A principios de los 60’s el Santos de Brasil hizo una gira mundial luciendo como el mejor equipo del momento, exhibiendo la magia de su…
A principios de los 60’s el Santos de Brasil hizo una gira mundial luciendo como el mejor equipo del momento, exhibiendo la magia de su futbol con el emblema del “Rey Pelé”. (Si hoy alcanzamos a ver el final de las carreras de Messi y Cristiano Ronaldo, veremos que sumando los goles que consigan ambos, podrán superar los que marcó Pelé).
En el inicio de su gira participó en un torneo pentagonal de la ciudad de México con el Independiente de Avellaneda, el campeón Oro, El Rebaño Sagrado y el Necaxa.
Su debut fue ante los rojiblancos del Necaxa y las apuestas versaban sobre el tamaño de la goleada que propinaría el equipo santista, cinco o seis goles cuando menos, y el simpático pero inconsistente equipo mexicano si acaso llegaría a meter un “golecito”.
El estadio universitario casi lleno se sorprendía que a los quince minutos el “Pato” Baeza estrellara un balonazo en el poste y perdiera la oportunidad de elevar a tres la ventaja que ya se tenía, el dominio necaxista sorprendió a los brasileños y los tenía contra su marco. El Rey calmó las cosas, impuso su ritmo semilento con ráfagas de velocidad, apagó el fuego inicial orquestando la constelación que le rodeaba, campeones mundiales, estrellas en plenitud, los nombres de Mauro, Zito, Laercio, Coutinho, Ney Blanco, Sormani y los demás, justificaban en la cancha la fama que los precedía. Controlaron la “enjundia”, dictaron cátedra y al final del primer tiempo el marcador mostraba un empate a dos tantos.
El medio tiempo dejaba en la tribuna un sabor agridulce mezcla de temor y esperanza, un grupo de mexicanos con refuerzos argentinos competían de tú a tú con el mejor equipo del mundo y podían ganar, la duda oprimía el pecho pero al menos ya se valía soñar cuando salieron a la cancha Morelos, Reinoso, Delacha, Ortiz, Peniche, Juárez, Evaristo… y el resto.
Partido de campanillas, el Chato Ortiz pone al frente al Necaxa con el tercer gol y pronto responde Pepe, –extremo izquierdo del Santos– para el empate; nadie pide ni da cuartel, Morelos y Delacha hacen emparedado de Pelé y tiene que salir del campo, la batalla está en pleno, los porteros se multiplican, la tribuna enronquece queriendo impulsar a los mexicanos a fuerza de gritos. Si Alighieri hubiera estado en la tribuna cuando su tocayo Dante Juárez anotó el gol del triunfo, le hubiera hecho un lugar en la Divina Comedia. Jorge Morelos preservó la victoria deteniendo tantos envíos brasileños que después quisieron contratarlo. No se fue; eran otros tiempos.
No hubo aficionado que no fuera necaxista esa noche, se acabaron cervezas, fritangas, refrescos y lo que hubiera alrededor del estadio, celebrar hasta pasadas las doce de la noche, era la primera vez que sucedía.
Este acontecimiento marcó un parteaguas en nuestro inconsciente colectivo. La expectación despertada, lo inalcanzable del triunfo; el impulso del estadio hizo que México se adueñara de la victoria. Muchas veces escuché “si el Necaxa pudo, yo también”. Era una revaloración de la mexicanidad que le llegaba al mexicano común y corriente que empezaba a creer en sí mismo.
Por desgracia, no hemos aprendido a valorar los éxitos fortaleciendo nuestro valor propio y consecuentemente, el valor acumulado de nuestra cultura, en cambio, las frustraciones históricas permanecen presentes y los resentidos profesionales las explotan tan bien que hacen que con facilidad se pierda el sabor del éxito actualizando e incrementando los resentimientos. Los perfeccionistas exigen más y cada vez más, llevándonos con sus exageraciones a apropiarnos de lo malo y menospreciar lo bueno. No importa que se hayan ganado la Copa Confederaciones, la Medalla de Oro olímpica, los campeonatos mundiales Sub 17, como no se ha ganado la Copa Mundial, nuestro futbol no sirve. No ven lo que hemos avanzado y que estamos en el camino correcto, que debemos mantenernos en él y los resultados llegarán; es suficiente observar la labor que se está haciendo en Pachuca para tomarla como un botón de muestra y ver que hay otros equipos que empiezan a imitarla.
Cuando quiere un mexicano consigue lo que se propone. Si queremos construir un nuevo país, tenemos que empezar con soñarlo; un país honesto, responsable, estudioso y trabajador; tan grande como queramos y después convertirlo en un objetivo. Tenemos metas para escoger conforme el medio en el que nos desarrollamos; ilusionarnos con gobernantes honestos, jueces justos, legisladores preparados y de buena voluntad, leyes y reglamentos aplicables, policía eficiente, buenos maestros, así podremos aterrizar un sueño y convertirlo en un objetivo de vida. Llevarlo a cabo es posible mediante la acción, la voluntad y el empeño, cambiar el concepto de que todo está podrido y reconocer lo mucho se ha avanzado y lo tanto que falta, para arrimar el hombro desde cada trinchera y eliminar la omnipresente corrupción. Empezando por el individuo, por uno mismo, por nuestro ambiente, no sólo en conceptos sino en hechos. ¿Cuánto censuramos a un funcionario por utilizar un helicóptero para servicio personal? Y lo mismo hacemos desde la computadora que nos proporciona la empresa para trabajar y empleamos horas de trabajo desde nuestro Facebook o Twitter. Para lograr el cambio que decimos desear tenemos que comprometernos con él, demostrando con nuestros hechos lo que proponemos con nuestros dichos.
Congruencia es la clave. El triunfo está al alcance de nuestras manos, basta con que realmente lo queramos.
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