¿Qué es el amor?

Todo mundo habla del amor, pero muy pocos pueden decir qué es.

14 de febrero, 2023 el amor reflejado en una pintura

Hace algunos meses vi el cortometraje “Olla”, de la actriz y directora franco-griega Ariane Labed. En el film, un francés recibe en su casa a una mujer de Europa del este para que lo satisfaga sexualmente y de paso cuide a su anciana madre. La mujer cae en una especie de prisión de lo cotidiano y se desquita de su captor de la peor manera. La canción “What is love (Baby don’t hurt me)” (¿Qué es el amor?), originalmente de Haddaway, pero aquí en una versión en ucraniano, viene a ser el leitmotiv del filme. ¿Qué es el amor?

Todo mundo habla del amor, pero muy pocos pueden decir qué es. No es que yo lo sepa –no me voy a poner de ejemplo–, pero mi curiosidad y mis estudios en filosofía me han llevado a estudiar este fascinante tema. Para empezar, se dice amor de muchas maneras. Hay conceptos unívocos, equívocos y análogos. Los unívocos admiten solo un sentido. Los términos equívocos admiten significados totalmente distintos. El amor no es unívoco ni equívoco. Es análogo: tiene varios significados, pero no completamente distintos. Si uno amara a su mamá o papá unívocamente como ama uno a su perro o a su pareja sexual, habría que ir al psicólogo con urgencia. Sin embargo, hay algo en común en estos tres sentidos de amor: una tendencia al bien.

Quizá lo primero que llega a la mente de muchas personas cuando piensan en el amor es el sentido romántico, que incluye el deseo sexual. Sobre todo hoy, 14 de febrero, día de San Valentín, que los love-hotels van a estar muy concurridos. Pero antes de hablar sobre los diversos sentidos del amor, intentaré explicar qué es lo común a todos ellos.

El amor es el primer movimiento de lo que en filosofía se llama apetito elícito: tendencia al bien, un deseo de unión afectiva entre el sujeto que ama (el amante) y el objeto al que dirige su amor (lo amado). Se genera así una dinámica de búsqueda del objeto amado para poseerlo, y mientras no se tiene hay deseo, pero una vez alcanzado, el sujeto se deleita en el gozo y el placer. Esto es lo que subyace en todas las formas de amor.

 

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El amor erótico se llama así porque los griegos lo asociaban con Eros. La atracción sexual se explica en la indigencia del ser humano, que tiene que salir de sí mismo para obtener un placer más pleno, que se multiplica en la medida que se trata de dos que se aman y se entregan mutuamente para ser Uno. Aunque el onanismo puede ser muy satisfactorio y estar de moda, no deja de ser limitado y hasta cierto punto egoísta. El placer es para compartir y el acto amatorio es para dar-se (entregar-se) y recibir.

Sin embargo, el placer erótico no es la forma más alta de amor. Es más, es la forma primaria, que es la mera concupiscencia. El amor siempre se va a referir a una relación –relación en sentido filosófico–, así que el llamado amor propio es una forma un poco forzada de utilizar el término. El amor es alteridad, porque el amante se dirige a algo que no es él o ella. Y eso sucede en todas las formas de amor.

Por ejemplo, el amor hacia los hijos supone la relación entre la madre o padre, y los hijos. Los padres dirigen su deseo ilimitado de bien a las personas de sus hijos. Ya no se trata de una posesión material o carnal, como en el amor erótico –lo cual sería mórbido–, sino de un gozo espiritual: el padre o madre gozan con el bien de sus hijos, y sufren con sus males, como si fueran males propios. 

Si el amor fraterno se da entre hermanos y comparte la benevolencia (bene volere: deseo de bien) característica del amor de padres a hijos, la amistad también es una especie de amor de benevolencia, muy valorada entre los griegos. Ya lo decía Sócrates: “vale más un amigo que todo el oro de Darío”. 

Pero también hay formas de amor que no se dirigen solo a personas. El amor de utilidad, por ejemplo, se refiere a lo que el sujeto aprecia como instrumento para obtener un fin, aunque lo que propiamente se ama es ese fin, y no tanto el instrumento. Así, el amor por el dinero en realidad es amor por las cosas materiales que se pueden comprar con dinero.

La forma de amor más alta y noble es el amor de caridad, pero solo valdría para quienes siguen el cristianismo, porque supone la creencia en Dios. El amor de caridad consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y en amar al prójimo como a uno mismo por amor de Dios. Se trata de una comunión con Dios y de una comunión en Dios con todos nuestros hermanos y hermanas. Yo soy muy mundano, y no llego a tanto, pero entiendo el concepto y comprendo a santos como San Francisco de Asís. Él sí sabía de estas cosas y alcanzó niveles sobrenaturales. Yo no soy más que un pecador, que además es muy crítico con todas las religiones, empezando por el cristianismo, y particularmente por el catolicismo, lo cual me hace doblemente pecador.

Hay más sentidos del amor, pero no puedo referirme a todos en este artículo.

Y para terminar, dice la canción de Foreigner: “ I wanna know what love is, I want you to show me…” ¿A qué amor se estará refiriendo? O esta otra, de José José: “Amor, amor, que te pintas de cualquier color…” Y no podía faltar una de Fito Páez: “El amor después del amor tal vez se parezca a este rayo de sol…” O esta otra, muy en el terreno de la concupiscencia casi porno, de Led Zeppelin: “I’m gonna give you my love, I’m gonna give you every inch of my love, want to whole lotta love…” Pero la mejor de todas, a mi juicio, es “You can leave your hat on”, del legendario Joe Cocker. Hay una frase que dice: “Suspicious minds keep talking, they try to tear us apart, they don’t believe in this love of mine, they don’t know what love is…” Cuatro veces dice “they don’t know what love is”, cada vez subiendo de intensidad, hasta que al final de la frase, con un sonoro silencio de la banda y solo su voz, Joe Cocker exclama: “I know what love is”: yo sé lo que es el amor. Una joya.

Les deseo un épico día del amor y la amistad.

 

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Una cultura en su conjunto o una manifestación cultural en particular es más deseable, más ética y más moral en tanto en vez de considerar el interés de un solo individuo –pongamos por caso, los caprichos de un dictador o un monarca absoluto–, considere como prioritario el interés de todo un grupo –una nación, por ejemplo–, pero será aún más deseable si esta manifestación considera como fundamental el interés de todos los seres humanos, y lo será aún más si considera el bien de todos los seres vivos y lo será aún más sin tiene en cuenta la conservación y bienestar del planeta entero.    Trataré de poner un ejemplo. Hasta hace muy poco en nuestra propia sociedad el único modelo aceptable de familia era la tradicional: papá, mamá e hijos. Y cualquier otra manifestación que no se ajustara a esta concepción era inaceptable e incorrecta. Sin embargo hoy nuestra cultura, sin abolir el modelo previo, acepta muchas otras variantes como igualmente correctas: dos divorciados con hijos previos que se unen y ahora la familia son ellos, sus hijos previos y los que lleguen a tener juntos o una pareja de personas del mismo sexo que deciden contraer matrimonio y todas la variedades intermedias y distintas que puedan darse. 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Lo que para ellos sería una aberración (considerar este segundo modelo más ético y más moral que el que ellos defienden) para el resto de los ciudadanos sería un avance ético, moral y cultural deseable. Pero también está el otro lado, el ejemplo contrario: una cierta cultura que tiene como “tradición” concertar los matrimonios por encima de la opinión y deseo de los cónyuges. 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  Cada ciudadano o grupo de ciudadanos estén o no de acuerdo entre sí sobre los estatutos de su denuncia, estén informados o no sobre lo que exigen, nos parezcan o no razonables tienen el derecho humano y el resto de la sociedad tenemos que entender que detrás de cada manifestación por extraña que parezca hay una profunda insatisfacción que de no ser atendida puede derivar como ha sucedido a lo largo de la historia en un problema mucho mayor. Es muy probable que no tomemos conciencia sobre la indignación de otros grupos hasta que nos toca a nosotros ser los ofendidos. Y desde haber pedido libertad, justicia, búsqueda, atención, apoyo, voto, recuento de votos, igualdad, visibilidad y respeto hasta denuncias en ocasiones poco o nada comprensibles es un tema que debe ponerse sobre la mesa en cada administración. Muchas veces los temas suelen revertirse y cada sexenio en nuestro país tendrá sus propios simpatizantes y detractores, los que marchamos hace 18 años pidiendo el recuento de los votos, ahora tal vez no entendamos la marcha por la defensa de la democracia, quienes marchan en favor de la familia no entenderán a los colectivos que exigen el derecho al aborto. Las mujeres que defendieron su voto y que ahora marchamos en contra de la violencia de género, los padres que levantan el puño pidiendo justicia por sus hijos desaparecidos, las minorías que exigen igualdad de derechos, los grupos no binarios que solicitan ser reconocidos, en fin. La historia de México bien podría contarse en luchas sociales y cada una ha tenido su origen y su validez. Sin duda dejar de actuar con egoísmo y egocentrismo ayudaría mucho a que como sociedad pudiésemos entender las necesidades del otro, ponernos aunque sea por unos momentos en los zapatos de los demás nos haría entender que cada batalla tiene una historia y está construida por lo general sobre alguna o varias arbitrariedades y que no se deben jamás minimizar los sufrimientos o indignación es ajenas. No importa si la denuncia nos parece populista, burguesa, insurrecta, inmortal o fuera de contexto, entender nuestras diferencias y por ende nuestras necesidades es la única forma en la que podemos llegar a acuerdos pacíficos y convenientes para todos.  

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A mi gustaría proponer la visión ofrecida por el filósofo norteamericano Ken Wilber desde lo que llama Intuición Moral Básica, en la que afirma que: “La acción ética es aquella que aspira a proteger y alentar la mayor profundidad para la mayor amplitud2”. Con esta definición asegura que una acción moral o ética lo es más en tanto más perspectivas se tomen en cuenta para juzgarla, entre más amplio sea el universo de aquellos que pueden manifestarse con ella, entre más se respete la libertad para que emerjan otras formas complementarias de acción y decisión sin atropellarse mutuamente, entre se tenga una visión más amplia que permita la existencia de otras visiones. Una cultura en su conjunto o una manifestación cultural en particular es más deseable, más ética y más moral en tanto en vez de considerar el interés de un solo individuo –pongamos por caso, los caprichos de un dictador o un monarca absoluto–, considere como prioritario el interés de todo un grupo –una nación, por ejemplo–, pero será aún más deseable si esta manifestación considera como fundamental el interés de todos los seres humanos, y lo será aún más si considera el bien de todos los seres vivos y lo será aún más sin tiene en cuenta la conservación y bienestar del planeta entero.    Trataré de poner un ejemplo. Hasta hace muy poco en nuestra propia sociedad el único modelo aceptable de familia era la tradicional: papá, mamá e hijos. Y cualquier otra manifestación que no se ajustara a esta concepción era inaceptable e incorrecta. Sin embargo hoy nuestra cultura, sin abolir el modelo previo, acepta muchas otras variantes como igualmente correctas: dos divorciados con hijos previos que se unen y ahora la familia son ellos, sus hijos previos y los que lleguen a tener juntos o una pareja de personas del mismo sexo que deciden contraer matrimonio y todas la variedades intermedias y distintas que puedan darse. Este nuevo modelo no descarta ni resta valor al previo, pero contempla muchas otras alternativas que incluyen a más gente, con convicciones religiosas distintas, con visiones del mundo diferentes y todos entran en una nueva institucionalidad que hasta hace poco era impensable.  Te podría interesar: Principios Éticos para el Siglo XXI (ruizhealytimes.com) Desde la visión de Wilber, este segundo modelo de familia es ética y moralmente superior al de la familia tradicional, porque permite que más personas, con maneras de entender el mundo más diversas convivan institucionalmente y dentro de la ley de forma pacífica y constructiva, sin embargo esta conclusión es radicalmente contraria a lo que sostendría un hombre o una mujer que, por ejemplo, comprendan el mundo (y asuman su comprensión como única valiosa y aceptable) desde los valores cristianos tradicionales. Lo que para ellos sería una aberración (considerar este segundo modelo más ético y más moral que el que ellos defienden) para el resto de los ciudadanos sería un avance ético, moral y cultural deseable. Pero también está el otro lado, el ejemplo contrario: una cierta cultura que tiene como “tradición” concertar los matrimonios por encima de la opinión y deseo de los cónyuges. En este caso, así en apariencia todos los involucrados estén de acuerdo, se trata de un modelo ética, moral y culturalmente inferior al que describíamos antes, en esencia debido a que los involucrados están siendo vulnerados en su libertad de decidir libremente con quien compartir la vida y la solidaridad/intimidad.  Web: www.juancarlosaldir.com Instagram:  jcaldir Twitter:   @jcaldir    Facebook:  Juan Carlos Aldir 1 Cuando digo que son categorías “construidas” e incluyo características biológicas como la raza y el sexo, me refiero a que, en lo referente al sexo, no hay ninguna diferencia esencial entre humanos por ser varón o mujer, y al respecto de las diferencias raciales, se trata de características que se han perfilado a partir de procesos de evolución cuyo propósito ha sido adaptar a los distintos grupos humanos a los diferentes climas y ecosistemas que como especie hemos habitado a lo largo de milenios, pero que no hacen ser más ni menos humanos que quienes tengan una u otra característica exterior. 2 Wilber Ken, La visión integral, Segunda Edición, Editorial Kairós, 2011, Pág. 135." 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