en 12 meses y éstos a su vez en semanas de siete días. 

Todos estos ciclos –amalgama entre las condiciones naturales y los condicionamientos culturales– ocurren con independencia de nuestros planes y proyectos y, de hecho, lo más sensato es aprovecharlos adaptando a ellos nuestros planes y proyectos particulares. 

Si los vemos con objetividad son muy útiles porque generan naturalmente estructura sobre nuestros actos: nos dan tiempos determinados, formas concretas y convencionales en que ocurren con lo cual se convierten en formas compartidas por todo el grupo social. Gracias a su regularidad y caracterización nos permiten hacer planes, diseñar y concretar proyectos de todo tipo. Por ejemplo, de cada siete días, siempre habrá un lunes, un martes, un miércoles… y así hasta el domingo y cada uno de ellos, aun siendo cronológicamente idénticos – todos están constituidos por veinticuatro horas, de sesenta minutos cada una, de sesenta segundos cada uno– les hemos atribuido una serie de características que nos permiten comportarnos distinto en cada caso –a menos que estemos de vacaciones (fuera del tiempo), nunca será igual un domingo que un miércoles– y asignar actividades diferentes en cada caso, y esa estructura se sostiene de forma idéntica cincuenta y dos veces por año. 

Ese armazón, que a primera vista puede parecer esquemático y rígido, en realidad nos permite desplegar sobre él toda nuestra creatividad. Es gracias a esta red de ciclos interconectados e interdependientes que podemos diseñar nuestra vida. Es decir, que sobre los periodos natural y culturalmente periódicos, sucesivos y constantes del tipo cíclico-preestablecido montamos nuestros planes y proyectos, y la mera existencia de esos marcos temporales de referencia nos permite administrar nuestras agendas, elaborar estrategias y conseguir lo deseado. Justo lo opuesto de lo que hacemos en la segunda variedad: los ciclos-existenciales.

Como seres humanos sociales, vivimos insertos en una buena variedad de ámbitos y ejercemos una diversa serie de roles. Al mismo tiempo que desempeñamos una actividad profesional o formativa, somos hijos, padres, parejas, amigos, tenemos hobbies, del mismo modo que tenemos aspiraciones, deseos, propósitos, planes, proyectos que deseamos concretar en una o varios de los ámbitos señalados y para conseguirlo llevamos a cabo una serie de actividades concretas en cada uno de los casos. Cada uno de ellos podemos considerarlo un ciclo existencial. Y además, cada ciclo existencial puede constar de varias etapas. El ejemplo más obvio: nuestro rol como pareja.

Comenzamos una relación afectiva y romántica con alguien y ese ámbito se convierte, aun cuando conviva con el resto de nuestros roles, en una realidad completa por sí misma y si por alguna causa la pareja se disolviera, ese ciclo existencial terminaría. Pero quizá lejos de terminar, pase a una segunda fase y los miembros de la pareja decidan vivir juntos, para, quizá, alcanzar más adelante una etapa posterior que consista en tener descendencia.  

Es difícil exagerar la importancia de cerrar completa y categóricamente un ciclo existencial antes de abrir otro en el mismo ámbito. Aceptar y digerir las pérdidas, asumir los aprendizajes, resignificar el sufrimiento que implica el final de cada uno de estos ciclos, que suele ser de importancia capital para la vida tanto cotidiana como interior y psicológica del individuo, es casi siempre la diferencia entre construir un nuevo presente con una nueva perspectiva de futuro o quedarse estancado física, emocional, sentimental o profesionalmente. Quedarse atorado en ciclo caduco se experimenta en muchos casos como un lastre, como un peso que se lleva sobre las espaldas que nos impide movernos y evolucionar. 

Cerrar consciente, simbólica y de forma decidida y saludable cada ciclo que termina –amoroso, profesional, pérdida familiar, etc.– asumiendo de manera adulta los aprendizajes y pérdidas que haya implicado, equivale a la curación de una herida. Limpiarla, retirarle la pus, desinfectarla, produce dolor, inflamación, hipersensibilidad y requiere de acciones y cuidados que la conduzcan a cicatrizar por completo. 

Cerrar correctamente un ciclo existencial equivale a sanar, a cicatrizar y, respondiendo a su carácter circular y temporal, generar entonces las condiciones para volver a abrir uno nuevo, pero desde un lugar distinto, fortalecidos por la experiencia y la sabiduría que el proceso nos dejó. 

 

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