México amaneció hoy con un dato que me impactó: anoche en la final del Reality Show “La casa de los famosos” se rompió el récord de votos: 43 155 107 votos; el ganador lo logró con 19 139 698 (más de los que lograron los dos candidatos de oposición en las pasadas elecciones presidenciales). Quiero pensar que no hay un instituto moderador de votos y que una misma persona puede hacerlo las veces que quiera si su presupuesto se lo permita (Porque además cuesta votar). Quiero pensar también que hay empresas interesadas que apoyan el evento dándole peso con votos y lo quiero pensar para no ponerme a llorar y confirmar mi teoría de que en efecto somos una prueba error de la naturaleza porque no puedo imaginar que una tercera parte de la población de este país estuviese interesada y diera seguimiento a la final de dicho programa.
El Voyeurismo ha existido desde siempre y es uno de los fetiches favoritos de la humanidad: enterarnos de lo que hacen los demás, observar su intimidad sin que éstos se den cuenta ha sido sin duda uno de los placeres culposos más recurridos de todos los tiempos. Nada de esto es nuevo, desde las ventanillas secretas en los palacios hasta historias como la de “1984”, distópica novela de George Orwell en la que John De Mol se inspiró para el primer Reality show moderno “Big Brother” en la que una comunidad es vigilada por un ente omnipresente durante todo el día y toda la noche.
Al parecer el gusto por espiar es casi tan placentero como el gusto por ser visto y esto es lo que lleva a millones de personas a desear y audicionar para ser elegidos y firmar un contrato en el que entregan absolutamente toda su privacidad a cambio supuestamente de un premio económico, aunque todos sabemos que la verdad la mayoría saben que no lo ganarán y entrarían a este juego a cambio de nada, incluso creo pagando por ser parte de este selecto grupo de personas que en una esfera de cristal, cual ratas de laboratorio, serán observadas por los inquisitivos, curiosos y lascivos ojos de un público tan desconocido y anónimo como misterioso.
Los experimentos de observación tienen su historia en los años 90 cuando se llevó a cabo un experimento llamado Biosphere ll en la que un grupo de personas se recluyó por dos años en un espacio con paredes de cristal observados por científicos con la finalidad de demostrar que podían no solo sobrevivir con sus propios recursos sino crear los necesarios para desarrollar un espacio habitable en otro planeta. Después de un tiempo las cosas empezaron a salirse de control y los participantes frustrados ante los fracasos por recrear vida empezaron a agredirse y robar recursos entre ellos.
Existe también una leyenda urbana sobre el macabro invento llamado “El experimento ruso del sueño” en el que científicos en la Segunda Guerra Mundial, con la finalidad de lograr que los soldados pudieran permanecer en el campo de batalla sin necesidad de descanso, encerraron a personas condenadas a muerte bajo la promesa de perdonarles la vida si permanecían despiertos, siendo observados en todo momento a través de ventanas. Los resultados de la prueba fueron terribles. Las víctimas de esta inhumana idea enloquecieron al grado de supuestamente arrancarse pedazos de piel y sacarse los órganos por la desesperación, no se sabe si esto ocurrió en realidad pero al ver la fascinación que sentimos las personas por observar y ser observadas no me extrañaría y que ante los desgarradores sucesos que ocasionaron terminaran diciendo que fue solo una leyenda urbana.
El primer Reality show por llamarlo así, aunque en realidad de real no tiene mucho y no deja de ser más que un simulacro y una simulación manipulada con guiones y situaciones premeditadas desde fuera con la finalidad de llevar a los participantes a el límite de sus emociones y lograr así situaciones irresistibles a el morbo del espectador, fue Big Brother, idea de John De Mol y su empresa Endemol en Holanda en 1999. Desde entonces centenares de temporadas y muchos países lo han replicado, adaptando el show a su idiosincracia, otros shows similares han tenido también mucho éxito, sobre todo los que se tratan de sobrevivir en espacios inhóspitos o de conseguir pareja al parecer son los favoritos del público. Historias ficticias pero que no son muy distantes de la realidad como “El juego del Calamar” o “Los juegos del hambre “ han obsesionado a el público que enloquece con la fantasía de jugar con piezas humanas o peor aún, ser una de esas piezas”.
Este voyeurismo legal y permitido nos permite liberar nuestro fetiche con el consuelo de que las personas observadas otorgaron su consentimiento y sintiendo que es tan normal y sano que incluso hay un show de televisión para poder ver lo que hacen estas personas las 24 horas del día y sentir que estamos tan cerca de ellas sin que lo sepan que podemos saber más de ellas que ellas mismas en determinados momentos.
¿Qué hace esto tan excitante? Me encantaría que alguien me lo explicara a detalle, porque estoy segura de que a todos nos encanta saber lo que hacen las demás personas y prueba de ello son las redes sociales. Conozco gente que presume de no interactuar en redes y puede ser que en efecto no publique nada pero siempre estará allí para ver lo que hacen los demás si no, no las tendrían. Y aunque a mí no me parece interesante un programa como “La casa de los famosos”, confieso que si las personas observadas tuvieran pláticas libres sobre temas de mi interés que ocasionaran verdadera polémicas como preferencias políticas, creencias religiosas, opiniones sobre conflictos mundiales, secretos sexuales, historias traumáticas de la infancia, etc., allí estaría yo pegada a la televisión porque nos guste o no reconocerlo, fetichistas somos todos.
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