La empatía como catalizadora de la auténtica igualdad

Sin una empatía consciente y eficaz, el entendimiento entre humanos está condenado a la imposibilidad.

26 de noviembre, 2021

Mientras los contextos a los que pertenecemos estructuran y moldean nuestra vida, al mismo tiempo cada uno los interpretamos de una forma tan particular que ni siquiera dos hermanos gemelos experimentan la existencia de forma idéntica. 

El desarrollo gradual de la empatía está estrechamente relacionado con los contextos que moldean nuestra experiencia de existir. Un contexto es un conjunto de elementos, instituciones o circunstancias interrelacionadas que funcionan sistemáticamente y que solo a partir de observarlo completo es posible comprender los patrones y características que mueven, articulan y transforman dicho sistema.  

Desde que nacemos estamos insertos en infinidad de ellos. Unos son más amplios y complejos, y, aunque influyentes sin duda, menos determinantes de nuestra personalidad o de la forma de entender nuestra existencia, como la nacionalidad, el idioma o la cultura. 

Algunos otros son más simples y constreñidos, pero también más profundos e influyentes en nuestra manera de ver y entender el mundo, y por lo tanto mucho más determinantes en nuestra manera de actuar y relacionarnos con los demás y el entorno. Pertenecemos a una familia, vivimos en una zona geográfica específica, formamos parte de un estrato socioeconómico, vamos a ciertas escuelas, nos relacionamos con cierto tipo de personas y un largo etcétera.  

Cada uno de esos contextos, tanto los más generales como los más íntimos, aparecieron en nuestra vida sin pedirlos, desde el propio nacimiento y resultan tan estructurales de nuestra personalidad y nos particularizan y configuran de tal modo nuestra experiencia de vida que, a menos que hagamos un esfuerzo por observarlos y entenderlos, nos resultan invisibles.

Lo paradójico es que, mientras los contextos a los que pertenecemos estructuran y moldean nuestra vida de un modo en apariencia más o menos determinista, al mismo tiempo cada uno, desde una individualidad única, los interpretamos de una forma tan particular y los traducimos en comportamientos tan personales, que ni siquiera dos hermanos gemelos, aun compartiendo contextos de nacimiento e información genética, experimentan la existencia –y son experimentados por sus pares– de forma idéntica, obteniendo, a lo largo de su devenir en la vida resultados distintos. 

Mientras que ideologías como el marxismo le dan un enorme peso a la realidad material para determinar el curso de la historia, otras, como el existencialismo, le atribuyen un enorme peso al libre albedrío individual; la paradoja señalada en el párrafo anterior deja entrever una especie de tensión dinámica entre la realidad material y la subjetividad individual para determinar la forma en que habrá de interactuar con el mundo y las expectativas que tendrá de su existencia. Lo cierto es que, debido a la individualidad subjetiva de cada uno en interacción continua con la realidad material, nadie experimenta la misma combinación y en la misma proporción de cada uno de los contextos que habita. Y por eso entre individuos que habitan el mismo contexto pueden existir diferencias monumentales, como las ideológicas y políticas, que pueden llevar incluso a guerras civiles, donde luchan individuos que comparten infinidad de contextos, pero que los interpretan y experimentan de formas radicalmente distintas. Sin un desarrollo apropiado y funcional de la empatía estas diferencias tienden a polarizarse cada vez más. 

Pero no solo los contextos influyen en nosotros, sino que también nosotros influimos en ellos, por eso no estamos condenados a que “las cosas sean como son” sin que podamos transformarlas. Es verdad que las estructuras y contextos materiales son tremendamente sólidos, pero no son inamovibles. Si conseguimos entender esta dinámica de interacción y cambio en los sistemas, tanto materiales como subjetivos podremos acelerar y reconducir las tendencias reconfigurando valores e ideologías, promoviendo la aceptación, la comunicación asertiva, la cooperación y el consenso.

Pensemos en un ejemplo: si las corrientes dominantes de la política de un país están de acuerdo que la democracia es el valor superior del sistema político nacional, entonces, tanto derechas como izquierdas, tanto neoliberales como socialdemócratas tendrían, si estuvieran dispuestos a negociar y ceder parte de sus agendas, una meta común. Y este escenario no es una mera ingenuidad, pues existe una entidad como la Unión Europea que, con todas sus limitaciones y desacuerdos, ha conseguido construir un espacio común e integrado entre participantes muy diversos, muchos de ellos históricamente en conflicto entre sí (apenas en 1940 las tropas alemanas invadieron Francia).  

Es por ello que dejar parcialmente de lado las diferencias y centrarse en lo que nos une, en lo que tenemos en común, en las metas compartidas será siempre el modo más eficaz de conseguir una transformación constructiva y una colaboración eficaz. Los tiempos de revoluciones armadas y de pretender demoler el mundo existente para construir uno nuevo han quedado atrás, en especial por su inoperancia. 

Un poderoso ejemplo de que esta vía funciona lo vivimos durante los primeros meses de la pandemia por covid-19. El que en menos de un año hayamos sido capaces de desarrollar una batería de vacunas aceptablemente eficaces y haya sido posible la fabricación, distribución y aplicación masiva y global –con todo y los errores, limitaciones, inequidades y vicios en el proceso– no tiene precedentes en la historia humana. Nuevamente se trata de un fenómeno que sólo fue posible a través del acuerdo y la cooperación entre laboratorios y gobiernos antagónicos.

Esta es una muestra de que la empatía consciente es posible, de que, cuando lo que nos une es una meta en común lo suficientemente fuerte y deseable para todas las partes, somos capaces de poner de lado –así sea temporalmente– las diferencias que nos han separado durante siglos. 

La voluntad no lo es todo, pero es un potente combustible cuando se une con un propósito común que se encara con transparencia, equidad y perseverancia. Sin embargo, para manifestar las condiciones que hagan posible este escenario de cooperación futuro se requiere inevitablemente de replantearnos nuevas jerarquías de valor que podamos aceptar colectivamente y sobre las que podamos pactar.

El movimiento posmoderno se centró en demoler –aunque solo fuera en el discurso– toda jerarquía de valor: ninguna idea es más valiosa que otra ni ninguna cultura está por encima de las demás. En aras de un multiculturalismo bien intencionado, se buscó, al mismo tiempo que erradicar todas las metanarrativas, imponer la igualdad como valor supremo y universal (idea que es, en sí misma, una metanarrativa). 

Si bien la intención era loable, el resultado ha sido catastrófico: la aceptación acrítica de que toda idea, toda costumbre y manera de entender el mundo es igualmente válida nos ha puesto en un callejón sin salida. Desde esta comprensión anarquía, democracia y tiranía son equivalentes y desde este marco teórico no hay forma de determinar cuál es ética y moralmente superior. Y en su grado máximo de delirio, propicia que el individuo construya su realidad de tal modo que solo acepta como verdadero aquello que comulga con su ideología, con sus prejuicios. 

Esa igualdad irreflexiva y forzada, que se planteó en un principio como mecanismo para alcanzar la aceptación mutua, ha conducido a su opuesto: la descalificación automática y la invalidación de todo aquello que no sea mi igual. Por supuesto, desde este lugar donde la verdad del individuo está disociada del resto de los humanos no hay empatía ni cooperación posible. 

Esta universalización de un nihilismo que se escuda en la supuesta defensa de la libertad y los derechos súbitamente adquiridos, se mueve en sentido contrario a la colaboración, el consenso, la participación y la empatía. Es tiempo de detenernos a mirar al otro, a escucharlo, a esforzarnos genuinamente por entenderlo, pero escuchar y validar las opiniones del otro no implica igualarlas en valor. Empatizar no significa aceptarlo todo acríticamente. Es tiempo de defender con lealtad y respeto los argumentos fundados para que priven sobre los prejuicios. Son tiempos difíciles, donde no siempre es sencillo separar la paja del trigo y en esa búsqueda de lo valioso y lo verdadero, pero ante el apremio por alcanzar acuerdos y cooperar para la supervivencia común, la genuina empatía es quizá el más valioso de los recursos a nuestro alcance.    

 

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