Quienes me conocen bien o por encimita, de hace muchos años o recién, saben que simpatizo desde siempre con el movimiento que impulsó quien hasta ayer a media noche fue Presidente de México. Jamás negué en reuniones sociales ni en escenarios laborales mi preferencia política, lo que no fue fácil y hasta el momento puedo asegurar con orgullo que siempre fui tratada con respeto por quienes piensan diferente a mí. Quiero creer que también hice lo mismo. Reconozco que tengo muchos más amigos que simpatizan y militan con la derecha que con el partido en el gobierno. Varias de las personas que más quiero en la vida son opositoras asertivas del sistema.
Acepto que tal vez algunas veces no fui tan cordial expresando mis ideas ni tan abierta al diálogo y, sin embargo, fui aceptada y respetada. Desde mi complicada introspección ofrezco una sincera disculpa a quien molesté o tal vez incomodé y ofendí con mis puntos de vista. Hasta hoy sigo en todos los chats de amigos y familiares, sean o no afines con mi opinión. Reconozco que en redes sociales borré a una que otra persona no por su preferencia política pero sí por sus comentarios racistas y ofensivos a quienes votaron por este gobierno refiriéndose a ellos (nosotros) de forma altamente despectiva, pero fueron muchos menos que los que me eliminaron a mí por el simple hecho de haber votado en contra de sus preferencias.
Hoy, concluye el sexenio que muchos apostaron que no llegaríamos al final. Por fin después de años de compañía en la lucha a la que muchas veces asistí de forma presencial y apoyé desde mi silla y con la única herramienta que cuento, que es mi pluma, una lucha y una ideología en la que creí desde el 2006 y creo, en la que muchos estuvieron de acuerdo conmigo y muchos no, en la que reconozco que dudo que haya convencido a nadie de pensar como yo. Por el contrario, mucha gente con la que compartía puntos de vista dejó de estar de acuerdo conmigo. Reconozco que la preferencia política es algo completamente personal, único e intransferible y que lejos de obedecer a la razón o a la preparación tiene que ver con una forma de ver la vida, con un ideal y con una historia sean estos puntos atinados o simplemente imaginarios.
Nunca he tenido ningún tipo de participación en la política, jamás he sido beneficiada con ningún favor de ningún tipo, nunca he ocupado ningún puesto público ni administrativo. Siempre he vivido de un negocio propio que nada tiene que ver con el tema político, por lo que he escrito jamás obtuve un pago y créanlo o no no disfruto de ningún apoyo social ni nadie en mi familia, excepto mi mamá que es adulto mayor y recibe su merecida ayuda. Mucha gente que conozco igual que ella se beneficia con distintos y justificados apoyos ya sean becas, créditos y ayudas o que me da muchísimo gusto porque por esto fue por lo que yo voté. Las promesas de campaña obviamente jamás las creí al 100%, hace muchos años que dejé esas fantasías infantiles de creer todo lo que a alguien se le ocurra prometer; siempre supe que yo no sería destinataria de ningún tipo de favor y que, por el contrario, como empresaria y como patrona iba a pagar la factura, que no fue barata, del aumento al salario mínimo que no solo se reflejó en los pagos nominales, también en los impuestos y en el seguro social, lo que quienes dirigen un negocio grande o uno chico como el mío saben de sobra.
Es más, con pena les digo que nunca he estado ni siquiera cerca de López Obrador ni de Claudia Sheinbaum ni de ningún mandatario de Morena, vaya, ni a pocos metros mucho menos saludarlo personalmente ni tener relación alguna. Yo voté por la cuarta transformación tal vez de forma irresponsable e ingenua como muchos piensan, pero con toda la esperanza de que esta vez se diera prioridad a quienes durante siglos han soportado sobre sus hombros El Progreso del país, quienes han visto crecer privilegios de las clases altas sin beneficiarse en nada, de quienes han sido la base de una sociedad que creció y no se ocupó de ellos y con quien, creo yo, tenemos una deuda histórica. Yo me dejé convencer desde el principio por este ideal que en el último intento por fin tuvo un nombre y un eslogan: “Por el bien de todos primero los pobres”. Si me equivoqué o no, no importa, supongo que a estas alturas del partido no cambia nada, pero si las cosas no hubiesen salido como lo esperábamos hoy no estaría arrepentida porque en eso creí y para mí fue lo correcto. No me arrepiento para nada de haberla pasado mal como cabeza de un negocio donde cada mes llegaba el recibo del Seguro social. No creo que mis impuestos se hayan ido a la basura por haber sido destinados a apoyos sociales, al contrario, estoy en contra de ese argumento que tanto he escuchado sobre enseñar a trabajar y que para mí usan de forma defensiva y egoísta; no quieren reconocer que para trabajar primero hay que comer y tener las necesidades básicas cubiertas como las tuvimos los privilegiados de la sociedad que empezamos la carrera de la vida yendo todos los días desayunados a la escuela y sabiendo que nuestros padres pagarían nuestros estudios universitarios fuéramos o no buenos estudiantes. Creo que como en todo, la moneda tiene dos caras y que de alguna forma ser tantos años oposición me permitió escuchar una y mil veces todas las versiones.
Podría escribir todo un tratado de lo que me parece a mí o a los demás qué estuvo bien o mal en este gobierno y debatir cada punto. Yo en lo personal reconozco graves errores aunque confieso que los presentía y también reconozco muchos aciertos que no tienen que ser aspectos positivos para todos porque todos pensamos y vivimos distinto.
Lo mejor que para mí pudo pasar es que el gobierno estuvo en manos de el candidato que eligió la mayoría y eso es democracia: que el voto de todos los mexicanos contó lo mismo y que después de seis años las cosas tiene que haber sido lo suficientemente buenas como para que Mexico haya evolucionado de tal forma que el gobierno quede en manos de la primera mujer y con ella lleguemos todas, que por primera vez verdaderamente somos iguales ante la ley y que en mi tal vez inconsciente imaginario nunca más habrá una sociedad que nos vea como el sexo débil o como ciudadanos de segunda.
Como en todo, el veredicto final lo dará el tiempo y tendremos cada uno su versión de los hechos. Seguimos siendo compatriotas y miembros de una sociedad que nos necesita a todas y a todos, no hay de otra más que seguir trabajando y seguir empujando todos la carreta y renunciar un poco a nuestros propios intereses para preferir el bien común que al final y aunque muchos no lo crean es el principio de un bienestar real.
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