En la entrega anterior hablábamos de que los cambios en la mentalidad del ser humano no se dan ni de manera automática ni de un día para otro. Por el contrario, son producto de una serie encadenada de hechos y circunstancias que van calando en la conciencia de los individuos y que posteriormente los llevan a actuar de formas novedosas.
Dijimos que las aldeas se transformaron poco a poco en pequeños centros urbanos que llegaron a concentrar cierta riqueza, que a su vez incentivó la evolución de los intereses personales, modificando de tajo la dinámica social de las comunidades.
Con el paso del tiempo, esa división natural del trabajo hizo aparecer dos clases sociales antagónicas. La existencia de la propiedad comunal facilitó que uno de los grupos, integrado por los jefes de esa comunidad primitiva y por los brujos y hechiceros, se transformaran en la clase dirigente.
Esta clase dirigente se fortaleció a partir de la expropiación de los excedentes agrícolas. Con ellos, no sólo lograban su sustento, sino que les daba el control del comercio y el intercambio con otras comunidades, particularmente aquellas que poseían bienes que no se producían en la propia, como podía ser cierto tipo de minerales como el cobre o el hierro.
Al final del día, esto se tradujo en un gran poder y los productores primarios se vieron reducidos al trabajo físico, pago de tributos y, desde luego, constituían la fuerza humana necesaria para el desarrollo del Estado, dirigido por una pequeña élite.
El hecho de tener las necesidades primarias cubiertas, favoreció el surgimiento de ese grupo dirigente, de forma particular, los brujos y hechiceros. Tomando relatos de tribus vecinas y buscando explicación a los hechos naturales y respuesta a las preguntas fundamentales acerca del origen de la existencia, comenzaron a tomar cuerpo las explicaciones míticas del mundo y del universo.
Prácticamente todas las culturas que evolucionaron a partir del comunismo primitivo, derivaron en una organización despótica; donde alguna modalidad de monarca era reconocido como líder máximo y su poder le era conferido de manera divina, por lo que era adorado como un dios. “Su divinidad –afirma George Thomson – es una idealización de la pérdida de unidad tribal efectuada en la mente de los hombres después de que sus relaciones sociales han escapado a su control”*.
Así surge el Estado. Este ejercía un poder total sobre los productos del trabajo comunitario, así como sobre las personas; las relaciones tribales son sustituidas por relaciones de clase. En este orden de ideas, los pertenecientes a la clase trabajadora ya no ocupan la tierra de labranza como miembros de la tribu, sino como súbditos del rey. Esto genera en las personas un cambio de perspectiva ontológica y todos aquellos mitos que mantenían la unidad de la tribu, toman fuerza y se concentran en torno a la figura del monarca, que alcanza, como ya se mencionó, nivel de divinidad. Con el tiempo y la repetición de los rituales sagrados, la gente llegó a creer que la monarquía era una institución que había existido desde antes del comienzo del mundo.
Al crecer, las antiguas comunidades se convirtieron en Ciudades-Estado. Estas basaban su poderío en el desarrollo de la agricultura a gran escala, así como la especialización de la artesanía, que incluía metalurgia.
Dentro de la elite, el clero se consolidó como clase dirigente, y con el tiempo se desarrolló una relación mutua de dependencia entre ellos y el monarca. Los sacerdotes le otorgaban legitimidad gracias a la gran autoridad moral que tenían sobre la mentalidad popular y el monarca, a su vez, les concedía mantener su posición de privilegio.
Con el paso del tiempo, esa acumulación desmedida de poder, generó estancamiento en las grandes culturas de la antigüedad. Esto podría aplicarse por ejemplo a Egipto y Mesopotamia. Y finalmente ese estancamiento derivó en la caída de esos grandes imperios. A pesar de los avances en diversas áreas, como la ingeniería, la química, la astronomía, las matemáticas, etcétera, los ideólogos de la época tuvieron que subordinar el conocimiento a la estructura de poder y de creencia que generaba el orden establecido. Llegado a ese punto, cuando el pensamiento no puede evolucionar más, el avance se detiene y empieza la decadencia.
Este es el caldo de cultivo que da lugar al nacimiento de la democracia ateniense, pero de eso hablaremos en la siguiente entrega.
Instagram: jcaldir
Twitter: @jcaldir
Facebook: Juan Carlos Aldir
Thomsom, George. Los primeros filósofos, PyV/UNAM, México, 1988, Pág. 84
Te puede interesar:
Las Carreras de Caballos con Apuesta. Una Propuesta para Crear Muchos Empleos en el Próximo Gobierno
Presupuesto educativo. Obras y no buenas razones
Si quieres conocer el valor del dinero, trata de pedirlo prestado – Benjamín Franklin
noviembre 21, 2024IMPULSA CLAUDIA SHEINBAUM UN GOBIERNO CON ENFOQUE HUMANISTA: SERGIO SALOMÓN
En México, la desigualdad y división que existían en el pasado van quedando atrás con una autoridad con enfoque...
noviembre 20, 2024BUSCAMOS QUÉ DEJARLE A PUEBLA, NO QUÉ LLEVARNOS: SERGIO SALOMÓN
“Mientras funcionarios de anteriores administraciones, en la recta final de su periodo, buscaban favorecerse, nosotros (actual autoridad estatal) buscamos...
noviembre 20, 2024La sombra de Trump eclipsa el G20: aranceles, más muros e intervencionismo para México y América Latina
Arturo Santa Cruz Díaz Santana Profesor-Investigador especializado en América del Norte, regionalismos y teoría de las RRII, Universidad de...
noviembre 20, 2024