Acabamos de ver la película sobre Napoleón, de Ridley Scott. El personaje es fascinante: El genio de Bonaparte, gran estadista y estratega, encontró su propia tragedia personal… por estúpido. La ambición y la soberbia le nublaron el juicio y se equivocó gravemente, desoyendo la prudente opinión de sus generales, en su pretensión de conquistar Rusia y después subestimando a sus rivales en la batalla de Waterloo que marcó el final de su imperio y, realmente, de su vida, apenas 6 años después cuando aún era un joven de 52.
A lo largo de mi vida profesional me he quedado impresionado de la cantidad y el tipo de errores que comete gente que uno diría que es inteligente: en el mundo de la empresa, en el gobierno, en los deportes, en la dirección de instituciones en general y por supuesto también en la vida privada. Estudiando sobre el tema, descubrí un libro que me tiene encantado: The Enigma of Reason, de Hugo Mercier y Dan Sperber. No es que Aristóteles haya estado equivocado cuando destacó la capacidad racional de los seres humanos como el elemento que nos distingue sobre cualquier otro ser con el que compartimos el planeta. Es correcto definir al ser humano como animal racional y, si no fuera el caso, serían inexplicables los notables desarrollos civilizatorios que hacen no sólo posible sino más cómoda la vida en el mundo. Pero las descomposiciones prácticas de nuestra capacidad racional son impresionantes y de una frecuencia notable. Escribe Mercier: “Los psicólogos [y los lógicos] afirman haber demostrado que la razón humana es defectuosa. La idea de que la razón hace su trabajo bastante mal ha sido un lugar común. Experimento tras experimento ha convencido a psicólogos y filósofos de que las personas cometen errores atroces en el razonamiento. Y no es solo que las personas razonen mal, es que están sistemáticamente sesgadas. Las ruedas de la razón están desequilibradas”.
Si bien la estupidez humana tiene su impacto considerable en la vida privada, es preciso llamar la atención por el impacto gravísimo que ésta tiene en la vida pública. Ejemplos de decisiones verdaderamente estúpidas abundan a lo largo de la historia del mundo, pero es un hecho que la 4T ocupará, en esto, un lugar destacado en la historia nacional. Con la 4T ya no es tanto lo duro como lo tupido. Desde la cancelación del NAIM en Texcoco que costó poco más de 300 mil millones de pesos, tirados a la basura, hasta la política de “abrazos, no balazos” para combatir al crimen. O la cancelación de estancias infantiles en perjuicio de cientos de miles de mujeres y la decisión presidencial de acabar con el sistema de abasto de medicinas del gobierno para centralizar las compras en la SHCP, generando una crisis criminal de desabasto de medicamentos. Añádase la destrucción del CONACYT o la destrucción significativa de la capacidad operativa de muchas áreas clave del estado mexicano. El etcétera es largo.
Ahora bien, si la estupidez de un individuo que ocupa una posición de gobierno en algún ámbito es grave, más notable resultan los seguidores que se someten o, peor, que se adhieren a la estupidez prevaleciente, generando una especie de pandemia de estupidez colectiva con una terrible capacidad destructiva para la vida y el orden social. El daño es mayor si, además, cuentan con el poder de medios de comunicación, sean estos tradicionales (TV, radio, periódicos) o robots de alimentación de contenidos en redes sociales.
Paul Tabori fue un psicoanalista húngaro que escribió “La Historia Natural de la Estupidez Humana”. Para Tabori, un estúpido es una persona que no padece ninguna afectación en su cerebro o en sus capacidades mentales (o sea, es una persona normal) pero que no razona adecuadamente por fallas imputables a la responsabilidad del sujeto (no indaga, no escucha, no analiza, queda atrapado en las trampas del ego -vanidad, soberbia, narcisismo-, o se deja vencer por vicios como la pereza, la ira o la lujuria, o es incapaz de controlar emociones como el miedo o la ansiedad, o en sentido contrario, la euforia. Lo relevante aquí es que, entonces, no se trata de una incapacidad mental sino de una irresponsabilidad moral enteramente imputable a la persona.
Carlo Cipolla, en su “The Basic Laws of Human Stupidity” advierte que, como la estupidez es, por definición, irracional, las personas que actúan sobre una base racional tenderán siempre a subestimar la relevancia de los estúpidos, tanto en su número como en el impacto de sus acciones, porque la estupidez no la creemos posible: no damos crédito. Por su relevancia, la estupidez adquiere el carácter de un fenómeno social particularmente peligroso que debe ser reconocido y activamente combatido. Particularmente en el ámbito político.
Dietrich Bonhoeffer fue un teólogo alemán que se distinguió por su activismo contra el régimen nazi hasta que fue capturado por la Gestapo, encarcelado y, después de varios años de encierro, ejecutado en un campo de concentración en 1945. Mientras estaba en la cárcel no dejó de escribir y algún guardia lo ayudó a sacar sus escritos que serían publicados en forma de libro (Cartas desde la Prisión). En una de sus cartas elaboró lo que se conoce como la Teoría de la Estupidez de Bonhoeffer, tratando de explicarse cómo había sido posible que una población mayoritariamente educada y razonablemente culta se hubiera dejado arrastrar en ese torbellino de irracionalidad y maldad, hasta el punto de enterrar sus principios éticos y religiosos, poner en pausa su conciencia y contribuir activamente al mal, denunciando a sus vecinos, apropiándose de sus bienes o participando directamente en su encarcelamiento o ejecución. Muchos ciudadanos alemanes siguieron participando y apoyando al régimen nazi incluso cuando ya era evidente su crueldad y su locura.
Años después, con arrepentimiento, algunos alegaban no haberse dado cuenta del mal imperante. “Yo no sabía”, “no me percaté”, “me dejé llevar por el fervor nacionalista”. Hubo en ellos una clara voluntad de no saber y una grave irresponsabilidad personal al dejarse arrastrar por la multitud o cegar por la pasión ideológica. Al querer cerrar los ojos ante la realidad, dice Bonhoeffer, resultaba imposible razonar con ellos. Como escribió el profeta Isaías: “Cerrados están sus ojos para no ver y su corazón para no entender” (Is, 44:18-20).
Explica Bonhoeffer que, en materia política, bajo ciertas circunstancias, las personas se vuelven estúpidas, irracionales o permiten esta ceguera o bloqueo de la consciencia: “Si se observa más de cerca, se hace evidente que todo fuerte aumento de poder en la esfera pública, ya sea de naturaleza política o religiosa, infecta a una gran parte de la humanidad con estupidez. Incluso parecería que se trata prácticamente de una ley sociológico-psicológica. El poder de uno necesita de la estupidez del otro. El proceso que está en juego aquí no es que las capacidades humanas particulares, por ejemplo, el intelecto, se atrofien repentinamente o fallen. En cambio, parece que bajo el impacto abrumador del poder creciente, los seres humanos se ven privados de su independencia interior y, más o menos conscientemente, renuncian a establecer una posición autónoma frente a las circunstancias emergentes. El hecho de que el estúpido sea a menudo testarudo no debe cegarnos ante el hecho de que no es independiente. Al conversar con él, uno siente virtualmente que no se trata de una persona, sino de eslóganes, eslóganes y cosas por el estilo, que se han apoderado de él. Está bajo un hechizo, cegado, maltratado y abusado en su propio ser. Habiéndose convertido así en una herramienta sin mente, la persona estúpida también será capaz de cualquier mal y al mismo tiempo incapaz de ver que es malo…”.
Esta reflexión es pertinente en el momento actual de México. Por ceguera ideológica, por afanes miméticos, por el miedo a aceptar una realidad contraria a las expectativas o por no reconocer un error previo (haber votado en 2018 por ya saben quién), hoy encontramos a personajes notables de nuestra vida pública, que han decidido alinearse y comprometerse con un régimen brutalmente destructivo al amparo de banderas ideológicas respetables como la lucha en favor de una mayor justicia social. Es el caso, por ejemplo, de Arturo Zaldívar, Marcelo Ebrard, Lorenzo Meyer, Sabina Berman o Viridiana Ríos. Todos ellos con una biografía personal muy destacada, por su formación académica, su inteligencia práctica y su pensamiento crítico pero que ahora están obnubilados por su pasión ideológica y su apego sentimental a las promesas (incumplidas) de la 4T. Y no se dan cuenta de la contribución activa que están prestando a la destrucción de la democracia mexicana, tan valiosa, tan reciente y tan frágil. No pueden. Están cegados.
Y, detrás de ellos, tenemos a millones de mexicanos, también cegados por la estupidez, que siguen dispuestos a votar por la continuidad de la 4T, igualito que tantos alemanes que seguían respaldando a Hitler en 1938 o venezolanos que aún, increíblemente, le echan porras al caos que encabeza Nicolás Maduro.
El número de estúpidos es infinito, se escribe en el Eclesiastés (1:15). Ya lo sabemos, pero cuánto daños hacen.
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