Lo que México bien podría exigir a Estados Unidos

Respecto al fentanilo, todos los focos parecen apuntar hacia México, cuando los llamados precursores químicos para su fabricación, es bien sabido, salen de grandes laboratorios asiáticos.

15 de marzo, 2023 que podria pedir mexico a estados unidos

En días recientes presenciamos una serie de dimes y diretes entre la fracción republicana estadounidense y el presidente Andrés Manuel López Obrador que, diga lo que se diga, respondió de una manera inédita hasta ahora respecto a los espinosos temas de narcotráfico y fabricación y venta de armas.  

Eran ya décadas de una obediencia, en los hechos y en el discurso, abyecta de los gobiernos mexicanos. Esto debe terminar para empezar dejar en claro que ya no nos deben asustar con “el petate del muerto” so pretexto de amagos con invasiones militares y/o de sus múltiples agencias gubernamentales. Estados Unidos no vive su mejor momento. Salieron por piernas de Afganistán y no atinan a una solución para poder hacerlo de una manera digna del laberinto donde ya están en el caso del conflicto bélico en Ucrania, donde han arrastrado a Europa a una crisis que se suma a la que ya tenía ese continente, más los provocados por los efectos post pandemia. 

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Vamos, lo que menos necesitan es abrir un frente más. Esto aunado a que ya México es parte de un cada vez más sólido e interdependiente bloque económico de América del Norte, y más aún, el peso cada vez mayor que tiene la comunidad mexicana en los temas electorales (y muchos más, de toda índole) de aquel país.

Por lo tanto, podría México responder al legislador estadounidense del parche de pirata y/o a los demás que se sumaron a algo que estaban ciertos no conllevaría una enérgica respuesta: que nuestro país les propone una suerte de “operación rápido y furioso” a la inversa, es decir, rastrear cargamentos de droga que vende algún cártel mexicano a su vecino del norte, para así poder romper el nudo giordiano que es el misterio de cómo se distribuyen las drogas por todo el inmenso territorio de ese país, llegando hasta el más recóndito de los rincones de sus 50 estados. Y no sé, quizás llevarnos todos la sorpresa de que eso de que “en los Estados Unidos no hay grandes capos de la droga” no es más que una patraña, y que, voy más allá, aquello que le escuché una vez a un analista: “la DEA es el Cártel de la droga más grande del mundo”. Es cierto.

Otro tema es el del fentanilo. Todos los focos parecen apuntarlos hacia México, cuando los llamados precursores químicos para su fabricación salen –es bien sabido– de grandes laboratorios asiáticos, en su mayoría chinos, los cuales parecen pretender aplicar los métodos de las guerras del opio en el siglo XIX por parte de los británicos, haciéndose de la vista gorda en cuanto a la fuga de dichos precursores de su proceso comercial original. 

México también debiera condicionar todos los inmensos recursos gastados y los perjuicios que causa la lucha contra las grandes mafias de parte del Estado mexicano a programas que, como bien dice López Obrador, atiendan las causas de semejante y bestial demanda de sustancias ilícitas por sus ciudadanos, con énfasis en programas proactivos (de prevención) dirigidos hacia sus jóvenes y reactivos (de rehabilitación) para tratar de corregir y rehabilitar a los que ya hayan caído en adicciones. 

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Lo demás parece ser un muy desgastado pretexto con fines injerencias en la política mexicana, mismo pretexto que no debemos permitir que sigan utilizando. Sin la fabricación y venta de armas en Estados Unidos y también sin su gigantesca demanda de drogas ilícitas, en México el problema del narcotráfico sería un juego de niños comparado a la tragedia nacional que supone hoy en día, y que si no es con base en esfuerzos compartidos y comprometidos y coordinados por ambas naciones, el fenómeno no hará sino seguir creciendo exponencialmente como ha sido hasta el día de hoy. 

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  El estadista es quien no se erige como líder perpetuo, no se asume como un salvador y mucho menos que tiene la verdad absoluta. Se erige como un constructor del diálogo permanente en favor del Estado, teniendo como metas el fortalecimiento de la autonomía de las instituciones garantes del marco constitucional, de los derechos humanos, de la transparencia, de la rendición de cuentas y de la democratización de los procesos electorales, porque sabe que son las bases para establecer un Estado moderno, con libertad de expresión, controles, equilibrios y con participación ciudadana vigorosa, donde se garantice la posibilidad de la alternancia en el poder, lo cual denotaría un país con salud democrática con derechos y libertades, y no uno donde se descalifica y se restringen abiertamente o de manera simulada las ideas, las voces, el voto y el derecho a disentir, creando un clima de intolerancia que deja de lado el debate democrático y a la razón.  El estadista fortalece a la democracia, no la vuelve frágil, asimismo, asume la crítica ciudadana, la de los medios de comunicación y la de sus pares con profunda reflexión, mas nunca con ataques sistemáticos, porque sabe que las voces detractoras son el mejor indicador de su actuar, lo cual lo considera y lo convierte de manera asertiva en estrategia para revertir el malestar y la crítica generada; en este sentido. Un estadista se asume como un ciudadano más, dando el ejemplo y no con demagogia, retórica y narrativas, sobre todo no culpa al pasado, porque tiene la claridad que por las fallas de sus antecesores, las y los ciudadanos optaron por elegirlo. El verdadero estadista hace de la crítica una reflexión para fortalecer el Estado.  El estadista entiende que el pragmatismo excesivo y mal encausado hace que la política pierda dignidad frente a las y los ciudadanos; hace que la credibilidad de la clase política pierda valor al adaptar y viciar su ética en la toma de decisiones. Por ello, para el estadista son más importantes los ideales democráticos y los resultados tangibles. Porque sabe que las fórmulas de simulación, pragmáticas y populistas en la mayoría de los casos se dirigen a satisfacer proyectos personales e intereses de grupos, que están muy lejanos a resolver las grandes necesidades que enfrentan a diario las y los mexicanos.  Después de las anteriores reflexiones a la interrogante ¿México sin estadistas?, se puede referir a que no se ve a primera vista a una política o político emanado de la 4T que tenga la capacidad de articular una posición y narrativa diferente a la que se dicta en Palacio Nacional para el próximo sexenio. Esa posición y narrativa que a diario divide a las y los mexicanos; mientras en la oposición, la realidad, la indecisión, la fragmentación interna y el tiempo les ha alcanzado y no se ve quién pueda cargar en sus hombros los destinos de una candidatura presidencial sólida para el 2024. No se ve quién pueda inspirar, entusiasmar y hacer reflexionar el voto de las y los ciudadanos .   Por tal motivo, México enfrenta una de sus peores crisis de liderazgos políticos por la falta de estadistas. La clase política se ve incapaz, sin argumentos, sin oficio político y sin visión de Estado para contrarrestar el discurso y la narrativa de división que se orquesta a diario desde Palacio Nacional. Este discurso de división y denostación intenta acotar los equilibrios constitucionales y democráticos que dan autonomía a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, al Instituto Nacional Electoral, a la libertad de expresión y a todo quien no coincida con la política que se asume como transformadora.    Al día de hoy, no se ve quien pueda llenar los zapatos de un estadista; un estadista que pueda gobernar con el llamado al acuerdo y a la unidad, y no con rencores, revanchismos y polarizando la vida pública mexicana. México es un país al que le urge entre muchos temas: reducir las desigualdades, la pobreza y la inseguridad, así como garantizar el abasto de medicamentos y dar servicios de salud de calidad.   Sería excelente para México que la clase política y quien aspire a un cargo de elección popular se asumiera como estadista. Si fuera así, México tendría la esperanza de un verdadero cambio; un cambio que deje atrás a la política del “no”, a la política de la “promesa”, la política “ficción” y la política “populista” que le ha restado dignidad, valor y credibilidad a la política de nuestro país.  Al respecto, cito a Luis Donaldo Colosio Murrieta: “México no quiere aventuras políticas. México no quiere saltos al vacío. México no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces. México quiere democracia, pero rechaza su perversión: la demagogia”. Y concluyo agregando: México no quiere más fórmulas populistas. México quiere y necesita una clase política estadista con liderazgo y valores, que tome decisiones acertadas, que dignifique a la política y esté dispuesta a dar el rumbo democrático, de derechos y de libertades a nuestro país, alejado de fanatismos y posturas del pasado.  Twitter: @ChristianCB06  

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