Terremoto en Turquía. ¿Y Dios?

Como cada que ocurren fenómenos naturales con consecuencias dantescas, no podemos sino preguntarnos –aun así sea en lo más profundo de nuestro ser– por qué un supuesto Dios “bondadoso y colmado de misericordia” permite semejantes desgracias e...

15 de febrero, 2023

Ginés Sánchez

Terremoto en Turquía, un terrible desastre natural

Como cada que ocurren fenómenos naturales con consecuencias dantescas, no podemos sino preguntarnos –aun así sea en lo más profundo de nuestro ser– por qué un supuesto Dios “bondadoso y colmado de misericordia” permite semejantes desgracias e inenarrables dolores a la humanidad y a todos los seres vivientes en este plano terrenal.

El 1 de noviembre de 1755, por la mañana, un terremoto y sus respectivas réplicas sacudían Europa, siendo la ciudad de Lisboa la más dañada por aquel sismo. Alrededor de un tercio de su población falleció por ello. Paradójicamente por ser día de todos los santos, mucha gente estaba en las iglesias, y habiendo prendido sinfín de veladoras a sus deidades de yeso y madera, el fuego de las mismas añadió un castigo más a la Ciudad, además de un maremoto que arrasó con muchos de los sobrevivientes: un incendio masivo.

Considerada la primer gran catástrofe mediatizada, debido al ya extendido uso del invento que más ha lanzado a la humanidad a los terrenos de la razón por sobre los de la fe dogmática y no pocas veces tiránica, la imprenta, un terremoto filosófico se extendió por el mundo europeo de entonces, que se reflejan en las disertaciones de eruditos de esos años, dando nuevo impulso y vigor a la época de LA ILUSTRACIÓN. Se dieron acalorados e históricos debates epistolares en cuánto a los orígenes del desastre portugués, destacándose los puntos de vista entre los filósofos Rousseau, Kant y Voltaire.

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Voltaire lanzó sus más duros cuestionamientos teológicos, dado su animadversión a la interpretación de todo fenómeno natural con una perspectiva que lo reducía todo a lo divino, incluida la versión que el alto clero pretendió imponer, de ser ese terremoto un “castigo divino por los vicios y placeres a los que los lisboetas se habían arrojado”. Quizás fue J. J. Rousseau, quien daba razones más sensatas meditadas al asunto en cuestión: “la naturaleza no construyó en Lisboa más de 20 000 casas hacinadas de las de seis pisos y sin previsión alguna de posibles desastres (…) si la gente no se hubiese negado a tomar medidas algo más apropiadas, los estragos habrían sido menores…”.

El Marqués de Pombal, muy cercano al Rey, inició una ferviente investigación, inédita, de las causas naturales del temblor de Lisboa. Esto marcó un hito ya no sólo filosófico, sino científico, dando así nacimiento a lo que acaso sea hoy una de las ciencias con menor incertidumbre en lo concerniente a sus predicciones exactas: la sismología.

En cuanto al tema de los recientes terremotos en Turquía, sabemos que en 1999 hubo otro que cobró casi 20 000 víctimas mortales, proclamándose un muy estricto reglamento nuevo de construcción. Y aquí es dónde se puede encontrar parte de la explicación del tamaño de los daños: se detuvo la demolición de edificios vulnerables construidos antes de que se expidiera dicha reglamentación en el año 2000, y a manera de una amnistía de facto, se cambiaron las más de las veces por multas o de plano privó el exceso de confianza y/o simulación por parte de la población y las autoridades. Pero esto no para ahí. Los sismólogos consideran esos terremotos de una fuerza pocas veces acontecida y además con epicentro en una zona muy densamente poblada, ya que fue capaz de derribar más de seis mil edificios, algunos con la reglamentación nueva, e incluso un enorme castillo de piedra con más de 2000 años de antigüedad.

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