El otro día escribí sobre el paisaje eterno con el que nos encontramos cuando levantamos la mirada al cielo en esta ciudad: las marañas escalofriantes de cables abandonados. ¿Qué pasa cuando volteamos al suelo? El panorama es deplorable. Para llorar están las calles y avenidas de toda la ciudad. Independientemente de los edificios o construcciones, el suelo parece un camino de la prehistoria.
En la Ciudad de México, los baches y socavones se han convertido en parte del paisaje urbano, un mal cotidiano que afecta tanto a peatones como a automovilistas, al transporte público y puede costarle la vida a ciclistas y motociclistas. Más allá de ser una simple molestia vial, representan un serio problema de infraestructura, seguridad y gestión pública. Pero ¿por qué aparecen con tanta frecuencia? ¿Y por qué, pese a los constantes programas de reparación, nunca desaparecen del todo?
El origen de los baches en la capital tiene varias causas combinadas. Una de las principales es la antigüedad del pavimento. Gran parte de las calles y avenidas de la Ciudad de México fueron construidas hace décadas sobre un terreno inestable, en lo que fue un lago. Este suelo lacustre, naturalmente blando, tiende a hundirse con el tiempo, lo que genera grietas y deformaciones. Cuando a esto se suman las lluvias intensas, cada vez más frecuentes por el cambio climático, el agua se filtra bajo el asfalto, erosiona la base y provoca que se colapse, formando los temidos baches.
Otra causa importante son las fugas en el sistema de agua potable y drenaje. Según datos del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACMEX), se pierden millones de litros diarios por tuberías rotas. Estas fugas debilitan el terreno y lavan el material que sostiene el pavimento, lo que con el tiempo produce socavones. De hecho, algunos hundimientos recientes, como los ocurridos en Gustavo A. Madero y Tláhuac, se originaron precisamente por filtraciones subterráneas no atendidas.
Sin embargo, el problema no es solo técnico: también es político y administrativo. La reparación de calles suele ser utilizada como bandera de gestión por alcaldías y gobiernos locales, que lanzan programas temporales de “bacheo exprés” o “bacheo nocturno” y el multimencionado “Bacheton”sin atacar las causas estructurales. En muchos casos, los trabajos se hacen con materiales de baja calidad o sin la preparación adecuada del terreno, lo que provoca que el mismo bache reaparezca semanas después. La falta de supervisión y la corrupción en la adjudicación de contratos agravan aún más la situación.
Además, existe una evidente falta de coordinación entre dependencias. Es común que una vialidad recién pavimentada sea destruida poco después para reparar una fuga o instalar cableado subterráneo. Esta práctica no solo desperdicia recursos públicos, sino que contribuye a la rápida degradación del asfalto y a la percepción ciudadana de que las obras nunca terminan.
Los socavones, por su parte, representan una versión más peligrosa del mismo problema. Su aparición súbita puede deberse a colapsos de tuberías, erosión del subsuelo o hundimientos diferenciales del terreno. Aunque menos comunes que los baches, los socavones han causado accidentes graves y ponen en evidencia la fragilidad de la infraestructura subterránea de la capital, como película de terror futurista un día cualquiera toda una colonia podría desaparecer yéndose al subsuelo repentinamente.
Entonces, ¿por qué no se acaban los baches? Porque su atención ha sido reactiva y no preventiva. Las autoridades suelen actuar una vez que el daño ya está hecho en lugar de invertir en mantenimiento constante, monitoreo del subsuelo y renovación de redes hidráulicas. Además, la falta de transparencia y continuidad en los programas de obra pública impide establecer estrategias duraderas.
Una solución viable requeriría una visión integral. En primer lugar, es necesario invertir en materiales de mayor calidad y tecnologías que prolonguen la vida útil del pavimento, como mezclas asfálticas modificadas y sistemas de drenaje más eficientes. También se debe fortalecer la red hidráulica para evitar fugas que erosionen el subsuelo. En segundo lugar, es indispensable establecer un programa de mantenimiento permanente, no condicionado a los ciclos políticos. Y finalmente, fomentar la participación ciudadana mediante plataformas de reporte y seguimiento de baches, donde los vecinos puedan verificar la calidad y duración de las reparaciones.
La Ciudad de México (Y todas) merece calles seguras y duraderas. Resolver el problema de los baches y socavones no solo mejoraría la movilidad y la seguridad vial, sino que representaría un paso firme hacia una gestión urbana más responsable, transparente y sostenible. Mientras no se asuma así, los baches seguirán siendo una metáfora dolorosamente exacta del deterioro que sufre nuestra ciudad bajo las ruedas del olvido.
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