Multiculturalismo y universalismo son como el sístole y el diástole de la interacción humana; es imposible concebir un mundo justo, libre e igualitario que no incluya a ambos como piezas fundamentales para su funcionamiento.
Hoy concluimos este tema con la idea de proponer un equilibrio funcional entre multiculturalismo y universalismo y en su caso intentar encontrar una síntesis que los integre a ambos en una concepción lo más amplia y abarcadora posible, al mismo tiempo que más respetuosa con los derechos humanos y los valores éticos y morales más sensibles y apreciables.
Se trata de dos movimientos que parten de dos premisas en apariencia opuestas, paradójicas, contradictorias, pero que si pretendemos tener un mundo en paz debemos lograr conciliar. Multiculturalismo y universalismo son como el sístole y el diástole de la interacción humana; es imposible concebir un mundo justo, libre e igualitario que no considere a ambos como piezas fundamentales para su funcionamiento.
Mientras que desde la perspectiva multicultural todas las expresiones humanas son igualmente válidas, desde una visión universalista sabemos que si bien todas ellas son valiosas, existen criterios para analizar y en su caso desafiar las diversas visiones con el propósito de discernir cuáles de ellas son más respetuosas e impulsoras de la intimidad personal, la dignidad, la igualdad y la libertad.
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En el artículo donde hablé de multiculturalismo, vimos las dos visiones de liberalismo que Taylor consideraba posibles y sin duda para esta visión Humanista Multicultural Universal el la vertiente segunda la que da instrumentos al Estado para modular la interacción de las diversas culturas en vez de permitir que se excluyan mutuamente, como sucede en los esquemas que Taylor describe como Liberalismo 1 que corresponde con un neoliberalismo exacerbado que sólo favorece a los individuos en función de su jerarquía social, desprotegiendo a los que más lo necesitan.
En esta versión segunda se plantea un Estado comprometido con la supervivencia y el florecimiento de una nación entera, de tal modo que los derechos de los ciudadanos y su libertad individual se vulneren lo menos posible al entrar en contacto con diversas manifestaciones culturales. Dicha visión, si lleva a cabo con apertura y apego al respeto de los derechos humanos, favorecería la libertad y pondría límites a la opresión y el sometimiento de ciertos grupos sobre otros.
En países como el nuestro, llenos de manifestaciones culturales enriquecedoras, pero también de minorías excluidas como consecuencia de sus particularidades históricas, étnicas y sociales es indispensable una combinación de aceptación multicultural y sensibilidad universalista. Por un lado se trata de conservar las tradiciones y el respeto por las distintas culturas que aún perviven en nuestro suelo, pero al mismo tiempo se trata de acercarse a esas comunidades y otorgarles servicios, tecnología y posibilidades de desarrollo que jamás podrán experimentar desde el aislamiento.
Se trata de que al tiempo que trabajamos con ellos para preservar sus valores culturales, podamos compartirles los valores propios de la civilización occidental del siglo XXI que los enriquezca (modos de cultivo, maquinaria, bienes y servicios para sus comunidades, educación y un largo etcétera). Al mismo tiempo que es fácil caer en la insensibilidad de destruir las culturas precoloniales, también es fácil caer en la tentación de aislarlos y dejarlos congelados en el tiempo de tal modo que se conviertan en una especie de museo viviente, de exóticos y folclóricos habitantes de un pasado que hace mucho dejó de existir.
En este caso, si bien con sensibilidad y respeto a la tradición de cada pueblo, me inclino por la apertura y la comunicación entre esas culturas y la nuestra. Ninguna civilización –incluida la nuestra– ha sobrevivido y evolucionado desde el aislamiento. Como sociedad, a diario recibimos miles de estímulos de las más diversas procedencias y aquellos que se asimilan terminan por fortalecernos, aun cuando haya cambios y las tradiciones se modifiquen y eventualmente se pierdan.
La conservación de una cultura a partir del sobreproteccionismo y el aislamiento no es necesariamente un valor en sí mismo. La tradición que no se sostiene luego de cambios, es quizá porque llegó su tiempo de morir. Todas las tradiciones mueren, así son las cosas. Si algo podemos aprender de la historia es que las civilizaciones fuertes sólo sobreviven a partir del cambio, de la evolución.
Dichos cambios han permitido que emerjan nuevas tecnologías, nuevas comprensiones, nuevas herramientas, nuevas formas de gobierno, una mayor amplitud e igualdad. Si bien es cierto que es indispensable mostrar respeto por la diversidad de tradiciones y sensibilidad ante cómo los habitantes de ciertas culturas experimentan el mundo en que han vivido desde siempre, eso no imposibilita un diálogo, una apertura y descubrimiento y crecimiento mutuo a partir de la interacción auténtica.
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