Desde nuestro nacimiento observamos la vida desde un punto de vista, desde el Yo.
Conforme crecemos, ampliamos esa visión hasta alcanzar el punto de vista del Nosotros.
Un método potente para ampliar el universo del Nosotros consiste en sumergirse en la perspectiva del tú, del él, del ellos y del ustedes.
En el artículo de la semana anterior decíamos que si bien nacemos en un contexto específico, sumergidos en una visión del mundo previamente configurada a lo largo de la historia humana, hoy estamos en la posibilidad de transformar consciente y deliberadamente nuestros relatos de tal modo que construyamos nuevas conductas y maneras de estar en el mundo más constructivas y empáticas.
Hablamos también de proponer dos formas para transformar esas narrativas. Tras plantear como primer mecanismo el desafío de los paradigmas existentes, hoy hablaremos de esa segunda modalidad para reconfigurar la manera de explicarnos el mundo: la ampliación consciente y deliberada de nuestras perspectivas.
Todos, desde nuestro nacimiento, observamos la vida desde un punto de vista, desde el Yo. Conforme crecemos, ampliamos esa visión para alcanzar el punto de vista del Nosotros.
Yo, y el grupo al que pertenezco se convierten en mis prioridades, en los únicos sujetos en mi campo de visión y dependerá de lo que consideremos “nosotros” para saber que tan amplio o que tan restringido es ese universo.
Un método para ampliar ese universo del Nosotros, es decir, considerar cada vez a más y más individuos como nuestros pares, está en sumergirse en la perspectiva del tú, del él, del ellos y del ustedes.
Este planteamiento que parece tan simple, planteado a partir de los pronombres personales –y que Ken Wilber utiliza con maestría como núcleo básico para desarrollar su Teoría Integral– es una manera de exploración que nos permite paulatinamente extender y ampliar nuestro campo de visión, haciéndonos sistemática y progresivamente capaces de colocarnos en los zapatos de cada uno de ellos, lo que nos permite observar el mundo desde un lugar distinto del nuestro, lo cual, si lo hacemos con seriedad y sensibilidad, implica el asombroso descubrimiento de universos nuevos, inéditos, en ocasiones del todo desconocidos para nosotros.
A partir de la aceptación de que no es posible saberlo todo con total certeza, que las verdades en que fundamos nuestro conocimiento son parciales y cambiantes y que la diferencia y la diversidad que encontramos en “el otro” no es una amenaza sino una oportunidad para conocer otras perspectivas de la verdad, se abre ante nostros una nueva, inagotable y a veces abrumadora posibilidad para hacer renovadas interacciones con el mundo.
Pensemos por un momento: si la REALIDAD es una sola y está ahí, frente a nosotros para que la interpretemos, ¿por qué no estamos todos de acuerdo en lo que es verdad y en lo que no lo es? ¿Por qué haría falta “moldear” la realidad con palabras, si resulta tan evidente cuando alguien tiene razón y cuando está equivocado? Desde esta perspectiva sería razonable pensar que ante un escenario concreto específico, todos veríamos lo mismo y las narrativas sobrarían, sin embargo no es así.
Pongamos un ejemplo que lo ilustre: si tomásemos a cinco individuos de sexo masculino, saludables, de la misma edad y con capacidades cognitivas equivalentes, pero uno perteneciera a una tribu del amazonas, otro a la alta jerarquía musulmana de Arabia Saudita, uno más miembro destacado de la comunidad científica europea, a un próspero comerciante de un país latinoamericano y por último a un sacerdote católico y a los cinco se les colocara frente a la Basílica de San Pedro, en Roma, no tengo ninguna duda de que, aun contemplando el mismo edificio, desde la misma perspectiva, aun cuando cada uno de ellos observaría la misma realidad material, ninguno la interpretaría de la misma forma: cada uno la interpretaría desde su propia visión del mundo.
En cada uno de los casos contemplarían el mismo escenario pero desde niveles de comprensión diferentes, y eso conduciría a que la realidad que cada uno tendría delante, a pesar de su aparente solidez material, sería literalmente distinta. Mientras uno ve rocas apiladas, otro contempla la casa de Dios, con el agregado de que las cinco versiones tendrían una dosis de “verdad” si se analizan desde la perspectiva cultural de cada uno.
¿Cuál de las cinco realidades sería “más real”? ¿Cuál de los cinco “Yos” tendría razón a la hora de describir lo que está viendo? Me animo a responder que los cinco tendrían algún nivel de “razón”, porque los cinco contemplan una parte verdadera de la realidad. El truco está en que si bien cada una de las interpretaciones es verdadera, también hay que decir que cada una es parcial, y por lo tanto incompleta. Si los cinco compartieran entre sí sus respectivas interpretaciones, los cinco terminarían por tener una visión más completa y por lo tanto, más verdadera de lo que observaron. Una vez concluido el ejercicio de conversación el “nosotros” de los cinco “yos” sería más amplio que antes de compartir sus visiones. Con la ventaja de que cada uno de los “yos” individuales incluiría en su relato posterior algún apunte recibido de la narración de los otros cuatro, con lo cual su visión sería más amplia y, por ende, más verdadera.
Por eso es tan complicado articular relatos en común, que nos hagan sentido a todos, que los aceptemos como verdaderos de manera universal. Y por eso la pandemia en que estamos inmersos puede ser, a pesar de sus costos inmensos en todos sentidos, un catalizador para comenzar a articular narrativas que nos incluyan y suscribamos todos.
Esta es la base de la propuesta: al saber que no poseemos LA VERDAD porque solo podemos percibir partes, puntos de vista, perspectivas limitadas de la realidad total, todo lo que damos como cierto lo es seguramente en alguna medida, pero siempre reconociendo que nuestra comprensión y nuestro punto de vista es parcial y que una aceptación seria del Otro nos puede permitir ampliar nuestros paradigmas y con ello conseguir que nuestra visión sea paulatinamente más verdadera.
La REALIDAD –con mayúscula– es tan intrincada, tan compleja, tan amplia que nos resulta imposible percibirla o conocerla en su totalidad. El ser humano nace con ciertas facultades –sensación, percepción, emoción, sentimiento, razón– que le permiten relacionarse con el entorno, pero sus capacidades son limitadas y se amplían justamente con la acumulación y reescritura de las narrativas que nos contamos conforme las nuevas son más amplias, profundas e incluyentes.
Se trata de una actitud, de una aceptación profunda, en una palabra: de una narrativa que se funda en la consciencia de que la realidad en general y las realidades humanas en particular son tan complejas que resultan inabarcables para un solo individuo y por lo tanto encarar la interacción con el otro desde la humildad de reconocer que cada experiencia y cada comprensión aporta algo a la REALIDAD TOTAL enriquece la propia visión y la propia capacidad de entendimiento.
Las narrativas de los diferentes tiempos, de las diferentes cosmovisiones significan aprendizajes. Son el escalón donde apoyamos un pie para poder subir el otro y escalar en la evolución humana. Sin las etapas, narrativas y construcciones culturales previas, no podríamos trascender los viejos paradigmas por la sencilla razón de que no existirían. Para poder abolir la esclavitud, uno de los mayores saltos evolutivos del ser humano desde el punto de vista ético y moral, primero debió haberla. Pero ese cambio no fue fácil. Abolir la esclavitud no fue solo un bonito pensamiento humanitario. Se requirió transformar la economía –altamente dependiente de la mano de obra esclava–, transformar la política –otorgarles derechos civiles a los esclavos que se emanciparían–, transformar las estructuras sociales y culturales y un largo etcétera. Incluso hoy, bien entrado el siglo XXI, en naciones como los Estados Unidos quedan todavía muchas rebabas por pulir en la integración igualitaria plena en la sociedad por quienes son descendientes de aquellos esclavos “liberados”. Este es un ejemplo de que la pura narración lingüística no es suficiente y se requieren “narrativas conductuales” que confirmen lo que aseguramos con palabras.
Tenemos la responsabilidad de ser críticos con las visiones y comprensiones heredadas, pero siempre sin olvidar que de no haber existido, jamás habríamos podido llegar a donde estamos. Y ampliar nuestra capacidad de asimilación y empatía. Y entender que, a pesar de la renovación, no alcanzaremos la VERDAD sino una perspectiva verdadera y coherente que habrá de convivir y cohabitar con muchas otras perspectivas igualmente coherentes, que también serán verdaderas a su manera.
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