Una ciudad emblemática sin duda, la capital norteamericana, sede principal de historia y formación de nación, que de emergente, se convirtió en poderoso recinto de decisión democrática y centro de influencia en el orden mundial. Finalizaba 1944 y una Conferencia crucial, veía no solamente el final de una segunda guerra mundial, veía la necesidad de ordenar un mundo dañado en su infraestructura y su moral. Así, daba inicio la Conferencia de Bretton Woods para incorporar acuerdos de 44 naciones y diseñar un sistema monetario estable que permitiera el tránsito de bienes y servicios bajo el amparo del dólar estadounidense como cambio oficial. Asimismo, para agilizar proyectos de reparación patrimonial de ciudades y naciones por igual, de daños ocasionados por la guerra, se creó el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que ha trascendido como Banco Mundial. También, se contempló el amparo de proyectos de desarrollo y esas tareas fueron encomendadas al Fondo Monetario Internacional, una especie de fiduciario que a su vez creó Derechos Especiales de Giro, DEGS, que en cierto modo, constituían depósitos de las naciones miembro, para ser usados en ocasiones de emergencia, incluídos desastres naturales.
Así transcurrieron décadas de equilibrio presupuestal, sin descuidar un aspecto primordial: la sede, Washington. Recordemos que la guerra tuvo lugar del otro lado del mar y del mundo, si ubicamos su fin en Hiroshima y Nagasaki en 1945. El control natural de las finanzas internacionales radicaba en Washington si damos crédito a la poderosa sede de las decisiones torales, pero Nueva York por igual, si concedemos la verdadera concentración de capitales, una vez la paz mundial imperaba. Era el turno de la Banca de Inversión, que superaba la tradicional Banca Comercial, concepto que fue retomada años más tarde por el mercado londinense del euro dólar, en 1974, ante el embargo petrolero de nueve naciones, OPEC, por sus siglas en inglés.
Con el tiempo, las barreras comerciales rindieron su infructuosa insistencia en la protección de las economías para dar paso a las economías abiertas y la franca cooperación de ventajas comparativas y valores agregados para comerciar. Se borraban las autosuficiencias para tomar ventaja del potencial doméstico sin considerar el producto terminado. Importante fue la consideración de competir sin productos terminados, toda vez que estos vendrían en demanda natural sin importar el país de origen en la oferta. Con esto, los precios finales de consumo serían los mismos en los países adherentes a este esquema.
Pero, nunca falta una alteración que disloca no solamente las reglas y normas en constante revisión, como proceso de adaptación a los imprevistos naturales y a las adecuaciones de escasez, desastres naturales u otras manifestaciones. Esa alteración llegó en enero de este año, con una elección jamás vista en la democracia norteamericana, con un hombre singular llamado Donald Trump. La alteración ha sido devastadora desde todos los ángulos. Washington ya no es la ciudad emblemática descrita anteriormente, es ahora la sede de decisiones que alteran el orden mundial. La referencia que hará historia es la Casa Blanca y un espacio reducido en ella, llamado la Oficina Oval, el asiento de un poder inimaginable, distante de un poder contestatario, porque no dialoga, distante de la consecuencia natural de sus acciones, porque no escucha y finalmente distante de cualquier otro poder, porque somete. Si se quiere buscar un fundamento, tal vez no exista en la lógica de protección natural de una economía, que casualmente es la número uno del mundo. Si queremos abundar en una obcecación revanchista de concesiones, como el mismo Trump la llama, para redimir prebendas que se consideran abuso, en su propio lenguaje, entonces nuestra respuesta puede adquirir cierto viso parcial, porque el escenario se ha situado en una dinámica incontrolable. Así lo menciono porque el control ya no radica en el mismo Trump. Y no es el sistema arancelario la raíz del problema, como tampoco lo es la respuesta de bloques comerciales; esa fase está trascendida. El verdadero juego es poder y en ello vendrán respuestas auténticas.
Trump ha abierto tres frentes y el primero, el doméstico, lo está perdiendo. Su popularidad se ha desplomado a niveles inferiores al 40 %, el índice de confianza del consumidor lo traiciona y el bolsillo de las familias ya padece consecuencias. Yo considero este último como crítico ante una sociedad de consumo. El segundo frente es el político y tiene un congreso alerta y cuidadoso de las consecuencias de provocar daño a mercados internos y escasas posibilidades de cambio de hábitos y lealtades de marca en el consumo. El crédito es otro considerando de importancia. A la Reserva Federal le está planteando un imprevisto en la captación fiscal y otro mayor en la dispersión de reservas inusitadas con un fantasma inflacionario importado. La tasa de interés es juego peligroso cuando el ingreso se ve afectado por falta de demanda habitual y escasez en la oferta. Por otro lado, las cadenas productivas ya sufren la carencia de insumos y no tienen tiempo para buscar mercados alternos.
Viene el tercer frente que es el que más importa, tanto a Trump como al mundo. Realmente, las consecuencias de ese frente internacional todavía no asoma un esquema completo y digno de análisis. La razón es muy sencilla, existen dos gigantes en el otro lado del hemisferio: Rusia y China. El primer gigante es un gigante debilitado en sus finanzas, el otro no. Rusia es predecible, China no. Ahí empiezan las diferencias, sobre todo cuando el acecho del norteamericano es transparente en esencia, no en acción. La distancia ya no es problema en estos días, la tecnología digital está inscrita tanto en la tierra, en los mares, como en el espacio. La fórmula simplista sería reducir el verdadero conflicto a minerales y gas natural. El conflicto trasciende lo material, el conflicto se contempla en el dominio. Trump no reúne empresas dispersas en el orbe en ese implante tecnológico que reúne cincuenta años; Trump reúne fuerzas. Se antoja como un movimiento antinatural y lo es. Es enunciado, desde luego, pero es enunciado con un fin, sabiendo que la planta y capacidad instalada no puede ser trasladada en su término de gobierno.
Me permito acudir, con su venia, a una segunda parte, para ampliar este texto. Gracias.
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