“Fui, soy y seré”, esa es para Rosa Luxemburgo la proclama de la revolución. Y con ello nos sitúa en la tesitura de que siempre es tiempo de lucha. Todas las revoluciones conllevan tiempos convulsos y complejos. Y la revolución feminista no iba a ser una excepción.
Las feministas deben enfrentarse a diario a un mundo que está pensado y organizado para subyugarlas. Y en esa lucha también se enfrentan entre ellas. Hemos visto en la última década encuentros y desencuentros entre feministas, así como maneras diversas de interpretar tanto la memoria como el proyecto feminista.
Eso ha sorprendido a mucha gente que, tal vez, consideraba que el feminismo es uno y que la lucha por la igualdad tiene un patrón sólido e invariable. No es así. Y que no sea así no solo no es un síntoma de debilidad, sino que ha de interpretarse como una señal de fortaleza.
El feminismo no es una ideología, como tampoco lo es el patriarcado: es más que eso. Es un sistema de vida cuyo principio rector es la igualdad entre seres humanos y, específicamente, igualdad por razones de sexo/género (al contrario que el patriarcado). Ese ideal de vida se defiende desde diferentes ideologías que pueden compartir simplemente esa idea básica que es la igualdad y disentir de otras ideas y aspiraciones, agendas y luchas.
La igualdad como principio rector en la vida
Y eso es lo que ocurre con el feminismo: ni está roto, ni partido, ni dividido. Está entero, tiene una aspiración a un mundo complejo por difícil. Y es difícil porque se enfrenta al sistema de vida que nos domina mundialmente y que tiene la desigualdad como principio rector de organización de la vida. Una desigualdad que, como todos los estudios y datos reflejan, es creciente en todos los ámbitos y condiciones. Y muy especialmente en relación a la desigualdad entre mujeres y hombres.
El informe de ONU Mujeres de finales de 2023 sobre el progreso del cumplimiento de igualdad entre mujeres y hombres (objetivo 5 de la Agenda 2030) es demoledor en este sentido: “Ninguno de los indicadores del objetivo 5 ha alcanzado la meta ni se está en vías de alcanzarla”.
Esto nos muestra un panorama devastador frente al que las propuestas feministas de transformación surgen como esperanza. Cualquier propuesta feminista habrá de atender, explicar y proponer cómo superar esa desigualdad, cómo alcanzar la igualdad. Y ahí se dan múltiples diferencias, según el marco de sentido del mundo que tengamos y el horizonte humano al que llegar. Trazamos caminos diferentes, estrategias diferentes y a veces partimos de puntos ideológicos diferentes.
¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo conseguir acercarnos, como la filósofa Celia Amorós dijo, a la justicia social? La igualdad entre seres humanos se puede declinar de muchas formas, y ahí es donde lo que más importa es que los diferentes feminismos dialoguen. Habrá posibilidades de acuerdo en algunas de las luchas, pero también surgirán puntos en los que el consenso será imposible. Y eso es la política.
Descalificaciones sin sentido
El feminismo, cualquier feminismo, y más cuanta más transformación busque es, por eso, lucha política. Un feminismo que anhele la igualdad entre mujeres y hombres, pero lo conciba dentro del marco liberal, necesita menos transformación y menos disputa que un feminismo que proponga la necesidad de la lucha de clases, por poner dos ejemplos en las antípodas.
Hay quien descalifica a uno u otro arrogándose la exclusiva de ser feminista y negando tal condición al otro grupo. Nada menos feminista que hacer del feminismo un club al que alguien da o niega membresía.
Recordemos las palabras de la activista Empar Pineda en la Jornadas Feministas Estatales de 2009:
“Hemos aprendido que la identidad de las mujeres es múltiple. No existe ‘la mujer’, sino mujeres con intereses diversos, incluso contradictorios. Antes teníamos una especie de feministómetro para decidir quién era realmente feminista. Ahora, con algunas mujeres puedes caminar tres kilómetros, con otras veinte y con otras cien, pero debemos ir juntas. Ese es el reto”.
Esas jornadas en Granada celebraban sus 30 años de vida. Había más de 4 000 asistentes y muchas formas diversas de entender y luchar por la igualdad. Las palabras de Pineda aludían a ello. Utilicemos la rabia para la lucha contra el patriarcado y no contra otras feministas, por más que disientan de nuestro proyecto.
El feminismo tiene una herencia muy rica, una genealogía que se amplía cada día con una memoria que ha de extenderse más allá del relato simplificado de las olas. Pero no tiene un testamento, como ya afirmó la filósofa Françoise Collin: es un legado abierto y, por ello, nacen feministas cada día, ven nuevos problemas y viven experiencias que otras feministas no vivieron.
La propia naturaleza litigante y subversiva del feminismo exige esa apertura constante, ese crear genealogía y herencia sin testamento.
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