Las vagoneras: crónicas de un cosmos subterráneo

Las vagoneras son un símbolo de resiliencia y determinación. Detrás de cada uno de sus rostros hay una vida, una historia y un sueño por alcanzar.

12 de mayo, 2025 En un mundo que a menudo las margina, las vagoneras son un símbolo de resiliencia y determinación. Detrás de cada uno de sus rostros hay una vida, una historia y un sueño por alcanzar.

Vivir en el subsuelo de la gran ciudad implica enfrentar un mundo lleno de prejuicios y dificultades. Las vagoneras son parte de un sistema que, aunque informal, es vital para la economía de muchas familias. Su labor no solo contribuye a la dinámica del Metro de la CDMX, sino que también representa una forma de resistencia ante un sistema que a menudo las ignora. A pesar de los altibajos, estas mujeres continúan luchando por su dignidad y la de sus familias, demostrando que, en medio de la adversidad siempre hay espacio para la esperanza.

En un mundo que a menudo las margina, las vagoneras son un símbolo de resiliencia y determinación. Detrás de cada uno de sus rostros hay una vida, una historia y un sueño por alcanzar.

La vida en una sabana de asfalto

En la sabana de asfalto llamada CDMX una manada de leonas busca defender un territorio que les permita llevar el sustento a sus familias; sin embargo, los depredadores están presentes para arrebatarles lo que llegan a obtener en su tránsito por los vagones del Metro, un ecosistema inhóspito, que se encuentra en el subsuelo de la ciudad, en donde las reglas las pone el más fuerte.

La jefa de esta manada llegó al Metro a la edad de 17 años, con un bebé en brazos y embarazada. Fue en las entrañas de la ciudad donde paradójicamente, encontró una forma de vida y la solidaridad que le había sido negada por la sociedad.

Patricia Martínez Rentería, vocera de la Colectiva Leonas en Manada A.C., relata para Ruiz-Healy Times que esta agrupación nació durante la pandemia por COVID-19, tan solo con seis integrantes hasta conformar un grupo de cien, en la actualidad son cerca de treinta. En aquel entonces, varias feministas se tendieron para vender sus productos en la estación Tasqueña, a ellas nadie las detenía y así surgió una nueva idea para lograr entrar a los vagones del Metro.

Las leonas, se organizaron y tras varios esfuerzos lograron conformar esta inusual manada.

“Somos mujeres cuidándonos unas a otras, y salimos a buscar la comida para nuestros cachorritos, como las leonas, cazamos en grupo y trabajamos por una vida digna, aunque las autoridades no lo entiendan de esa manera”, explica Patricia.

Encontraron su refugio en WIEGO, una red mundial que apoya el movimiento de personas trabajadoras en empleo informal. Así descubrieron, entre otras cosas, que la violencia no debe ser normalizada.

“En WIEGO nos ayudaron con terapeutas, para que nosotras entendiéramos que la violencia no es normal. Ya que la mayoría de las mujeres del Metro provenimos de hogares disfuncionales, en pobreza, donde conocimos golpes y agresiones. Sales de tu hogar y te juntas con parejas con las mismas carencias”, comenta la vocera.

Para nosotras “era lo más normal del mundo” vivir con tantas agresiones en el Metro por parte de los policías, destaca.

WIEGO fue el enlace ideal para que las vagoneras pudieran obtener diez locales de venta dentro del Metro, aunque inicialmente les habían ofrecido cuarenta sitios.

Estas valientes felinas buscan la dignificación de su trabajo. Quieren establecer un plan piloto donde ellas puedan brindar a los usuarios, en conjunto con las autoridades, tras una instrucción adecuada, atención en materia de protección civil y primeros auxilios. Asimismo, intentan entrar en una economía formal, uniformarse, no trabajar en horas pico y pagar impuestos.

“Nosotras vamos a seguir en el Metro, porque es un lugar donde podemos trabajar y maternar al mismo tiempo. Me gustaría que las autoridades nos escuchen y hagan realidad esta prueba piloto, al final del día desde que el Metro se inauguró existimos las vagoneras. Nosotras buscamos ayudar a la población y dignificar nuestro trabajo”, precisa.

Una defensora

La abogada Ana Paola Bolaños, quien desde el 2024 comenzó a revisar los casos y a defender a este grupo de mujeres, señala que ellas son consideradas ciudadanas de segunda:

“Las vagoneras padecen la violencia institucional que criminaliza su forma de vida. Vender, cantar una canción o contar un cuento no son delitos ni faltas administrativas por sí mismas. Sin embargo, se les aplica la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México y son detenidas mediante el uso excesivo de la fuerza (las esposan) y son sometidas a procedimientos de justicia administrativa en los que no se respetan sus derechos:  no tienen acceso a una defensa adecuada, no se respeta el debido proceso, tampoco tienen acceso a sus resoluciones y las autoridades no les proporcionan comprobantes de pago de las multas que se les imponen”, sostiene la representante legal.

La vida laboral de estas mujeres ciertamente no está exenta de desafíos. La constante vigilancia de la policía se traduce en detenciones arbitrarias y extorsiones. Este ciclo de persecución no solo afecta su economía, sino que también impacta su bienestar emocional y el de sus seres queridos.

Por su parte, Patricia relata que los policías se quitan el uniforme y una vez que ellas comienzan a vender en los vagones las atrapan. Las llevan al Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social, popularmente conocido como “El Torito”, donde pueden pasar algunas horas presas, si no pagan la multa correspondiente. También pueden realizar el denominado “paneo”, donde los uniformados les hacen saber que tienen su foto y que se irán remitidas, sino les dan dinero: “una mordida”. Una vez frente al juez, pueden pasar de 13 a 24 horas arrestadas.

Por si fuera poco, las vagoneras se enfrentan al peligro de salir de “El Torito” a altas horas de la noche. “Se me hace inhumano”, lamenta la líder de la manada.

“Cuando nos detienen, nos esposan. Ellos dicen que es por seguridad, por protocolo. Además, nos cobran 300 pesos por multa y si no tenemos dinero nos llevan al “Toro”, jamás nos habían dado hojas de remisión hasta que llegó nuestra abogada, explica.

El trato de sexoservidoras

“Como el comercio no es un delito a veces nos meten por sexoservicio”, señala la entrevistada, quien reconoce que al quedar estigmatizadas los policías han llegado a solicitarles favores sexuales.

El día a día de estas leonas se vive en medio de operativos de seguridad, donde les revisan sus propiedades y son violentadas desde que llegan al Metro. Aunque, en el pasado los usuarios tenían gestos con sus hijos, les obsequiaban regalos y hasta les daban una especie de propina en fechas especiales como Navidad o el Día de Reyes, pero, la realidad ha cambiado a raíz de que la autoridad las considera presuntas delincuentes.

Ellas tampoco han escapado del machismo de sus parejas, tal como los leones: comen, copulan con sus hembras, se reproducen y se van o cambian de pareja. Así, las leonas de esta historia se quedan solas luchando para sobrevivir con sus crías, enfrentándose a los riesgos que implica la presencia de sus depredadores.

Payasitas, cuentacuentos, artistas urbanas, van al Metro para ganar en un buen día cerca de 300 pesos, irónicamente el mismo monto de una multa en el Centro de Sanciones Administrativas y de Integración Social de la Ciudad de México o lo equivalente a un soborno policiaco.

Por otra parte, Patricia relata que el grupo Colibrí se ha convertido en otra amenaza para sus “cachorros”. Se trata de personal del DIF, en compañía de policías, quienes les quitan a sus niños durante días, mientras que las vagoneras se van remitidas. Un módulo del grupo Colibrí se ubica en la estación Pino Suárez.

De vagonero a ingeniero en electrónica

En la lucha por la sobrevivencia hay quienes han triunfado gracias al oficio de vagoneros. Es el caso de los hijos de Patricia. Ella tiene tres. Uno de sus cachorros fue vagonero y con esa actividad pagó una carrera universitaria en la UAM Azcapotzalco, se convirtió en ingeniero en electrónica y hoy trabaja para una empresa trasnacional que hizo que cambiara su residencia a Madrid (España), en un mundo distinto al subsuelo donde el creció.

No solo él ha logrado superarse, muchos hijos de vagoneras se han convertido en profesionistas brillantes y cuentan con una mejor calidad de vida. Gracias al esfuerzo de sus madres, estas nuevas generaciones están demostrando que aprendieron cómo subsistir con un trabajo digno que merece ser reconocido y regulado.

Por la regularización

La abogada Ana Paola Bolaños explica que en la Ciudad de México existe la figura de trabajadores no asalariados, reconocida en la legislación laboral. Incluir a las vagoneras, cuyo número total se estima en cerca de dos mil a lo largo de todas las líneas del Metro, dentro de este marco legal sería una medida beneficiosa, puesto que les proporcionaría certeza jurídica y aseguraría su derecho al trabajo sin ser hostigadas por la autoridad.

Es fundamental reconocer su labor y abogar por un marco legal que les brinde la protección y el reconocimiento que merecen porque, en el fondo, su lucha es la lucha de muchas mujeres que buscan un lugar en la sociedad.

En el corazón de la sabana subterránea, las leonas del Metro siguen rugiendo. No se rinden ante los cazadores ni huyen del estruendo metálico que atraviesa su territorio. Han aprendido a moverse entre sombras, a proteger a sus crías del hambre y del miedo, a reconocerse en la mirada de la otra cuando el peligro acecha.

En cada vagón, su paso deja una huella de resistencia; su rugido es el eco de una lucha ancestral: la de las hembras que cazan para que la manada viva. Porque en esta sabana de asfalto, donde la ley del más fuerte pretende dictar destino, ellas demuestran que la verdadera fuerza está en permanecer unidas, defendiendo el territorio que conquistaron con sangre, sudor y lágrimas.

Y mientras el tren se interna una vez más en el túnel, las leonas alzan la mirada: saben que la noche puede ser larga, pero también saben que, juntas, siempre encontraran el amanecer.

X: delyramrez

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