El ritmo de creciente conflicto entre las distintas cosmovisiones que dominan a la humanidad se ha visto interrumpido, al mismo tiempo que exacerbado y transformado por la Era Covid en que estamos inmersos.
Lo que habrá de salir de esa novedosa aleación de comprensiones con las necesidades apremiantes de la humanidad es por el momento imprevisible.
Lo cierto es que, ante lo novedoso de la situación actual y la monumental incertidumbre que nos depara el futuro, los relatos existentes acerca del ser humano, su origen y destino, así como su relación con el entorno, han sido muy útiles para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, pero no lo son tanto para explicar lo que sigue en el camino por la sencilla razón de que muchas variables se han alterado y hoy enfrentamos tiempos inéditos.
Inéditos por muchas razones: nunca habíamos vivido de forma consciente una crisis realmente global, que afectara por igual a países ricos que pobres y que además catalizó los problemas globales convirtiéndolos en ineludibles. Resulta sorprendente la aparición de la Era Covid, que como dice Bruno Latour, es un ensayo general antes de afrontar seriamente y de manera universal los problemas ambientales y sociales en que ya estábamos inmersos, pero que no terminábamos de entender desde su carácter global. La forma en que estamos enfrentando la crisis por Covid nos puede enseñar mucho y favorecer que las decisiones, cambios y renuncias que implica paliar los efectos del clima sean más eficaces.
Para fines de mayor simplicidad para el análisis, simplifico los desafíos globales que nos esperan en dos categorías principales: los que emergen de la situación ecológica, que está alterando ya nuestra forma de vida tradicional, amenazando con colapsarla por completo con costos inconmensurables tanto en lo económico, como el lo humano. Y por el otro lado la vertiente ético-moral: pareciera haber una tendencia generalizada, al menos en el discurso, hacia un despertar del impulso de igualdad universal y el reconocimiento de la asimétrica e injusta distribución de la riqueza, la salud, la educación y las oportunidades en general, tanto entre los individuos como entre las naciones como nunca antes habíamos experimentado.
La vertiente ecológica de problemas se manifiesta en sequías, lluvias torrenciales, olas de calor o frío hasta niveles inauditos, desbordamiento de ríos, descongelamiento de hielos perpetuos y un largo etcétera que altera el paisaje, el ecosistema y las agrupaciones humanas de forma irreversible. Mientras que la vertiente de problemas ético-morales se manifiestan en las protestas feministas ante las estructuras patriarcales, en la defensa de la diversidad legítima en la preferencia sexual y lo abiertamente inaceptable que resulta cualquier tipo de discriminación. También se manifiesta en la reciente visibilización de las olas masivas de migración forzada, en la crisis de la democracia representativa en un buen número de naciones, en la aceptación de lo dañino que termina por ser la descontrolada proliferación de todo tipo de tráficos: estupefacientes, personas, mercancías, minerales, tecnologías, etc. Y todo lo anterior inmerso en un modelo económico global que ha dado signos inequívocos de desgaste y decadencia, y que requiere una remodelación mayor para que sea capaz de responder, no a los impulsos propios del capital en búsqueda de su propia expansión, sino a las necesidades humanas, que a fin de cuentas son la razón de ser de la existencia de la propia economía.
Diagnósticos aparte, en ambos casos, traducir las buenas intenciones en leyes, procesos, políticas públicas y demás herramientas prácticas que reduzcan tanto las emisiones contaminantes de forma universal como las brechas de desigualdad entre naciones y entre ricos y pobres será sin duda el verdadero reto.
Una vez que la crisis sanitaria haya pasado, con las sobrecogedoras consecuencias en términos de vidas humanas perdidas, de quebranto económico universal, de la necesaria reconstrucción de vínculos entre muchas otras, y que tratemos de volver a la supuesta normalidad, nos encontraremos con un mundo que sin duda será muy diferente al que conocimos hasta diciembre de 2019.
Desde luego, nadie espera que vaya a ocurrir un cambio milagroso, producto de un despertar espontáneo y mágico ni tampoco estoy diciendo que vayan a dejar de entregarnos pizzas a domicilio o que vaya a desaparecer el sistema financiero mundial. A lo que me refiero es a que, tras la pandemia y el cese casi universal de actividades por un periodo de tiempo tan largo las instituciones y los sistemas políticos, económicos y sociales que nos han regido hasta ahora quedarán profundamente trastocados.
Habrá tantas prácticas habituales que resultarán obsoletas, descubriremos tantas dinámicas ordinarias que serán tan difíciles de restituir, que será indispensable repensar y resignificar nuestros conceptos de seguridad, de salud, de ahorro, de empleo, de consumo, de política pública, de vivienda, de ocio, de interacción social, solo por citar algunos.
Por eso, cuando hablo de la necesidad de crear nuevas narrativas de forma consciente, no me refiero a abstracciones o mitos fantásticos o quiméricos, sino a discursos que, tras asimilar la nueva realidad post-pandemia, respondan a preguntas del tipo: ¿Cuál es el papel que debe ocupar el Estado? ¿Cómo y dónde se consiguen los recursos para que éste lleve a cabo su función? ¿Qué tipo de economía queremos tener? ¿A qué servicios públicos debe tener derecho todo el mundo? ¿Qué entendemos por solidaridad y cómo se equilibra el bien común con los anhelos individuales? ¿Qué, de todo lo que solemos comprar, realmente lo necesitamos? ¿Hay vidas humanas más valiosas que otras? ¿De qué nos sirven los avances tecnológicos –por ejemplo, en la ciencia médica– si no están al alcance de todos? ¿Qué tan importante es el contacto humano presencial? ¿Cómo me inserto yo, en tanto individuo, en esa nueva realidad que parece emerger? Y esto solo por poner unos ejemplos, pero hay muchísimas más preguntas que debemos replantearnos para decidir qué clase de mundo deseamos construir cuando la emergencia pase. De la respuesta que les demos surgirán esas nuevas narrativas a las que me refiero.
Esta necesidad de replanteárnoslo todo –porque no se trata de cuestiones nuevas, sino de los mismos temas humanos de siempre, pero deliberados desde una nueva perspectiva– pasa por todos los ámbitos de la existencia. La situación actual no solo nos invita, nos obliga a repensarnos, redefinirnos y encontrar nuevas formas de estar en el mundo que nos permitan continuar existiendo y desarrollándonos, pero de una manera más holística y sustentable en relación con todos los sistemas, tanto humanos como planetarios, en que estamos inmersos: económico, social, político, relacional, ecológico, etc.
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LEA:
Las narrativas Fundacionales: Universos que envejecen | Ruiz-Healy Times (ruizhealytimes.com)
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