El 4 de agosto de 1942, los gobiernos de México y Estados Unidos firmaron el Programa Laboral Agrícola (Mexican Farm Labor Agreement), mejor conocido como Programa Bracero. Éste permitía la inmigración temporal de trabajadores mexicanos para atender necesidades en el sector agrícola americano.
Este acuerdo garantizó condiciones de vida digna a dichos trabajadores entre las cuales podemos enumerar estándares mínimos de atención a su salud, alojamiento digno y alimentación suficiente, un salario mínimo de 30 centavos la hora y protección contra el servicio militar forzoso existente en esos días en esa nación con motivo de la Segunda Guerra Mundial. Garantizaba también que una parte de los salarios se destinaría a una cuenta de ahorros en México a nombre de cada trabajador participante en el programa. Al término de la emergencia causada por la guerra, el tratado se amplió con la firma del Convenio Laboral Migrante de 1951, aprobado por el Congreso de Estados Unidos como enmienda a la Ley Agrícola de 1949, convenio que fijó los parámetros oficiales del programa bracero hasta su término en 1964.
El pasado 26 de febrero, la SER de México anunció oficialmente que el lunes 1 de marzo los presidentes Biden y López Obrador sostendrían su primera reunión bilateral. Como asuntos de interés mexicano a tratar en la reunión, la cancillería mexicana enumeró los siguientes: (i) mecanismos de cooperación para atender las causas estructurales de la migración en el norte de Centroamérica y el sur de México, (ii) la pandemia de Coronavirus y sus estragos en ambos países y, (iii) áreas de oportunidad que presenta el T-MEC hacia una recuperación económica sostenible y más igualitaria de Norteamérica. A su vez, el Secretario de Estado Blinken mencionó en su reunión con Marcelo Ebrard, que los Estados Unidos pondrían sobre la mesa la preocupación del gobierno de Biden por las reformas contenidas en la Ley de Energía actualmente en discusión en el Congreso mexicano y la lucha mundial por abatir el cambio climático.
Enfatizando cuál es su prioridad, durante su gira por Zacatecas, el presidente López Obrador expresó que plantearía a Biden que se legalice la situación migratoria de los trabajadores mexicanos que quieran ingresar a ese país. Abundando, explicó que su propuesta sería similar a las condiciones del programa Bracero para obtener el ingreso legal de trabajadores provenientes de Centroamérica y de México para trabajar principalmente en el campo estadounidense. Enfatizó que su propuesta es factible dado que “según mis cuentas, la economía estadounidense va a necesitar entre 600 000 y 800 000 mil trabajadores por año que no los tienen a pesar de la automatización, de la robótica y del avance tecnológico, entonces es mejor que lleguemos a un buen acuerdo”.
Trágicamente, la expresión anterior muestra la visión del país que desea lograr nuestro mandatario. Un país en el cual los mexicanos trabajen en empleos de bajo valor agregado, y en actividades manuales o de servicio doméstico.
En su visión, López Obrador olvida que los casi 10 millones de mexicanos indocumentados que viven actualmente en EEUU (quienes envían casi 40 000 millones de dólares al año a sus familias en nuestro país) laboran en actividades que van desde ese bajo valor agregado que le agrada a él, hasta el alto valor agregado en la industria manufacturera o de servicios de esa nación; muchos a pesar de las difíciles condiciones que enfrentan dado su estatus de inmigrantes indocumentados. Nuestro presidente debería también recordar que pese al impacto negativo del COVID, casi 3 millones de mexicanos laboran en empleos de alto valor agregado en plantas ubicadas en nuestro país de la industria maquiladora, automotriz, aeronáutica, electrónica y otras relacionadas con exportaciones. Trabajadores cuya calidad laboral es utilizada por las compañías internacionales en que trabajan como ejemplo para el “benchmarking” de sus plantas ubicadas en el resto del mundo.
Finalmente, el presidente parece ignorar que el mundo de hoy es muy diferente al que existía en el año 1942. Producto de la falta de movilidad entre países y el impacto negativo en el mercado laboral americano por la guerra mundial, la escasez de mano de obra creó una situación favorable a la contratación de trabajadores mexicanos, situación que a partir de 1964 se revirtió. Aún si fuera verdad que Estados Unidos requiriese anualmente de 600 a 800 mil inmigrantes para satisfacer sus requerimientos laborales de bajo valor agregado, las condiciones de movilidad entre países (sobre todo una vez terminada la pandemia) y de abundancia de mano de obra ociosa en naciones del Caribe, África y Asia hacen que un programa bracero como el pensado por AMLO sea no solo obsoleto e irrespetuoso para nuestros trabajadores, también sea impráctico en el nuevo contexto internacional que enfrenta Estados Unidos.
Dos comentarios finales para reflexión sobre el futuro de nuestro país.
Primero, el presidente López Obrador desatiende su obligación como primer mandatario de México al olvidar que en esta primera discusión con Biden, su prioridad debería ser abogar por la legalización de los indocumentados mexicanos residentes en Estados Unidos. Segundo, el presidente debería impulsar en su conversación con Biden, un programa de incentivos conjunto México/EEUU para incrementar la inversión de empresas americanas en nuestro país bajo el marco regulatorio del T-MEC en áreas sectores innovadores como Inteligencia Artificial, Biología Sintética, Farmacéutica, etcétera, sectores que permitirían a México lograr no solo la generación de empleos de alto valor agregado, sino también de empresas que desarrollarían áreas del conocimiento que permitan a México volverse una nación innovadora en los próximos 30 años.
De no impulsar lo anterior, López Obrador demostrará inequívocamente que, para él, los trabajadores mexicanos solo son capaces de ejecutar empleos de bajo valor agregado como corresponde a la recolección de cosechas, la provisión de servicios manuales a los dueños de restaurantes y hoteles, o las actividades de limpieza y servicios generales domésticos. El México retroutópico que parece habitar en su mente.
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