Mucho me hacen pensar los encabezados de las noticias de estas semanas que parecen sacadas de la más atrevida película futurista: Adolescente que apuñala 17 veces a otra por celos; jóvenes que abandonan a un bebé recién nacido; declaraciones terriblemente violentas del mandatario estadounidense.
Los encabezados de mi propia vida no son mucho mejores: hay violencia física, psicológica, verbal por todos lados. Incluso las personas que se dicen pacifistas no están ni remotamente conscientes de la violencia que emplean para defender sus nobles ideales. Por ejemplo, mi ya conocido grupo de vecinos que vela de día y de noche por la seguridad de nuestra colonia y se autodenomina como paladines de la paz, podrían ser los villanos de cualquier obra literaria, para ellos no existe otro concepto más que el de nosotros y los otros: nosotros los buenos y los que nos quieren atacar. Piden sin moderación patrullas por todo lo que a ellos les parece agresivo y no se dan cuenta de la violencia racial que ejercen: Hay una mujer sospechosa parada en la esquina de tal y tal, favor de mandar una unidad a revisar porque puede ser una ladrona. Cabe señalar que la mujer en cuestión obviamente es de condición humilde y origen indígena porque si fuera una rubia bien vestida a nadie le parecería peligrosa y hasta saldrían a ofrecerle ayuda.
Violencia y abuso de todo tipo en las escuelas en los grupos sociales, en el trabajo, en las familias. Y esto me hace volver a mi eterno cuestionamiento: ¿Nacemos violentos? ¿Es algo heredado o aprendido? La gran mayoría se ha hecho la misma pregunta y muchos filósofos y académicos dedicaron todos sus estudios a responder estas preguntas. Algunos llegan a la conclusión de que nacemos siendo pacíficos y la sociedad nos corrompe y otros aseguran que el ser humano es violento por naturaleza. Me gusta mucho la teoría de Carl Jung sobre la sombra: una especie de representación de nosotros mismos que nos acompaña siempre y que contiene todas nuestras emociones secretas y negativas, que nos hace pensar que los otros son violentos y peligrosos y nos da el pretexto para atacarles y buscar eliminar. ¿Les suena a la intención de la mayoría de las guerras y los genocidios? Las guerras por religión que en realidad no eran otra cosa que odio racial y búsqueda de supremacía y como siempre control de tierras y personas.
Dice el Guasón en El Caballero de la noche:“La locura es como la gravedad, solo hace falta un empujoncito”. Y tiene razón, todos somos pacíficos hasta que alguien se mete con nuestros intereses, no importa la filosofía de vida que ostentemos, todos tenemos una sombra dispuesta a emerger en forma de justiciera o protectora pero inevitablemente violenta.
Dicen que vivimos la época más pacífica de la historia, seguramente es por la generación de conciencia que a base de errores hemos obtenido y también por la inmediatez de los medios de comunicación para informar y denunciar. Pero esto no es igual en todo el mundo, mientras hay países que han evolucionado en el tema, muchos otros siguen sometidos a la ley del más fuerte, lo que tiene un nombre: “Violencia estructural”. Y es que cuando grupos sociales se ven rezagados económicamente y no logran por la desigualdad tener el mismo o por lo menos un nivel de vida medianamente digno, es lógico que desarrollen brotes de violencia por esta razón.
También se mencionan razones como las adicciones al alcohol y drogas, la violencia familiar y la desigualdad social como principales razones para que una persona sea agresiva. Yo puedo asegurar que conozco a muchísimas personas que no han sufrido una sola carencia ni segregación en su vida y que son terriblemente violentas. Contexto: trabajo en un salón de belleza en una de las zonas de más alta plusvalía del país y las cosas que escuchamos y presenciamos aún sin querer son como para ponerle la piel chinita a cualquier fan de las más crudas historias de guerra.
En fin, la pregunta queda en el aire: ¿Tenemos que reforzar las leyes y endurecer los castigos o enfocarnos en la prevención? Trabajar como sociedad no en aislar sino en incluir y ayudar, extender la mano, el presupuesto y los recursos para apoyar a los más rezagados y frágiles en vez de vivir cuidándonos de ellos.
Todo se ha hablado y escrito al respecto. La verdad es que la violencia es tan personal como cualquier inclinación y es responsabilidad personal y grupal trabajar en pro de una sociedad inclusiva y solidaria, invertir los papeles y ponerse en los zapatos del otro para entender sus impulsos y así impulsar un método de humano compañerismo. Aunque a mí el término de humanidad me suena cada vez más contrarío a la solidaridad y la compasión, pero en fin.
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