En todo el mundo el titánico e inédito esfuerzo de la humanidad para producir, distribuir y aplicar un medicamento (una vacuna en este caso) supone un caos que es patente ya en España, por citar un ejemplo de un país con hondos e indisolubles lazos con México. España registra escándalos por funcionarios públicos que arbitraria y prepotentemente se vacunaron sin que aún les correspondiera. El caso ha tenido implicaciones políticas: dimisiones e intentos, los más ridículos, de justificación por parte de dichos servidores públicos, que van desde altos mandos militares hasta concejales de algunas provincias. Lo anterior sin citar el hecho de que la vacunación lleva un desfase con el calendario programado por el gobierno, mismo fenómeno que, por simple lógica, sucederá en la inmensa mayoría de los países, ya sean desarrollados o no, repetimos, por lo gigante e inédito del reto afrontado.
En México, ya se empezaban a dar los actos deshonestos y “gandallas” por parte de autoridades de distinto nivel y orden al “saltarse la fila”, y sin más, algunos con lujo cínico de publicarlo en sus redes sociales.
El presidente Andrés Manuel López Obrador se enfermó trabajando sin descanso, por cierto. No enfermó por estar en fiestas, reuniones, salidas a la calle innecesarias y viajes irresponsables, como una importante parte del azote de la pandemia en México tiene por origen. López Obrador podrá gustar o no, no se vacunó cuándo lo más fácil era haberlo hecho desde hace incluso meses, sin que esto, y lo afirmo a título personal, hubiera supuesto algo negativo para el país; al contrario, estoy convencido que la salud de un líder de las dimensiones de Andrés Manuel, máxime en un país con una tradición ultrapresidencialista y por ende, un sistema donde el famoso “estilo personal de gobernar” (del que tanto se ha hablado en México desde el homónimo libro escrito por Cosío Villegas, publicado durante el sexenio de Luis Echeverria) define en buena medida los destinos de la Nación en su conjunto, mismas circunstancias por las que en mi sentir personal, se debió haber vacunado. Razón de Estado y secreto de Estado caben y se justifican en un escenario como el que vivimos desde hace casi ya un año. Esto último, incluso, entraría en la línea de pensamiento y acción de AMLO: justicia por encima de legalidad. Sin embargo, el presidente decidió no hacerlo, tratando de poner un ejemplo al resto de mexicanos que pretenden aprovecharse de su situación económica, social o política para brincarse la famosa fila en el turno de la aplicación masiva de las vacunas, proceso que ya está en franca marcha en México.
Deseamos muchos millones, los más, la pronta y exitosa recuperación del presidente y, sobre todo, sirva su ejemplo para que poco a poco nos vayamos sacudiendo lastres como el clasismo, la prepotencia, la corrupción y la falta creciente de valores y empatía. AMLO se contagió como cualquier mexicano, de esos que son parte de la inmensa reserva moral que hay en el México del que habla el presidente y que engloba a todos los que, a diario y por la responsabilidad de llevar el pan de manera honrada a sus hogares, ponen su vida en riesgo jornada a jornada.

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