Ayer salí a comer con mis hijas en uno de estos restaurantes que se extendieron a las banquetas en un principio por la distancia reglamentaria de la pandemia y que ahora en estos días de calor resultan una delicia. Se acercó a ofrecernos bolsitas de dulces una mujer. Como podría imaginarlo cualquiera, era una mujer humilde con marcados rasgos indígenas. No solo eso, le hacía falta una de sus dos manos. Ignoro si así nació o si la perdió en un accidente. Por si fuera poco, empujaba una carriola con una niña con una o más bien varias discapacidades: su cabeza era demasiado grande, sus dos ojos salían de sus órbitas, tenía las piernitas muy cortas por lo que evidentemente no podía caminar y sus manos eran apenas lejanos esbozos de las manos normales, sus dedos estaban pegados y acortados, no podía hablar pero a pesar de todo era sonriente y sociable. Platicamos alegremente un ratito con ellas, la nena nos entregaba los dulces que su mamá le daba y recibía el dinero, se sentía atraída por la caja de mis anteojos y no se quería ir porque estaba pasando un momento agradable. En algún momento y tratando de no llamar su atención le pregunté a la madre por el padre de su hija, ésta no hizo más que intentar una forzada sonrisa para insinuarme que no había tal.
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Pareciera que en el ranking de injusticias sociales hay también niveles en todo el mundo. Concentrándonos en este país, la desigualdad social empieza con el género con el que llegaste a este mundo. De entrada ser mujer, y las cosas por su nombre, nos priva de tener los mismos derechos y oportunidades que tienen los hombres en todos los ámbitos, pero si además de ser mujer eres pobre, indígena y tienes alguna discapacidad esto ya se vuelve una penitencia medieval. Si encima de todo tienes un hijo o hija con discapacidad, ¿qué oportunidades puedes tener en la vida?
No puedo imaginarme que hace esta mujer para sobrevivir. Obviamente en ninguna estancia infantil reciben a su infancia por los cuidados especiales que requiere, tampoco creo que tuviera la capacidad para hacer muchos trabajos y no tanto por su discapacidad como por su falta de escolaridad y preparación. Admirable me parece que se haga cargo de su hija y se dedique a vender dulces en vez de pedir limosna como muchos jóvenes sanos que fingen no poder caminar encaramándose en bastones pequeños y arrastrando un pie en muchos de los semáforos de esta ciudad.
Esta mujer no tuvo sola a su hija, forzosamente hubo un progenitor que decidió deliberadamente no hacerse cargo de la infancia y que seguramente anda por la calle libre de cualquier culpa, haciéndose una vida. Tal vez la abusó sexualmente, tal vez hubo consenso en el acto. El hecho es que como esta mujer existen millones en México, muchas, muchísimas humildes y sin escolaridad pero también muchas que a pesar de haber tenido uno o varios hijos en común acuerdo con su pareja fueron abandonadas por la razón que sea durante el embarazo o después del nacimiento de sus menores.
Según datos del INEGI, 36 % de los hogares en México son uniparentales, es decir, están siendo sostenidos económica y emocionalmente solo por la madre, dos de cada 10 padres sentenciados pagan pensión alimenticia y la verdad es que en el proceso de solicitar a los padres hacerse responsables de sus hijos la mayoría de las mujeres desisten frente a las complicaciones y trabas con las que se enfrentan. Tiempo, dinero, mucho dinero y un tremendo desgaste emocional se necesitan para demandar a los padres deudores y muchas veces los litigios se vuelven eternos, casos de hasta 20 años por razones tan absurdas como la inconformidad a la demanda o la declaración de insolvencia por parte de los padres hacen de esto un calvario para las madres autónomas antes mal llamadas madres solteras.
No hay de entrada laboratorios para realizar pruebas de ADN en las oficinas del poder judicial, por lo que las madres tienen que pagar laboratorios particulares cuyos precios suelen ser muy altos o acudir con sus infancias a los laboratorios de las fiscalías en donde se hacen pruebas forenses y que no cuentan con genetistas que avalen la prueba de paternidad.
Las historias se cuentan por millones, al grado de normalizar estas situaciones en todos los estratos económicos y sociales, como si responder por los hijos fuera un acto heroico y casi santo por parte de los progenitores. Dar lo mínimo posible, hacer los juicios eternos y ser apoyados por jueces es el pan de cada día en los juzgados de lo familiar y mientras tanto las mujeres siguen sufriendo violencia por parte de los progenitores de sus hijos e hijas y de la sociedad que condena a la mujer por no haber tenido cuidado y andar abriendo las piernas, cuando el acto de fecundación requiere forzosamente de dos partes. Siempre será la mujer la que reciba el escrutinio implacable de su comunidad.
El frente nacional de mujeres contra deudores alimentarios encabezados por Diana Luz Vázquez Ruiz es un grupo de mujeres valientes que logró que la Cámara de Senadores aceptara la “Ley Sabina” que consta de 40 reformas civiles y penales para todo aquel hombre que no se haga responsable de brindarle alimento, educación, salud y bienestar a sus hijos.
Entre otras cosas, los hombres que estén en el padrón de padres deudores alimentarios no podrán hacer trámites públicos ni obtener licencia ni pasaporte; no podrán salir del país, no podrán contender a ningún cargo público, no podrán adquirir propiedades, no podrán volver a casarse y serán inscritos automáticamente en el buró de crédito, además de ser exhibidos por la patrulla feminista quien tiene autorización de incluirlos en los tendederos públicos que se colocan en plazas y fuera de sus lugares de trabajo.
Ningún hombre puede no trabajar y no comer, cuando se declara insolvente está incurriendo en un acto cobarde y atroz. La ley Sabina propone también la transparencia por parte de sus empleadores de las instituciones bancarias en donde puedan tener cuentas y del registro público de la propiedad. En caso de no contar con ningún recurso, serán los abuelos quienes tengan que responder ante la negativa de sus hijos.
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El machismo no proviene exclusivamente de hombres, también las mujeres que apoyan la irresponsabilidad de los deudores alimentarios, llámense abuelas, hermanas o parejas están también incurriendo en un delito. Si tú conoces a alguien que no cumpla con sus obligaciones no lo encubras.
Pregúntale a tu hijo, a tu hermano, a tu amigo, a tu nuevo amorcito si está cumpliendo con sus obligaciones alimentarias. Ya no queremos un país de madres luchonas. Exigimos un país de justicia y equidad, de madres y padres responsables porque este no es un tema de valor y abnegación ni heroísmo, es un tema de cumplimiento, valores cívicos y responsabilidad moral y social.
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