El Ejército mexicano, vía el Estado Mayor Presidencial, estuvo indirectamente relacionado en los hechos de la matanza a estudiantes de Tlatelolco en 1968. Al año siguiente, el Ejército también estuvo involucrado en el oscuro accidente de avión dónde perdió la vida el político priista Carlos Madrazo, ocurrido en el cerro “Pico del Fraile”, en las inmediaciones de Monterrey, ciudad de destino de dicho vuelo comercial, donde, entre otros, pereció el tenista internacional mexicano Rafael “El Pelón” Osuna.
El tabasqueño, Carlos Madrazo Becerra fue gobernador de su natal Tabasco. Había presidido al PRI, entonces aún partido único, con ánimos renovadores y democratizadores, por lo que se convirtió en un personaje muy incómodo al régimen. El entonces supersecretario de gobernación, y después presidente, Luis Echeverría Álvarez, pareciera haberse ganado el favor sucesorio de Díaz Ordaz al manejarle la información a su antojo, para magnificar o minimizar los problemas, a su conveniencia, para después resolverlos radical y definitivamente.
A todo esto, el más sonado último intento de asonada militar fue perpetrado por el General Saturnino Cedillo, en tiempos del presidente Cárdenas, mismo que terminó en un fiasco al ser ultimado dicho General traidor en la Ciudad de San Luis Potosí, a principios de 1939. Esta rebelión no fue tan problemática para el gobierno como sí lo fueron otras antes de consolidarse el régimen emanado de la Revolución Mexicana, como por ejemplo la Orozquista (Pascual Orozco) o la Delahuertista (Adolfo de la Huerta) o la comandada por el General Francisco Serrano en contra de la reelección de Obregón y que terminó en una carnicería humana, cerca de Cuernavaca; después hubo algunos disidentes civiles, como el icónico intelectual José Vasconcelos, o militares lo intentaron por la vía electoral, más que infructuosamente como Juan Andreu Almazan (1940) sucumbiendo contra el candidato del “Jefe máximo” de la Revolución, el General Plutarco Elías Calles, el Ingeniero civil Pascual Ortiz Rubio, y años después, el General Miguel Henríquez Guzmán, contendiendo con Don Adolfo Ruiz Cortines, también con resultados desastrosos; un periodo presidencial anterior, también lo hizo el abogado y diplomático Ezequiel Padilla, contendiendo contra el oficialismo que arraso en las urnas, Don Miguel Alemán Valdés.
El régimen posrevolucionario, pues, se había más que consolidado, funcionando como un bloque todopoderoso, al que desafiarlo, ya fuera por la vía armada o la electoral, no significaría más que rotundos fracasos o la muerte misma, tanto para los líderes que las encabezaron como para sus seguidores. Piedra angular del éxito del anterior régimen, lo fueron sin duda sus leales fuerzas armadas que a cambio de canonjías y privilegios de todo tipo, dejaron de tener un sector formal dentro del partido de Estado, como para reafirmar su carácter civil sobre el anterior predominante en política, el militar. Sobre el proceso de adición incondicional del Ejército mexicano al régimen, el escritor universal jalisciense Juan Rulfo, quien a escasas semanas después de un homenaje, en Palacio Nacional, ofrecido por el presidente López Portillo, se vio envuelto en un escandaloso malentendido con las fuerzas armadas mexicanas, ya que ofreciendo un discurso en la UNAM, Rulfo comentó que los golpes de Estado en México eran cosa del pasado “gracias a la corrupción y el enriquecimiento de los Generales”, citando también la famosa frase acuñada por Álvaro Obregón: “No hay general que se resista a un cañonazo de 50 mil pesos”. Y agregó un “pero ahora se los dan por millones, para mantenerlos quietos, se les dio a escoger entre poder y riqueza (…) que después de la Revolución proliferaron los Generales casi en igual número que los soldados, y que quienes ambicionaban ambas cosas (poder y riqueza, precisamente) eran asesinados, hasta convencerlos que era mejor vivir tranquilamente y ricos, que enfrentarse al difícil arte de gobernar (…)”. El escándalo ocasionado por Rulfo tuvo repercusiones en las más altas esferas. El mismo José López Portillo llegó a declarar: “Ningún soldado de la República es corrupto. Protesto enérgicamente contra quienes calumnian y difaman a nuestras fuerzas armadas”. Después se diluyó el escándalo luego de una réplica pública del propio Juan Rulfo, donde dejó en claro que sus palabras se habían tergiversado, pues él se había referido a los tiempos finales de la Revolución (es decir, su alusión era de carácter histórico), y a los regímenes actuales (por esos años) que dominaban América del Sur. La confusión, según Rulfo, tenía su origen en una mala traducción hecha por la agencia informativa estatal de la entonces Alemania Oriental (o RDA), rematando el escritor con un “espero que con estas declaraciones se aclare tan desagradable confusión”. No era lo mismo escribir ficción que un discurso público.
Asimismo, el último intento real de golpe de Estado militar, y que prácticamente fue silenciado el hecho por los medios de comunicación de la época, fue planeado por el General de División Celestino Gasca Vilaseñor, en el año de 1961, inmediatamente sofocado y detenido el citado líder más otras poco menos de 300 personas que se encontraban reunidas en el domicilio del General; el sistema funcionaba cómo relojito (ya el legendario Capitán Gutiérrez Barrios fue pieza clave en dicha operación), no se movía una hoja en el país sin que los aparatos de inteligencia estuvieran al tanto. La fracasada intentona no tuvo base social, a pesar de cierta represión ocurrida en dicho sexenio, contra electricistas y ferrocarrileros, principalmente, que entre sus exigencias estaba el democratizar la vida sindical, logro que hasta este sexenio se ha obtenido, para dimensionar lo fuera de tiempo que estaban sus demandas.
Otro intento de rebelión al gobierno mexicano, por parte del ejército, fue patético, cercano a lo cómico incluso, tan es así, que apenas y a una anécdota por muy pocos conocida llega. Un capitán en la administración del presidente Manuel Ávila Camacho, de nombre Benito Castañeda Chavarría, instructor de artillería adscrito al campo militar número uno de la Ciudad de México, llamó a una unidad de conscriptos a rebelarse contra el gobierno federal. El intento de asonada fue sofocado por oficiales de forma inmediata: el mencionado Capitán Castañeda fue detenido y sentenciado a la pena de muerte por un consejo de guerra sumario, ya que además, esto ocurrió cuándo México se sumó al conflicto mundial como aliado a las potencias que combatían al EJE (Alemania, Italia y Japón). Una vez informado el presidente Ávila Camacho de la sentencia, éste se mostró magnánimo, ya que los informes sugerían un desequilibrio mental del acusado, resultante de problemas familiares, por ello lo indultó en el acto, y ordenó, además, que ya estando de baja en el Ejército, se le dotara de un taller con todo el equipo necesario, para que Castañeda llevara a cabo el oficio de ebanista. Era más que claro desde entonces que en el régimen y los gobiernos emanados de la Revolución, no cabían más intentos de asonadas por parte de militar alguno. Sin duda, lo entredicho por Juan Rulfo, no carecía del todo de cierta veracidad, y en décadas, no se supo de intento rebelde ninguno, ni siquiera caricaturesco, como el del Capitán, convertido a carpintero, Benito Castañeda.
El Ejército mexicano de hoy en día está colmado de canonjías, contratos y encargos de toda índole. Esto tiene sus explicaciones: las fuerzas armadas, desde el fatídico año 2006 salieron de sus cuarteles a las calles, sin meditar en las gravísimas consecuencias, sin estrategia ni diagnóstico alguno. Esto hizo que cárteles criminales se acercaran a los militares, con intentos de corromperlos. La matanza de Iguala a estudiantes de Ayotzinapa sugiere que el batallón 27 tuvo algo que ver. Se intenta alejar a las fuerzas armadas de negocios sucios a cambio de negocios lícitos. Por otro lado, obedece el hecho al enorme poder económico que poderes fácticos acumularon en las dos últimas décadas, tal es este poder, que sin problemas cooptarían a algún alto mando militar, con el fin de un golpe de Estado al actual gobierno. Por todo ello, se intenta asegurar la lealtad total a nuestras instituciones, a la vez de alejar, como ya se mencionó, a las milicias mexicanas del canto de las sirenas de las sumas millonarias fruto de los negocios poco cristalinos.
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