Trump. Washington. Segunda Parte

Hoy el mundo amanece con las ocurrencias de Trump y la luz se oculta con la incógnita del humor de Trump.

9 de mayo, 2025

Escribí que Trump abría tres frentes: el doméstico, que lo pierde con el consumidor norteamericano, por hábitos de consumo y por simple impacto en el bolsillo; en este capítulo habría que anotar que desde el 2008 con la crisis hipotecaria, el consumo individual no ha recibido alteración significativa alguna, tal vez con un descuento anual de inflación menor al uno por ciento por año.

En este cálculo se incluye la pandemia. El segundo frente lo mencioné como político, estrictamente en lo interno; sabemos que existe un bipartidismo en la democracia norteamericana, pero el control territorial unipartidista no existe como tal, de modo que la Cámara de Representantes, sin ser volátil, veleidosa es, porque el sentir norteamericano pulsa, la mayor de las veces, la orientación del clamor popular y este no favorece a Trump.

La hispanidad y otras minorías ya experimentan la insistente repulsión a su estancia, sin la prerrogativa continua de su aportación al producto en materia laboral.

La condescendencia fenece en la interrupción genófoba de un racismo por demás amparado desde los hechos del Capitolio que el régimen renovado en esa intemperancia grosera, renueva.

Es Trump, de cuerpo entero, es la significación de la denostación que usurpa el sueño americano para nadie más que para el americano, con rasgos anglo sajones y con una adherencia a un suelo que incuba preceptos raquíticos de pertenencia, de exclusividad y de supremacía.

El frente político de Trump reta la pertenencia pero no la herencia, porque en ella se condenaría solo por la simple razón de su cuna, que no exime al 90 % de una población migrante, de una población devota a su tierra, a sus encuentros fortuitos con la prosperidad y la bonanza del universo, que en esos días ignoraba la dimensión de llanuras fértiles, ríos, bosques y montañas.

La América de Vespucio se convirtió en la América de americanos advenedizos para capturar desde el gentilicio hasta las formas de gobierno, cierto, en una democracia representativa, sin calcular el devenir del imperio económico.

El dominio no es filosófico como tampoco lo es el éxito; las cosas en las naciones se dan en la oportunidad y no en el descalabro de las emociones. Viene el tercer frente, las monarquías trascendieron el orden norteamericano y fueron sepultadas para siempre.

La necesidad del desterrado sembró la semilla fértil de un sueño cimentado en la tierra y la libertad. Se cumplió. Perdura, sin duda, pero la igualdad sembró otros males en la discordia y en la misma igualdad. Hoy aflora esa igualdad, simulada tal vez, para distinguir a la corriente que expulsa naturales y la que agrupa naturales también, pero con rasgos de pertenencia de tan solo un siglo. En la era de las naciones el tiempo es insignia escasa de pertenencia, pregunten a un europeo.

Esta alocución la enmarco en relación al texto de mi primera parte de este ensayo, si se me permite llamar de esta manera a mi escrito, al tiempo de concederle una simple propuesta: Trump alude a un llamado de concentración de un acervo, respetable, sin duda, de una cobertura diseminada de virtudes norteamericanas en todo el mundo libre, por así denominar a un mundo receptivo de progreso.

Premisa válida hasta ahora. La recepción no fue gratuita, habría que anotar, hubo un costo y por consiguiente una regalía. Las reglas de oferta y demanda fueron cumplidas.

Trump no lo ve así, lo ve como un abuso de un mundo subrogado en una fase ignominiosa e improcedente y poco digna de tal subvención, de modo que todo esto debe ser recompensado y retribuido al gran donador que es la nación que hoy comanda.

Si la premisa suena exagerada, juzgue usted, pero yo no le encuentro otra connotación. La visión de Trump renueva una supremacía supuestamente extinta desde 1967 con el “I have a dream”de Martin Luther King.

Trump es impredecible, el mundo lo sabe, pero el pueblo norteamericano también. Apunté en mi primera parte, que Trump reunía toda la fase esquemática de su imperio, diseminado en el mundo, en forma corporativa, instalada y operativa por igual, para reclamar la verdadera pertenencia a su feudo y bajo su dominio en su propia tierra.

Esta tarea es imposible, ni en su término de gobierno ni en muchos más. La capacidad instalada fuera de territorio norteamericano es monumental y no es trasladable. Entonces…qué quiere? No creo que exista respuesta, al menos ninguna asertiva.

Interpretar una aserción de un gobernante en pleno siglo XXI, con las características autoritarias y visión hegemónica de Trump, resultaría en un ejercicio especulativo. Hoy el mundo amanece con las ocurrencias de Trump y la luz se oculta con la incógnita del humor de Trump.

Trump es territorial, sin duda, pero hay un capítulo que importa a los mexicanos, México es la extensión de un vocablo que incorpora innumerables pertenencias y sinsabores por igual, porque sensibilizamos el acecho y priorizamos nuestros males.

A los mexicanos nos invade una sensación de impotencia ante un mal gobierno, ante una indescifrable incompetencia y ante una intromisión flagrante del delito irredento en la función pública. No solamente lo palpamos, lo conocemos.

Parecería inconcebible que concedamos a un gobierno dispar como es el de Trump, disperso en su andar quijotesco e irreverente, como es, grotesco en su pronunciamiento y vulgar en su acepción, confiar en la redención de lo nuestro para rectificar el rumbo perdido en seis años y meses.

Aún así, lo concedemos y lo esperamos. Vaya fortuna de los mexicanos. Un final inesperado en la corrección de un populismo devastador, de un régimen anclado en en un pretérito abusador del erario y del dispendio. Y del delito. Vaya revancha, cifrada en un verdadero energúmeno, vocero de la sinrazón y el delirio, Donald Trump.

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Manuel Torres Rivera
Manuel Torres Rivera es egresado de la UNAM, de la Escuela de Contaduría Pública. También estudió Economía y recibió un grado de Master of Business Administration de la Universidad de Tulane. Ha dedicado gran parte de su vida profesional a la docencia y la consultoría. Es socio de Formación y Desarrollo Clave. Tiene pasión por el alpinismo y ha recorrido buena parte del mundo en esta actividad. También por los caballos. Ha colaborado en el programa de Eduardo Ruiz–Healy.

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