El Ser Humano es uno solo

Ya que todos los hombres y mujeres que habitan este planeta somos del mismo género y especie, todos nacemos libres e iguales y estamos provistos de la misma dignidad y valor profundo.

17 de marzo, 2023 El Ser Humano es uno solo

Ya que todos los hombres y mujeres que habitan este planeta somos del mismo género y especie, todos nacemos libres e iguales y estamos provistos de la misma dignidad y valor profundo. Este es un punto de partida común desde el cual podemos mirarnos a los ojos sabiendo que sin importar raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o nacionalidad, poseemos los mismos derechos y obligaciones en tanto humanos.

En la última entrega dimos pruebas científicas de que las razas son únicamente cambios adaptativos sutiles y que en realidad los seres humanos, todos, formamos parte de una sola especie. 

Ante la complejidad de definir el concepto de dignidad de manera positiva y clara, intentaré construir una definición hasta cierto punto negativa, al afirmar que la dignidad humana es aquella sensación íntima y personal que queda en cada uno de nosotros cuando nos son retiradas todas las categorías construidas –ética, cultural y biológicamente1– que nos distinguen, que nos separan, que nos diferencian: raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Eso que queda, esa sensación profunda y personal de existir, de ser nosotros, es nuestra dignidad, es el sustrato más elemental de nuestra condición de humano y que todos sin excepción la compartimos con la misma potencia y calidad. 

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En esa misma Declaración Universal de los Derechos Humanos ya citada, las primeras líneas del preámbulo explican la justificación del texto en su conjunto: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”.

Para Jürgen Habermas , como lo dice en el texto, El concepto de dignidad humana y la utopía realista de los derechos humanos, “la dignidad humana (…) constituye la ‘ fuente’ moral de la que todos los derechos fundamentales derivan su sustento”. Kant, como el más grande de los filósofos que se ocupó de este tema, afirmó que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para uso o beneficio de otros individuos, ya que dicha condición lo convertiría en una cosa, en un objeto. 

Una vez que podemos reconocer que todos los hombres y mujeres que habitan este planeta somos del mismo género y especie, todos nacemos libres e iguales, como de manera generalizada y convencional se aceptó en la Declaración de Derechos Humanos, y que estamos provistos de la misma dignidad y valor profundo, entonces tenemos por fin un punto de partida común desde el cual podemos vernos de frente y mirarnos a los ojos sabiendo que todos, sin importar raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o nacionalidad, poseemos los mismos derechos y obligaciones en tanto humanos.

Esta es una declaración muy importante porque implica que nadie está facultado, bajo ninguna justificación cultural, económica, política o religiosa para despojar, someter, esclavizar o denigrar a otro ser humano. Éste es el límite del multiculturalismo. Cualquier creencia, tradición, régimen, ideología que atropellen cualquiera de estas condiciones no tiene por qué ser aceptada y valorada en el mismo rasero que una creencia, tradición, ideología o régimen respeta esa condición profunda de lo humano y que permite y alienta un marco de libertad para que cada ser humano esté habilitado para construirse su propia versión de “vida buena”.  Esta es la función de mi propuesta de Universalismo. Tomar como base lo que nos iguala, lo que nos permite crear condiciones de desarrollo libre en un marco donde la voluntad del individuo sea respetada. 

Creo que es complicado no aceptar que dentro de la inmensa diversidad de las manifestaciones humanas, hay unas que promueven más este tipo de espacios y otras que los limitan. Desde luego que en la práctica hacerse de las herramientas para juzgar de una manera desprejuiciada y justa a las diversas manifestaciones culturales no es tarea fácil, pero estoy convencido que el trabajo complementario de la aceptación de la diferencia planteada por el multiculturalismo está incompleto sin esta segunda parte. 

Pero ¿cómo juzgar estas manifestaciones de una manera tan objetiva y razonable como sea posible? A mi gustaría proponer la visión ofrecida por el filósofo norteamericano Ken Wilber desde lo que llama Intuición Moral Básica, en la que afirma que: “La acción ética es aquella que aspira a proteger y alentar la mayor profundidad para la mayor amplitud2”.

Con esta definición asegura que una acción moral o ética lo es más en tanto más perspectivas se tomen en cuenta para juzgarla, entre más amplio sea el universo de aquellos que pueden manifestarse con ella, entre más se respete la libertad para que emerjan otras formas complementarias de acción y decisión sin atropellarse mutuamente, entre se tenga una visión más amplia que permita la existencia de otras visiones. Una cultura en su conjunto o una manifestación cultural en particular es más deseable, más ética y más moral en tanto en vez de considerar el interés de un solo individuo –pongamos por caso, los caprichos de un dictador o un monarca absoluto–, considere como prioritario el interés de todo un grupo –una nación, por ejemplo–, pero será aún más deseable si esta manifestación considera como fundamental el interés de todos los seres humanos, y lo será aún más si considera el bien de todos los seres vivos y lo será aún más sin tiene en cuenta la conservación y bienestar del planeta entero.   

Trataré de poner un ejemplo. Hasta hace muy poco en nuestra propia sociedad el único modelo aceptable de familia era la tradicional: papá, mamá e hijos. Y cualquier otra manifestación que no se ajustara a esta concepción era inaceptable e incorrecta. Sin embargo hoy nuestra cultura, sin abolir el modelo previo, acepta muchas otras variantes como igualmente correctas: dos divorciados con hijos previos que se unen y ahora la familia son ellos, sus hijos previos y los que lleguen a tener juntos o una pareja de personas del mismo sexo que deciden contraer matrimonio y todas la variedades intermedias y distintas que puedan darse. Este nuevo modelo no descarta ni resta valor al previo, pero contempla muchas otras alternativas que incluyen a más gente, con convicciones religiosas distintas, con visiones del mundo diferentes y todos entran en una nueva institucionalidad que hasta hace poco era impensable. 

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Desde la visión de Wilber, este segundo modelo de familia es ética y moralmente superior al de la familia tradicional, porque permite que más personas, con maneras de entender el mundo más diversas convivan institucionalmente y dentro de la ley de forma pacífica y constructiva, sin embargo esta conclusión es radicalmente contraria a lo que sostendría un hombre o una mujer que, por ejemplo, comprendan el mundo (y asuman su comprensión como única valiosa y aceptable) desde los valores cristianos tradicionales. Lo que para ellos sería una aberración (considerar este segundo modelo más ético y más moral que el que ellos defienden) para el resto de los ciudadanos sería un avance ético, moral y cultural deseable.

Pero también está el otro lado, el ejemplo contrario: una cierta cultura que tiene como “tradición” concertar los matrimonios por encima de la opinión y deseo de los cónyuges. En este caso, así en apariencia todos los involucrados estén de acuerdo, se trata de un modelo ética, moral y culturalmente inferior al que describíamos antes, en esencia debido a que los involucrados están siendo vulnerados en su libertad de decidir libremente con quien compartir la vida y la solidaridad/intimidad. 

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1 Cuando digo que son categorías “construidas” e incluyo características biológicas como la raza y el sexo, me refiero a que, en lo referente al sexo, no hay ninguna diferencia esencial entre humanos por ser varón o mujer, y al respecto de las diferencias raciales, se trata de características que se han perfilado a partir de procesos de evolución cuyo propósito ha sido adaptar a los distintos grupos humanos a los diferentes climas y ecosistemas que como especie hemos habitado a lo largo de milenios, pero que no hacen ser más ni menos humanos que quienes tengan una u otra característica exterior.

2 Wilber Ken, La visión integral, Segunda Edición, Editorial Kairós, 2011, Pág. 135.

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creces, es el futbol.  Desde la rivalidad nacional entre Chivas y América, algo alicaída en las últimas fechas, hasta sus cuatro “grandes”, pasando por el clásico regio entre Rayados y Tigres, con sus Pumas, Toluca, Santos, Atlas, con sus porras y sus barras, con sus colores y cánticos, no hay deporte que genere tanta afición en nuestro país como lo es el de los diez jugadores, un portero y un balón de por medio.  Aun y cuando su origen ubicado entre finales del siglo XIX y principios del XX no parecía nada prometedor, mismo que corresponde a los ingleses afincados en el país y a la vilipendiada (actualmente) élite mexicana con el Pachuca British Club, quienes comenzaron su práctica de forma rudimentaria, con el transcurso de los años ésta fue creciendo en adeptos y mejorando sus condiciones. El Club Guadalajara se fundaría en 1906 como el Union Football Club, el América en 1916, el Cruz Azul en 1927 y en 1943 llegaría la primera liga profesional. Décadas más tarde entrarían las televisoras más importantes del país a escena, potenciando su alcance. A lo largo de los años, hemos visto surgir y desaparecer equipos y jugadores tales como el famoso Campeonísimo, el América de Reinoso, los Pumas de Cabinho, el Necaxa de Aguinaga, el Toluca de Cardozo y muchos, muchos otros; selecciones nacionales, aún recordadas tanto para bien como para mal, han ido y venido como la del 70, la del 86, la del 94, la del 2006 y no cabe duda de que la afición continúa ahí al pie del cañón, observando, apoyando.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Interesante sería por otro lado analizar el por qué, dado que a través de los años el deporte de las patadas nos ha brindado más sinsabores y frustración que alegrías y/o victorias, sobre todo en el ámbito internacional. Siendo objetivos a lo largo de casi 100 años de historia, entre la etapa aficionada y la profesional, en nuestro país han surgido dos, quizás tres jugadores de futbol capaces de competir en alguno de los mejores clubes, en las ligas más competitivas del mundo. Capaces de ganarse un lugar. Capaces de dejar una huella indeleble en la historia. A nivel selección, nuestro país ha tenido un chispazo con su escuadra juvenil, la cual obtuvo la presea áurea en el año 2012 y dos con la mayor, que resultaron subcampeones en la Copa América del 93 y en la del 2001, hace 30 y 22 años respectivamente.  Y nada más.  Considerando que actualmente nuestro país suma casi 130 millones de connacionales, el hecho de que países como Holanda, Francia, Japón, Croacia, Corea del Sur y Marruecos entre varios más y de distintos continentes, con una fracción de nuestra población total y menos “futboleros” hayan brindado al mundo jugadores y selecciones de la más alta categoría y a nosotros nos siga constando sudor y lágrimas encontrar, cada cuatro años, a 11 fulanos que logren patear un balón medianamente bien, sin duda incita a la reflexión.   Hablando de manera general, el nivel del seleccionado nacional refleja el pobre nivel del torneo local: con sus numerosos extranjeros (algunos brillantísimos, muchos mediocres), con su tabla de puntos y sus repechajes, con su ascenso y descenso intermitente, con su liguilla y por supuesto, con sus jugosos contratos publicitarios. Con jugadores nacionales que en México valen millones de dólares (y así se venden o pretenden vender a algún incauto club nacional o extranjero) que en cualquier otro lugar valdrían cientos o decenas de miles y todo para jugar algunos pocos y calentar la banca muchos más. Con técnicos sobrevalorados sólo por el hecho de ser extranjeros. Con mafias de dueños y representantes. Con sus naturalizados. Y sus negocios y acuerdos turbios. Al mundo lo mueve el dinero y el deporte no es en sentido alguno una excepción.  A pesar o quizás derivado de lo anterior, resulta evidente que otros deportes con menos apoyo, difusión y presupuesto lo han hecho mejor: más mexicanos han triunfado en la MLB de los que lo han hecho en La Premier o en La Liga. ¿Qué podemos decir de Fernando Valenzuela, Aurelio Rodríguez, Adrián González, Vinicio Castilla, Jorge Cantú, Esteban Loaiza, Joakim Soria y Teodoro Higuera? Y en pleno 2023, tenemos que hablar de José Urquidy, Patrick Sandoval, Julio Urías e Isaac Paredes, entre muchos otros.   Sin embargo, el béisbol en México continúa siendo un deporte de nicho (31.6 millones de aficionados acorde con Nielsen), practicado y seguido en determinados estados del país (Sinaloa, Sonora, Coahuila, Baja California, Nuevo León, Yucatán, Campeche y la Ciudad de México) sin un alcance nacional. Irónico porque la primera Liga Profesional de Béisbol en nuestro país se instauró en 1925, casi 20 años antes que la de fútbol. Y cuenta, actualmente, con dos ligas competitivas: la Liga Mexicana de Béisbol y la Liga del Pacífico. Adicionalmente, para un país que comparte más de 3,140 kilómetros de frontera con los Estados Unidos de América, esta disonancia resulta curiosa, por decir lo menos: ¿por qué hay más aficionados a un deporte importado de Inglaterra que a uno estadounidense, en el que además somos buenos o muy buenos?  Recientemente el World Baseball Classic, donde la selección de Japón nos eliminó en un último inning de alarido, mostró al aficionado mexicano (de siempre y eventual) así como al mundo la gran actuación y nivel de jugadores como Sandoval, Arozarena, Meneses, Téllez. El WBC ratificó por enésima vez lo que son capaces de lograr deportistas profesionales comprometidos. Una buena actuación por parte de los relevistas (Urquidy, Gallegos, Cruz) y/o mejor ritmo por parte de Urías y no estaríamos hablando “sólo” de haber llegado a semifinales. ¿Alguien es capaz de visualizar al seleccionado mexicano llegando a las semifinales o incluso a la final de la Copa Mundial de Futbol?  A pesar de lo anterior, tras la eliminación del combinado tricolor todo volvió la normalidad y muchos, muchísimos perdieron el interés. Sólo unos pocos, los de siempre, siguieron el gran juego que brindaron estadounidenses y japoneses durante la final. Algo diferente de lo que ocurrió durante la Copa del Mundo, donde los aficionados siguieron los partidos restantes a pesar de la habitual eliminación de la selección mexicana temprano en el torneo. Y hablando de apoyo en materia de estímulos económicos, la diferencia entre ambos mundos es notoria: mientras que la selección mexicana de béisbol, al mando de Benji Gil, se llevó $1.5 millones de dólares por haber alcanzado las semifinales, la de futbol se embolsó $10.5 millones, también de dólares, por quedarse en la fase de grupos en Qatar 2022, comandados por el “Tata” Martino; de haber avanzado de ronda, se habría llevado $13 millones y en caso de haber sido campeones, $44 millones de billetes verdes.    El automovilismo es otro buen ejemplo de lo mismo.  A pesar de que existen muchos, pero realmente muchos mexicanos que se subieron al barco de la Fórmula Uno cuando Sergio Michel Pérez Mendoza pasó a formar parte de Oracle Red Bull Racing y con la reinstauración del GP de la Ciudad de México en el Autódromo Hermanos Rodríguez (con casi 400,000 asistentes en su última edición) lo cual siempre es bienvenido, una gran parte lo hizo más para obtener la selfie que por verdadera afición; muy pocos seguían la máxima categoría del deporte motor antes de eso y por supuesto, menos aún la carrera de “Checo” desde sus tiempos con Racing Point, Force India e incluso con la extinta Sauber y en GP2.   Y resulta inobjetable que el automovilismo en sus distintas categorías y datando desde finales de los años 50 y principios de los 60 (incluyendo LE MANS e INDY hasta NASCAR) nos ha brindado historias, triunfos y personajes extraordinarios: Pedro y Ricardo Rodríguez, Adrián Fernández, Moisés Solana, Héctor Rebaque, Jorge Goeters, Daniel Suárez, Luis “Chapulín” Díaz, Michel Jourdain, Patricio “Pato” O’Ward y muchos, muchos otros además del buen Sergio Pérez, quien con base en el esfuerzo y la dedicación logró hacerse de uno de los 20 lugares que existen en F1 y hoy, tras haberse ya celebrado el GP de Baréin y Arabia Saudita, está peleando por el campeonato de pilotos 2023.  En el ámbito olímpico pasa lo mismo: ¿cuántos mexicanos siguen las competencias/clasificaciones ecuestres, de marcha, clavados, halterofilia, tiro con arco, boxeo, etc.? ¿Cuántos medios las trasmiten? Muy, muy pocos, con excepción de las competencias oficiales, sobre todo Panamericanos y Olímpicos.  Y de ahí han emergido Joaquín Capilla con 4 medallas (1 de oro, 1 de plata y 2 de bronce), María del Rosario Espinoza (con una de cada metal), Rubén Uriza (una de plata y una de bronce), Raúl González, Paola Espinoza, Soraya Jiménez, Alejandra Orozco, Ana Gabriela Guevara (en lo que se convirtió ahora como funcionaria es otra historia), Fernando Platas, Germán Sánchez y otros varios. Muchas más preseas individuales de las que tiene la selección olímpica de fútbol en toda su historia. Ahora bien, ¿qué tanto impulso se les da a dichos deportes y deportistas? Poco o nulo, porque a pesar de sus éxitos, del esfuerzo y la disciplina, la derrama económica no está ahí. Por eso vemos a los atletas olímpicos vendiendo comida, boteando, organizando campañas en redes para costear los uniformes, viajes y equipo que la Comisión Nacional del Deporte y sus Federaciones no les proporcionan.  El verdadero negocio en nuestro país está en el deporte de los millones (de dólares y de aficionados) y la CONADE y la FMF lo saben bien. De acuerdo con el sitio Sportico, Apollo Global Management, una compañía estadounidense enfocada en los medios deportivos, estaba interesada en pagar $1.5 billones de dólares (la vigencia del contrato no fue revelada) a cambio de un porcentaje de los derechos televisivos de la Liga MX apenas el año pasado.  Como se puede apreciar, el futbol es un negocio redondo: uno que brinda enormes ganancias para jugadores, patrocinadores y asociados sin que requiera de ningún logro u objetivo cumplido en el corto, mediano o largo plazo. Acorde con el último estudio elaborado por la Liga MX, existen más de 98 millones de aficionados al fútbol en el país y otros 60 millones en EUA; lo cual implica que, hoy por hoy, hay más fanáticos futboleros que católicos en México.  El futbol mexicano es consumido y vende sólo por existir.  Alguna contratación aquí y otra allá. Un tour ocioso de “preparación” para venderle boletos a los paisanos en California o en Chicago. Una camiseta con algunas modificaciones en el diseño, un cambio de técnico por otro extranjero y listo, la misma mediocridad de los últimos 80 años preparada y envuelta para ofrecerse al mejor postor: el aficionado. Y obviamente éste la compra.  Te podría interesar: El cristianismo y la aparición del SIDA (ruizhealytimes.com) ¿Qué será aquello que, en nuestro inconsciente colectivo, empuja al mexicano a irle al Cruz Azul, al Necaxa, al Atlas, a equipos que no lograban hacerse de un título en los últimos 20, 30 o 60 años? ¿Qué hay en nuestro ADN que nos impulsa a ver un soporífero Mazatlán contra San Luis? ¿Será acaso la misma razón por la cual estamos acostumbrados a festejar nuestras derrotas “con la frente en alto”? ¿Al “ya merito”? ¿Al “si se puede”, que nunca puede? ¿Es que acaso tenemos una natural predisposición para el martirio y/o el masoquismo? Probablemente.    Socioculturalmente, los mexicanos estamos predestinados a la derrota más que a la victoria, en buena medida porque estamos más acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo que a la disciplina y la exigencia. Adicionalmente, nos identificamos más con el débil que con el fuerte. Nuestros descalabros son normales, previsibles y cualquier cosa que escape de ese funesto guión merece ser celebrado. Y esas filias y fobias son difíciles de erradicar. Algunos pocos lo han logrado, basándose más en sus propios niveles de exigencia, un notorio deseo de sobresalir y el talento individual que en el conjunto social que representan: Hugo Sánchez, Rafael Márquez y Javier Hernández, pero no es en absoluto lo habitual.  Ser parte de la élite del fútbol es mucho más que un largo contrato (que paga, se gana o se pierda), un buen sueldo, una casa en un country club, shopping en California o Arizona, firmar algunos autógrafos en el hotel o el aeropuerto y lucir bolsas de mano Gucci o Louis Vuitton como les encanta a nuestras “estrellas” futboleras, que parecen entender lo anterior como la cima del éxito. Y en buena medida probablemente lo sea, porque no exige mucho a cambio.   Sin ninguna duda, para mejorar el nivel de la liga, del seleccionado nacional y del deporte mexicano en general deberían darse cambios numerosos, de fondo: Difusión, impulso, promoción. Proveer de recursos, planes, objetivos, estrategias y metas en el corto, mediano y largo plazo. Un análisis puntual de sus fallas y carencias. Restructurar instituciones, eliminar vicios y mafias. Scouting. Una formación integral desde edades tempranas, como lo hicieron los equipos asiáticos, europeos y los mismos estadounidenses, ahora líderes en CONCACAF. Pero es difícil que esto suceda porque el deporte no es sino reflejo de México y sobre todo, de los mexicanos. Unos pocos individuos excepcionales que luchan y triunfan contra todo y contra todos (y quizás algo de suerte) y muchos, pero muchos más que se conforman con navegar en un mar de mediocridad. Y corrupción. Y favoritismo. Y xenofilia. Y negocios oscuros. Y dinero, muchísimo dinero.    Adicionalmente el futbol está ahí, siempre está ahí, disponible: como remanso de la ajetreada vida, los viernes, los sábados, los domingos, en casa o en el estadio, por más mediocre que sea, para entretenernos un rato. Para gritar, para llorar, para servir de catarsis. Para mantener un ciclo que involucra a futbolistas, técnicos, directivos y patrocinadores. Y para brindar uno que otro chispazo de brillantez en algún momento dado, aunque éste tarde años o décadas en llegar.  Y eso, para decenas de millones de aficionados mexicanos, es más que suficiente.  Mientras este penoso proceso se repite torneo tras torneo y mundial tras mundial (sea el técnico Ricardo Lavolpe, Javier Aguirre, Sven Göran Eriksson, El “Tata” Martino o Diego Cocca, dado que ese no es el problema fundamental, como tampoco las malas salidas de Ochoa ni la falta de contundencia de los delanteros ni el ya clásico #LaCulpaESDeLayún y otros hashtags parecidos) con o sin descenso, con o sin multipropiedad, un servidor continuará siguiendo con atención el desarrollo de la temporada de Fórmula Uno y el inicio de la temporada de béisbol, al tiempo que se pregunta: ¿por qué de entre tantos, el más popular y simultáneamente, el peor de los deportes nacionales es siempre el #$% futbol?  Quizás la respuesta resulta evidente pero todos (jugadores, directivos y aficionados) se encuentran muy cómodos con esa insultante mediocridad y están muy poco dispuestos a hacer algo para intentar siquiera modificarla, salvo a lanzar algunos abucheos ocasionales desde el anonimato que brinda la enormidad del estadio por parte de los últimos.  Nos leemos la semana entrante.  Twitter: @NavarreteFdo" ["post_title"]=> string(27) "¿Por qué el #$%& fútbol?" 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La producción y exportaciones de la industria automotriz reportó en febrero un crecimiento del 27.1 por ciento respecto al mismo periodo de 2022, impulsado por la demanda de vehículos ligeros en el extranjero, en especial los países de la zona del Tratado de Comercio México-Estados Unidos-Canadá, así como Alemania, además de crecimientos en el mercado nacional, informó el Gobierno del Estado a través de la Secretaría de Economía, con base en registros del INEGI.

La gestión del gobernador Sergio Salomón Céspedes Peregrina, continúa con acciones que generan certeza y estabilidad en el sector empresarial, siendo la entidad un referente nacional de esta industria y en los empleos que genera en la entidad.

Como ejemplo de ello, en Puebla durante febrero, se ensamblaron 34 mil 989 vehículos, mientras que, en el primer bimestre sumaron 66 mil 150 unidades, un crecimiento del 10.8 por ciento, superior a la media nacional del 6.07 por ciento.

A su vez, las exportaciones crecieron 30.6 por ciento con respecto a febrero de 2022, al enviarse al exterior 28 mil 316 vehículos ligeros, donde los principales mercados son Estados Unidos (13 mil 782 unidades y 48.67% de las unidades colocadas), seguida de Alemania (10 ml 655 vehículos y 37.62%) y Canadá con 2 mil 4 automotores, es decir, el 7.07 por ciento de las ventas de unidades del sector en el extranjero.

En el primer bimestre del 2023, las exportaciones de vehículos ligeros desde Puebla, ascendieron a 63 mil 511 unidades, un crecimiento del 23.05 por ciento, superando la media de la industria del 11.98 por ciento.

La Secretaría de Economía detalló que los datos del mes de febrero representan el 11.8% de la producción nacional y el 12.3% de las exportaciones nacionales, con lo que Puebla fue el cuarto lugar en producción y exportación de vehículos en el país. Por modelos, las camionetas tipo SUV fueron líderes en producción con 13 mil 271 unidades Q5 por parte de Audi México, mientras que la Tiguan de o Volkswagen sumó 11 mil 453 unidades, seguidas del Jetta con 5 mil 300 autos o y la Taos con 4 mil 965 automotores.

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El Club Guadalajara se fundaría en 1906 como el Union Football Club, el América en 1916, el Cruz Azul en 1927 y en 1943 llegaría la primera liga profesional. Décadas más tarde entrarían las televisoras más importantes del país a escena, potenciando su alcance. A lo largo de los años, hemos visto surgir y desaparecer equipos y jugadores tales como el famoso Campeonísimo, el América de Reinoso, los Pumas de Cabinho, el Necaxa de Aguinaga, el Toluca de Cardozo y muchos, muchos otros; selecciones nacionales, aún recordadas tanto para bien como para mal, han ido y venido como la del 70, la del 86, la del 94, la del 2006 y no cabe duda de que la afición continúa ahí al pie del cañón, observando, apoyando.     Te podría interesar: Hábitos (esenciales) de mi vida diaria (ruizhealytimes.com) Interesante sería por otro lado analizar el por qué, dado que a través de los años el deporte de las patadas nos ha brindado más sinsabores y frustración que alegrías y/o victorias, sobre todo en el ámbito internacional. Siendo objetivos a lo largo de casi 100 años de historia, entre la etapa aficionada y la profesional, en nuestro país han surgido dos, quizás tres jugadores de futbol capaces de competir en alguno de los mejores clubes, en las ligas más competitivas del mundo. Capaces de ganarse un lugar. Capaces de dejar una huella indeleble en la historia. A nivel selección, nuestro país ha tenido un chispazo con su escuadra juvenil, la cual obtuvo la presea áurea en el año 2012 y dos con la mayor, que resultaron subcampeones en la Copa América del 93 y en la del 2001, hace 30 y 22 años respectivamente.  Y nada más.  Considerando que actualmente nuestro país suma casi 130 millones de connacionales, el hecho de que países como Holanda, Francia, Japón, Croacia, Corea del Sur y Marruecos entre varios más y de distintos continentes, con una fracción de nuestra población total y menos “futboleros” hayan brindado al mundo jugadores y selecciones de la más alta categoría y a nosotros nos siga constando sudor y lágrimas encontrar, cada cuatro años, a 11 fulanos que logren patear un balón medianamente bien, sin duda incita a la reflexión.   Hablando de manera general, el nivel del seleccionado nacional refleja el pobre nivel del torneo local: con sus numerosos extranjeros (algunos brillantísimos, muchos mediocres), con su tabla de puntos y sus repechajes, con su ascenso y descenso intermitente, con su liguilla y por supuesto, con sus jugosos contratos publicitarios. Con jugadores nacionales que en México valen millones de dólares (y así se venden o pretenden vender a algún incauto club nacional o extranjero) que en cualquier otro lugar valdrían cientos o decenas de miles y todo para jugar algunos pocos y calentar la banca muchos más. Con técnicos sobrevalorados sólo por el hecho de ser extranjeros. Con mafias de dueños y representantes. Con sus naturalizados. Y sus negocios y acuerdos turbios. Al mundo lo mueve el dinero y el deporte no es en sentido alguno una excepción.  A pesar o quizás derivado de lo anterior, resulta evidente que otros deportes con menos apoyo, difusión y presupuesto lo han hecho mejor: más mexicanos han triunfado en la MLB de los que lo han hecho en La Premier o en La Liga. ¿Qué podemos decir de Fernando Valenzuela, Aurelio Rodríguez, Adrián González, Vinicio Castilla, Jorge Cantú, Esteban Loaiza, Joakim Soria y Teodoro Higuera? Y en pleno 2023, tenemos que hablar de José Urquidy, Patrick Sandoval, Julio Urías e Isaac Paredes, entre muchos otros.   Sin embargo, el béisbol en México continúa siendo un deporte de nicho (31.6 millones de aficionados acorde con Nielsen), practicado y seguido en determinados estados del país (Sinaloa, Sonora, Coahuila, Baja California, Nuevo León, Yucatán, Campeche y la Ciudad de México) sin un alcance nacional. Irónico porque la primera Liga Profesional de Béisbol en nuestro país se instauró en 1925, casi 20 años antes que la de fútbol. Y cuenta, actualmente, con dos ligas competitivas: la Liga Mexicana de Béisbol y la Liga del Pacífico. Adicionalmente, para un país que comparte más de 3,140 kilómetros de frontera con los Estados Unidos de América, esta disonancia resulta curiosa, por decir lo menos: ¿por qué hay más aficionados a un deporte importado de Inglaterra que a uno estadounidense, en el que además somos buenos o muy buenos?  Recientemente el World Baseball Classic, donde la selección de Japón nos eliminó en un último inning de alarido, mostró al aficionado mexicano (de siempre y eventual) así como al mundo la gran actuación y nivel de jugadores como Sandoval, Arozarena, Meneses, Téllez. El WBC ratificó por enésima vez lo que son capaces de lograr deportistas profesionales comprometidos. Una buena actuación por parte de los relevistas (Urquidy, Gallegos, Cruz) y/o mejor ritmo por parte de Urías y no estaríamos hablando “sólo” de haber llegado a semifinales. ¿Alguien es capaz de visualizar al seleccionado mexicano llegando a las semifinales o incluso a la final de la Copa Mundial de Futbol?  A pesar de lo anterior, tras la eliminación del combinado tricolor todo volvió la normalidad y muchos, muchísimos perdieron el interés. Sólo unos pocos, los de siempre, siguieron el gran juego que brindaron estadounidenses y japoneses durante la final. Algo diferente de lo que ocurrió durante la Copa del Mundo, donde los aficionados siguieron los partidos restantes a pesar de la habitual eliminación de la selección mexicana temprano en el torneo. Y hablando de apoyo en materia de estímulos económicos, la diferencia entre ambos mundos es notoria: mientras que la selección mexicana de béisbol, al mando de Benji Gil, se llevó $1.5 millones de dólares por haber alcanzado las semifinales, la de futbol se embolsó $10.5 millones, también de dólares, por quedarse en la fase de grupos en Qatar 2022, comandados por el “Tata” Martino; de haber avanzado de ronda, se habría llevado $13 millones y en caso de haber sido campeones, $44 millones de billetes verdes.    El automovilismo es otro buen ejemplo de lo mismo.  A pesar de que existen muchos, pero realmente muchos mexicanos que se subieron al barco de la Fórmula Uno cuando Sergio Michel Pérez Mendoza pasó a formar parte de Oracle Red Bull Racing y con la reinstauración del GP de la Ciudad de México en el Autódromo Hermanos Rodríguez (con casi 400,000 asistentes en su última edición) lo cual siempre es bienvenido, una gran parte lo hizo más para obtener la selfie que por verdadera afición; muy pocos seguían la máxima categoría del deporte motor antes de eso y por supuesto, menos aún la carrera de “Checo” desde sus tiempos con Racing Point, Force India e incluso con la extinta Sauber y en GP2.   Y resulta inobjetable que el automovilismo en sus distintas categorías y datando desde finales de los años 50 y principios de los 60 (incluyendo LE MANS e INDY hasta NASCAR) nos ha brindado historias, triunfos y personajes extraordinarios: Pedro y Ricardo Rodríguez, Adrián Fernández, Moisés Solana, Héctor Rebaque, Jorge Goeters, Daniel Suárez, Luis “Chapulín” Díaz, Michel Jourdain, Patricio “Pato” O’Ward y muchos, muchos otros además del buen Sergio Pérez, quien con base en el esfuerzo y la dedicación logró hacerse de uno de los 20 lugares que existen en F1 y hoy, tras haberse ya celebrado el GP de Baréin y Arabia Saudita, está peleando por el campeonato de pilotos 2023.  En el ámbito olímpico pasa lo mismo: ¿cuántos mexicanos siguen las competencias/clasificaciones ecuestres, de marcha, clavados, halterofilia, tiro con arco, boxeo, etc.? ¿Cuántos medios las trasmiten? Muy, muy pocos, con excepción de las competencias oficiales, sobre todo Panamericanos y Olímpicos.  Y de ahí han emergido Joaquín Capilla con 4 medallas (1 de oro, 1 de plata y 2 de bronce), María del Rosario Espinoza (con una de cada metal), Rubén Uriza (una de plata y una de bronce), Raúl González, Paola Espinoza, Soraya Jiménez, Alejandra Orozco, Ana Gabriela Guevara (en lo que se convirtió ahora como funcionaria es otra historia), Fernando Platas, Germán Sánchez y otros varios. Muchas más preseas individuales de las que tiene la selección olímpica de fútbol en toda su historia. Ahora bien, ¿qué tanto impulso se les da a dichos deportes y deportistas? Poco o nulo, porque a pesar de sus éxitos, del esfuerzo y la disciplina, la derrama económica no está ahí. Por eso vemos a los atletas olímpicos vendiendo comida, boteando, organizando campañas en redes para costear los uniformes, viajes y equipo que la Comisión Nacional del Deporte y sus Federaciones no les proporcionan.  El verdadero negocio en nuestro país está en el deporte de los millones (de dólares y de aficionados) y la CONADE y la FMF lo saben bien. De acuerdo con el sitio Sportico, Apollo Global Management, una compañía estadounidense enfocada en los medios deportivos, estaba interesada en pagar $1.5 billones de dólares (la vigencia del contrato no fue revelada) a cambio de un porcentaje de los derechos televisivos de la Liga MX apenas el año pasado.  Como se puede apreciar, el futbol es un negocio redondo: uno que brinda enormes ganancias para jugadores, patrocinadores y asociados sin que requiera de ningún logro u objetivo cumplido en el corto, mediano o largo plazo. Acorde con el último estudio elaborado por la Liga MX, existen más de 98 millones de aficionados al fútbol en el país y otros 60 millones en EUA; lo cual implica que, hoy por hoy, hay más fanáticos futboleros que católicos en México.  El futbol mexicano es consumido y vende sólo por existir.  Alguna contratación aquí y otra allá. Un tour ocioso de “preparación” para venderle boletos a los paisanos en California o en Chicago. Una camiseta con algunas modificaciones en el diseño, un cambio de técnico por otro extranjero y listo, la misma mediocridad de los últimos 80 años preparada y envuelta para ofrecerse al mejor postor: el aficionado. Y obviamente éste la compra.  Te podría interesar: El cristianismo y la aparición del SIDA (ruizhealytimes.com) ¿Qué será aquello que, en nuestro inconsciente colectivo, empuja al mexicano a irle al Cruz Azul, al Necaxa, al Atlas, a equipos que no lograban hacerse de un título en los últimos 20, 30 o 60 años? ¿Qué hay en nuestro ADN que nos impulsa a ver un soporífero Mazatlán contra San Luis? ¿Será acaso la misma razón por la cual estamos acostumbrados a festejar nuestras derrotas “con la frente en alto”? ¿Al “ya merito”? ¿Al “si se puede”, que nunca puede? ¿Es que acaso tenemos una natural predisposición para el martirio y/o el masoquismo? Probablemente.    Socioculturalmente, los mexicanos estamos predestinados a la derrota más que a la victoria, en buena medida porque estamos más acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo que a la disciplina y la exigencia. Adicionalmente, nos identificamos más con el débil que con el fuerte. Nuestros descalabros son normales, previsibles y cualquier cosa que escape de ese funesto guión merece ser celebrado. Y esas filias y fobias son difíciles de erradicar. Algunos pocos lo han logrado, basándose más en sus propios niveles de exigencia, un notorio deseo de sobresalir y el talento individual que en el conjunto social que representan: Hugo Sánchez, Rafael Márquez y Javier Hernández, pero no es en absoluto lo habitual.  Ser parte de la élite del fútbol es mucho más que un largo contrato (que paga, se gana o se pierda), un buen sueldo, una casa en un country club, shopping en California o Arizona, firmar algunos autógrafos en el hotel o el aeropuerto y lucir bolsas de mano Gucci o Louis Vuitton como les encanta a nuestras “estrellas” futboleras, que parecen entender lo anterior como la cima del éxito. Y en buena medida probablemente lo sea, porque no exige mucho a cambio.   Sin ninguna duda, para mejorar el nivel de la liga, del seleccionado nacional y del deporte mexicano en general deberían darse cambios numerosos, de fondo: Difusión, impulso, promoción. Proveer de recursos, planes, objetivos, estrategias y metas en el corto, mediano y largo plazo. Un análisis puntual de sus fallas y carencias. Restructurar instituciones, eliminar vicios y mafias. Scouting. Una formación integral desde edades tempranas, como lo hicieron los equipos asiáticos, europeos y los mismos estadounidenses, ahora líderes en CONCACAF. Pero es difícil que esto suceda porque el deporte no es sino reflejo de México y sobre todo, de los mexicanos. Unos pocos individuos excepcionales que luchan y triunfan contra todo y contra todos (y quizás algo de suerte) y muchos, pero muchos más que se conforman con navegar en un mar de mediocridad. Y corrupción. Y favoritismo. Y xenofilia. Y negocios oscuros. Y dinero, muchísimo dinero.    Adicionalmente el futbol está ahí, siempre está ahí, disponible: como remanso de la ajetreada vida, los viernes, los sábados, los domingos, en casa o en el estadio, por más mediocre que sea, para entretenernos un rato. Para gritar, para llorar, para servir de catarsis. Para mantener un ciclo que involucra a futbolistas, técnicos, directivos y patrocinadores. Y para brindar uno que otro chispazo de brillantez en algún momento dado, aunque éste tarde años o décadas en llegar.  Y eso, para decenas de millones de aficionados mexicanos, es más que suficiente.  Mientras este penoso proceso se repite torneo tras torneo y mundial tras mundial (sea el técnico Ricardo Lavolpe, Javier Aguirre, Sven Göran Eriksson, El “Tata” Martino o Diego Cocca, dado que ese no es el problema fundamental, como tampoco las malas salidas de Ochoa ni la falta de contundencia de los delanteros ni el ya clásico #LaCulpaESDeLayún y otros hashtags parecidos) con o sin descenso, con o sin multipropiedad, un servidor continuará siguiendo con atención el desarrollo de la temporada de Fórmula Uno y el inicio de la temporada de béisbol, al tiempo que se pregunta: ¿por qué de entre tantos, el más popular y simultáneamente, el peor de los deportes nacionales es siempre el #$% futbol?  Quizás la respuesta resulta evidente pero todos (jugadores, directivos y aficionados) se encuentran muy cómodos con esa insultante mediocridad y están muy poco dispuestos a hacer algo para intentar siquiera modificarla, salvo a lanzar algunos abucheos ocasionales desde el anonimato que brinda la enormidad del estadio por parte de los últimos.  Nos leemos la semana entrante.  Twitter: @NavarreteFdo" ["post_title"]=> string(27) "¿Por qué el #$%& fútbol?" 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