Cultura de la cancelación o desarrollo moral

“Cancelar” toda expresión e idea que no vaya en el sentido del discurso hegemónico conduce inevitablemente a la intolerancia y la discriminación.

22 de abril, 2022 Cultura de la cancelación

Un dilema de nuestro tiempo: escoger entre la “cultura de la cancelación” o aceptar que vivimos en un mundo diverso y plural. En esta realidad compleja siempre habrá desacuerdos, tensiones y resistencias; pretender resultados artificiales a partir de la intolerancia y de una corrección política exacerbada, entrega como resultado el conflicto y la decadencia. 

El principal dilema que enfrenta la “cultura de la cancelación” consiste en que al intentar suprimir todo aquello que no nos gusta y nos incomoda, rechaza la posibilidad de asumir la aceptación plena necesaria para vivir en un mundo diverso, donde los cambios reales tienen lugar, no a partir de la censura o la prohibición, sino como consecuencia del desarrollo auténtico de la moral, tanto individual como colectiva. 

Desde luego que hablar del desarrollo de la moral, en una cultura que defiende el principio de que todas las ideas son igualmente legítimas y respetables, implica un delicado conflicto. En especial porque se trata de una postura que no se sostiene en la realidad empírica, donde resulta evidente que no todas las posturas e ideologías son igualmente valiosas, y la “cultura de la cancelación” es una muestra irrefutable de ello: busca la igualdad, siempre y cuando pienses “como se tiene que pensar”, es decir, como indica la tendencia cultural dominante.  

El tema del desarrollo moral es amplio y complejo y no es susceptible de ser abordado a profundidad en este texto, sin embargo, tan sólo para fijar una postura, diremos que quizá toda construcción moral tenga algún nivel de valor, sin embargo será más deseable conforme más favorezca el desarrollo o la evolución del sistema en que será aplicada. 

Si echamos un vistazo al proceso general del planeta, de los ecosistemas, de las especies y de la propia civilización humana podemos comprobar que la evolución de los sistemas siempre se mueve bajo las mismas directrices, tendiendo hacia una mayor consciencia, complejidad, diversidad, amplitud, profundidad, auto-organización, diferenciación, especialización, progresión y nunca al revés. Esto no significa que las especies no se extingan o que los sistemas no colapsen tras alcanzar una entropía que los agote, sino lo que muestra es durante sus periodos de desarrollo, siempre sigue estas directrices tendientes a la complejidad, la diversidad y la especialización.

Atendiendo a esta tendencia, y tratando de simplificar hasta lo máximo, el desarrollo moral humano se caracteriza por un incremento gradual de la empatía entre individuos y colectivos y una complejización de las relaciones humanas a partir de la interacción recíproca entre elementos culturales cada vez más diversos, sofisticados y especializados. 

Es cierto que a lo largo de la historia humana ha habido muchas civilizaciones que por una razón u otra –guerras, invasiones, conquistas o simple agotamiento de recursos humanos o naturales– han desaparecido, pero siempre las diversas civilizaciones que persisten, en oposición y conflicto entre sí en busca de imponer su hegemonía, poseen –quizá en ocasiones pasando por periodos oscuros de involución– una mayor complejidad, diversidad, diferenciación y especialización que las civilizaciones hegemónicas predecesoras. 

Y esta misma dinámica podemos verla hoy con el choque de diversas posturas morales, muchas de ellas pertenecientes a cosmovisiones de épocas pasadas en interacción conflictiva con las posturas de mayor vanguardia. Y esa vanguardia, que en otro tiempo se fundaba en la expansión territorial, en la colonización de territorios ocupados por razas consideradas inferiores, en la idea de progreso, en la idea de soberanía e independencia, en la idea de industrialización, hoy se sostiene en la idea de la igualdad.   

Defender la igualdad como valor dominante es uno de los grandes avances de la historia humana y quizá la piedra angular para salvarnos como especie. La carencia de este potente valor atraviesa transversalmente los grandes problemas globales y los potencia: desde el cambio climático –donde el aire, los ecosistemas y la biósfera son de todos y para todos y dañarla a sabiendas terminará por convertirse en un delito de lesa humanidad– pasado por la desigualdad de oportunidades, la migración forzada, el tráfico de personas y todas las variedades de discriminación y racismo –hacia la mujer, a las preferencias sexuales, a la etnia, al color de piel, etc.–. Sin embargo, de manera un tanto paradójica, la igualdad profunda, la que de verdad revolucionará la moral humana, se manifiesta desde la diferencia, desde la diversidad, desde la aceptación plena del otro, y, sobre todo, desde la empatía de sabernos parte de una misma especie que tiene en común la búsqueda del bienestar y de la realización. 

El objetivo es aprender a vivir esa paradoja sabiendo que habrá desacuerdos, tensiones y resistencias propias de cosmovisiones en contraste y, por eso pretender resultados artificiales, a partir de la intolerancia y de una corrección política exacerbada lo que consigue es retrasar las soluciones verdaderas.  

La “cultura de la cancelación” busca suprimir con leyes y con acciones colectivas concertadas, conductas e ideas que se consideran opresivas e insultantes. Es verdad que en muchos casos parece una buena idea atacar la dimensión exterior del problema con un rechazo claro y estridente, pero para modificar de verdad el estado de las cosas no puede pasarse por alto atender las causas internas, casi siempre relacionadas con el hecho de que el “infractor” tiene aún interiorizada una cosmovisión moralmente menos inclusiva y diversa que la ostentada por vanguardia ideológica dominante. 

Aunque en principio puede sonar sensato eliminar, así sea por la fuerza, todo aquello que atenta contra los valores dominantes, esta práctica no sólo va en contra de la igualdad, sino algo mucho peor: va contra la evolución del sistema, es decir, en contra del desarrollo moral humano. Al cerrar el paso a las opiniones y reacciones diversas, generando un entorno de corrección política extrema, lo se que produce es un entorno cerrado que sólo se alimenta de sí mismo,  haciéndolo mucho más propicio para la entropía, la decadencia y la descomposición. “Cancelar” toda expresión e idea que no vaya en el sentido del discurso hegemónico conduce inevitablemente a la intolerancia y la discriminación; circunstancialmente dos de los principales flagelos que la propia búsqueda de una igualdad universal asegura combatir.

En respuesta a esta práctica la revista Harper’s Magazine publicó a mediados de 2020 una carta firmada por 150 figuras públicas entre maestros, periodistas e intelectuales de la talla de Margaret Atwood, Noam Chomsky, Salman Rhusdie o J. K. Rowling, que “lanza argumentos contra la “intolerancia hacia los puntos de vista opuestos, la moda del vituperamiento público y el ostracismo, y la tendencia a disolver problemas políticos complejos con una certeza moral que enceguece”1

Alertaban también sobre cómo esta supuesta protección, lo que hace es restringir el debate abierto y pedían preservar la posibilidad de desacuerdos de buena fe, sin que estos tuvieran consecuencias profesionales nefastas para quien los expresa. Aseguraban también que de ningún modo la cultura libre es perjudicial para los grupos sociales desfavorecidos; todo lo contrario, la cultura emancipa, mientras que la censura, por bienintencionada que parezca, es contraproducente. 

En la siguiente entrega cerramos este tema ofreciendo algunas posibles soluciones a este conflicto. 

 

Web: www.juancarlosaldir.com

Instagram:  jcaldir

Twitter:   @jcaldir   

Facebook: Juan Carlos Aldir

 

1 ABC Cultura, por Juan Carlos Delgado, “¿Qué es la <cultura de la cancelación>? La práctica de moda en la ultraizquierda”. 

Consulta: 19 agosto 2021

https://www.abc.es/cultura/abci-cultura-cancelacion-practica-moda-ultraizquierda-202007101339_noticia.html

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