El 19 de noviembre de 1984, a las 5:46 de la mañana, el piloto de un avión de la ya hoy extinta línea estadounidense PANAM, que se disponía a aterrizar en el aeropuerto ´Benito Juárez´ de la Ciudad de México, alertó atónito a la torre de control de una posible explosión nuclear. Lo que la tripulación veía, atónita y aterrada no era el hongo causado por una bomba atómica, por más parecido que fuera, sino una imponente explosión de gas de petróleo liquido llamada tipo “BLEVE” (por sus siglas en inglés) o “explosión de líquido en ebullición y vapor expandente”. Ésta se alzó a más de 400 metros de altura en medio de una zona habitacional densamente poblada.
La tragedia sucedió en una planta de almacenamiento de PEMEX construida a principios de los años 60 en el valle de San Juanico, poblado de San Juan Ixhuatepec, municipio de Tlanepantla de Baz, en el Estado de México. Ahí había seis tanques gigantes esféricos y 48 cilíndricos de menor tamaño, a partir de la primera explosión y durante 90 minutos se registraron otras 18 grandes explosiones. En total estallaron cuatro enormes esferas y 15 cilindros de gran tamaño, que cimbraron la tierra.
Cientos de bomberos de varios municipios vecinos y del entonces D.F. batallaron durante más de 18 horas con las llamas, en un esfuerzo mucho más heroico que prudente. Las víctimas mortales se estimaron en alrededor de 600, aunque la cifra real nunca se supo a ciencia cierta, mismas de las que solo pudieron ser identificadas menos de un 5%, y enterradas en fosas comunes. Hubo más de 60 mil damnificados y también más de 2000 heridos, muchos de ellos afectados y marcados de por vida. El fuego llegó hasta una distribuidora y embotelladora privada de gas L.P., donde más de 500 cilindros de gas doméstico volaron también por los aires, llegando algunos hasta a más de 100 metros de distancia. El resplandor de las explosiones más grandes se vio hasta lugares tan lejanos como el Ajusco, al sur de la Ciudad de México. Los sismógrafos registraron sismos menores en la Ciudad por la misma causa.
En un principio, los años siguientes a la tragedia, no se permitió la construcción de viviendas en un radio menor de 300 metros, pero con el tiempo la mancha urbana estaba ya, y está aún hoy, tan solo a unos cien metros de distancia de las mismas instalaciones.
Era tan sólo uno, uno de los muchos episodios trágicos del sexenio 1982 – 1988, encabezado por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado, que se sumó a otros, como la erupción del volcán Chinchonal, la quiebra de las finanzas públicas, heredada de la administración anterior de José López Portillo y sus terribles consecuencias, como la inflación galopante, luego los apocalípticos terremotos de septiembre de 1985, la muerte de su Secretario de Educación, e ideólogo del régimen, don Jesús Reyes Heroles, el huracán “Gilberto” en 1988, entre otros más.
Mañana, 19 de noviembre de 2020, se cumplen ya 36 años de aquel infierno, que hoy recordamos; dantesca desgracia, y fecha en que rendimos tributo a todas sus víctimas.
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