Ante la mayor crisis económica, social, de salud, relacional, política y cultural de la historia de la humanidad, la forma en que interpretemos, expliquemos y pongamos en palabras lo que nos sucede será determinante para el mundo post-covid que habremos de configurar.
La semana anterior decíamos que una narrativa es cada uno de los relatos, historias, explicaciones, crónicas, descripciones, actitudes y protocolos de toda índole, que van desde el mito, las ficciones literarias o cinematográficas, la historia y las creencias en diversos ámbitos hasta las teorías políticas y económicas, patrones de consumo o el modo de hacer ciencia, que combinándose entre sí, articulan de forma coherente una visión del mundo.
Lo mismo es producto de la narrativa de su tiempo la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, promulgada en 1948 que el Código de Hammurabi, promulgado en Babilonia en el 1750 a.C. Sin embargo, ni nuestra cosmovisión vigente le habría servido a Hammurabi para redactar su ley, puesto que ni las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales eran propicias, del mismo modo que a nosotros no nos sirve la suya en nuestro tiempo.
Los cambios sociales determinan la necesidad de reconstruir, repensar, reelaborar las narrativas anteriores para que aquello que pensamos acerca del mundo y de nuestra forma de encararlo se ajuste a las nuevas realidades que tenemos frente a nosotros. Y cuando la interpretación humana de la realidad cambia, la cosmovisión, y por lo tanto las narrativas que le dan cuerpo, deben cambiar también en aras de ser más eficaces para interpretar los desafíos que tenemos ante nosotros.
Los seres humanos, según el contexto y la cultura a la que pertenezcamos, hemos sido alimentados por un cuerpo de narrativas que consideramos “la verdad” y nos habilita para desarrollar una forma particular de ver el mundo, de interpretar los acontecimientos y las acciones de quienes nos rodean, y que resulta determinante en gran parte de lo que nos sucede en la vida. Es como si llevásemos puesto unos lentes con una tonalidad particular en el cristal, que colorea y determina nuestras percepciones. Sustituir conscientemente las historias limitantes –centradas en aprobar sólo lo que guarda semejanza conmigo y mis creencias– por las historias correctas –más inclusivas, más justas y más empáticas– y convertirlas poco a poco en acciones, produce poderosos patrones colectivos que, mediante la reafirmación virtuosa, influirá en la manera en que formamos nuestras representaciones internas. De este modo, entre más nos repitamos una interpretación más verdadera nos parecerá y podremos reproducirla con mayor naturalidad.
Estas narrativas que construimos para darle coherencia al mundo objetivo exterior con el subjetivo interno, se han manifestado a lo largo del tiempo de formas distintas, que abarcan desde los mitos, las religiones, la literatura, la poesía, la historia, la crónica –tanto personal como colectiva, ya sea de un lugar o un periodo de tiempo determinado–, pero también las narrativas se manifiestan de forma más abstracta, más indirecta como en las ideologías, las prácticas de comercio, la economía en general, la redacción de leyes, la prensa, las artes, en una palabra, todas las áreas del conocimiento humano, incluida la ciencia (en los años cincuenta del siglo XX había supuestos estudios científicos que “demostraban” que el tabaco era bueno para la salud y los propios médicos lo recomendaban). Todas estas variedades de “lo humano” se asientan, se articulan entre sí y modifican sus parámetros dependiendo de las cosmovisiones que los rigen.
Este patrón nos hace entender que es muy probable que lo que hoy defendemos como Verdad incuestionable, en un futuro deje de serlo, o al menos del modo en que lo expresamos hoy. Pero si atendemos al mismo patrón, podemos ver que la tendencia de esas “verdades parciales y temporales” conlleva un crecimiento paulatino y progresivo de la amplitud de quienes se les considera un igual, incremento de la aceptación de las diferencias de todo tipo –ideológicas, raciales, religiosas, culturales–, una ampliación en la diversidad de ideas, de las preferencias sexuales, de visión del mundo y un aumento sensible de la complejidad en todo tipo de sistemas.
El identificar estas tendencias al desarrollo puede funcionar como una verificación de control sobre las nuevas narrativas que emerjan y de este manera modelarlas en la búsqueda de fomentar el crecimiento y el desarrollo: aquellas que tiendan a lo ya señalado –amplitud, aceptación, diversidad, etc.–, van en el sentido histórico de la evolución humana, mientras aquellas que limiten, restrinjan, excluyan, privilegien a unos grupos por encima de los demás, discriminen, o simplifiquen problemas complejos en aras de adaptarlos a sus propias ideologías estarán representando un movimiento regresivo.
Cada tiempo, influido por contextos y circunstancias específicas, modifica, adapta y recrea las narrativas previas para darse un nuevo marco de referencia más apropiado a los tiempos y desafíos que se enfrentan. Y conforme aprendemos estamos obligados a replantearnos y reescribir los relatos que dan sentido a nuestra existencia.
Una narrativa no son solamente cuentos o historias, sino que cuando ésta se convierte en una manera de entender el mundo, se vuelve un pacto que todos los que forman parte de ella lo suscriben de forma tácita –y la mayoría de las veces inconsciente y acrítica– al estar inmersos en ella. Aún sin observarlo, una narrativa modela nuestra forma de relacionarnos, la ropa que vestimos, el tipo de lugares a los que asistimos, el tipo de trabajo que deseamos tener, el tipo de casa, de coche, de vacaciones, la zona de la ciudad en donde queremos vivir, el tipo de persona de quien queremos enamorarnos… las narrativas se traducen en nuestro interior en creencias. Cada una de nuestras creencias, que pueden o no estar fundadas en acontecimientos y hechos verificables, son narrativas internas que nos permiten articular el mundo y nuestro lugar y nuestro papel en él.
Las grandes ideologías son libretos, son mapas, son piedras rosetas para interpretar el mundo desde una perspectiva. Nos dicen lo que está bien, mal y cómo tenemos que vivir, pero siempre desde una perspectiva parcial e incompleta. No podemos conocer nada desde el todo, tenemos que apoyarnos en un punto, tomar una perspectiva y desde ahí observar. No hay nada malo en ello, pero es importante saberlo. No encaramos la vida desde LA VERDAD, sino desde una posible perspectiva de verdad parcial.
Ahora el punto es que construyamos narrativas no solo que tengan que ver con quienes somos, sino con la clase de sociedad que queremos ser, aun cuando de inicio nos resulte contraintuitivo o ingenuo. No debemos olvidar que ese cuerpo de ideas y pretensiones con la repetición termina por volverse reales.
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