Con seria dificultad podríamos encontrar un escenario más propicio para la derrota democrática del PRI que el que se dio…
Con seria dificultad podríamos encontrar un escenario más propicio para la derrota democrática del PRI que el que se dio en Coahuila en las recientes elecciones: doce años de gobiernos evidentemente corruptos, endeudamiento desproporcionado, ausencia de obra pública, multitud de exfuncionarios prófugos, crecimiento de la delincuencia en todos los órdenes, cuadros políticos aparentemente marginados a nivel nacional, descontento generalizado.
Estas circunstancias fueron lastimosamente desperdiciadas por la oposición, encabezada por el PAN, al final de cuentas el PRI se alzó nuevamente con la victoria, a ciencia y paciencia de todos los negativos, mediante el respaldo del gobierno, utilizando la infraestructura partidista valiéndose de todas las argucias y triquiñuelas legales a su alcance.
Lo que en realidad propició la no victoria de la oposición fue la actitud sobrada de los contendientes, la certeza de la preferencia de los votantes, la falta de humildad con la que se trató al público elector, la sobrada certeza de la validez de sus argumentos. Su grande soberbia los perdió.
Es fácil extrapolar lo sucedido en Coahuila a la elección nacional. Los ingredientes están servidos, la receta es la misma, el cocinero es el mismo, el resultado tiene que ser el mismo.
Si el apodado “joven maravilla” permanece en su actitud de autosuficiencia, considerándose el único dueño de la verdad, descubridor del agua tibia e inventor del hilo negro, con certeza no saldrá vencedor en la contienda.
Ciertamente tiene grandes cualidades y ha logrado muchos buenos resultados, sin embargo, le ha hecho falta quien le murmure al oído al recibir el incienso: “así pasa la gloria de este mundo” y no se ha liberado de una de las mayores fallas de actitud dominante en la clase política mexicana, la falta de congruencia entre discurso y actuación; servirse del poder y no usar el poder para servir, despreciar la experiencia en aras de la renovación, no practicar lo que predica.
Recuerdo una anécdota del tiempo de la expropiación bancaria cuando uno de los expropiados visitó al político que usurpaba el que fue su despacho durante varios años y al terminar las aclaraciones objeto de la visita le comentó al nuevo director del que fue su banco que uno de los objetos de ornato de ese lugar lo trajo del extranjero y le agradaría mucho conservarlo, que ya estaba totalmente depreciado y le tenía aprecio, la respuesta del funcionario fue en el sentido de que con gusto le permitiría llevarse el objeto en cuestión, siempre y cuando cubriera el importe como obra de arte que tenía en ese momento, “no puedo deshacerme con facilidad de mis cosas”.
Así pasa con todos los bienes y derechos que pasan a la esfera de dominio de un político, el hombre los considera de su propiedad, con derecho al uso y al abuso, exactamente lo que Ricardo Anaya ha hecho con los puestos que ha ido escalando en su ruta de ascenso al poder, demostrando al final el objeto de su ambición.
Desaprovechó el momento ideal que motivó su propuesta, la formación del frente se antojaba el medio apropiado para alcanzar la presidencia, pero fue un reto demasiado alto para la capacidad de Anaya, cegado por la luz brillante que despide la posibilidad de alcanzar el anhelado puesto, se olvida de idealismos y lealtades, él “a lo que te truje”.
Taimado trata de ocultar sus intenciones jugando con deslealtad y autoritarismo sin buscar la unidad de su partido sino el apoyo a su persona, desperdicia la oportunidad que se le presentó al frente de aventajar a los demás partidos promoviendo con oportunidad el método para selección de candidatos, incluyente e igualitario, donde podría incluirse al susodicho como un competidor más y que vendería a propios y extraños una auténtica participación democrática, arrancando la contienda electoral con la ventaja de una opinión informada.
La fórmula empleada sólo creó división y desconfianza, lanzó al vacío el mayor capital político del momento y profundizó el rechazo de los perredistas al impedir la competencia de su representante.
A Ricardo Anaya le faltó lo que al carrizo, la esencia, la médula.
Inteligente hubiera sido provocar la unidad de la oposición y, cualquiera que fuese el resultado, esperar para el siguiente periodo, enriqueciendo su capital político con experiencia, madurez, equilibrio, difusión y proyección. Es demasiado pedir.
No dudo que dará una pelea ardua y terminará dignamente. Sus propuestas al menos son discutibles, será una campaña animada, pero le faltarán votos para la victoria.
La mayoría de los votos se emiten en función de los sentimientos del momento, cada elección crece el número de voto razonado y esta actitud mermará una cantidad importante de votos; los que necesitará para ganar y cuya soberbia desvió.
Vamos, es el inicio de la crónica de una derrota anunciada.
Al tiempo.
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