Después de dos años de esta tercera transición de nuestra etapa democrática es claro que no podemos esperar un cambio de rumbo en política económica, no al menos en forma voluntaria. Podríamos exponer antecedentes, citar excesos, que los hay en demasía, componer datos y traer del mundo ilustrado preceptos que en materia económica pudieran tener significado; el ejercicio se tornaría en inútil ante el cúmulo de decisiones que esta transición ha emprendido sin éxito. Tratar de explicar o justificar los yerros que han sobrepasado una dimensión de simple decoro de la vida pública, se convertiría en extensa arena infértil y llana.
La dimensión mencionada no era conocida en nuestro ámbito gubernamental, no al menos en este franco desperdicio de recursos de la nación ni en este abierto cobijo de impunidad. No existen causas como tampoco proyecto, no existe definición de rumbo porque tampoco existe ideología. Hubiéramos pensado que en algún momento era un intento de izquierda, nunca lo ha sido; de derecha desde luego no cabría en el discurso del antagonismo con la liberalidad o el neoliberalismo que se destierra en el pronunciamiento de cada mañana como una forma sistemática de descalificación, descalificación de un pasado constructor y visionario. Vivimos un conservadurismo inmerso en un pasado cimentado en propuestas fáciles y populistas.
Las razones de una inmersión al pasado, no el reciente, pudieran sostenerse en la precaria concepción de las fórmulas que vieron nacer una nación ávida de reconocimiento, ávida de participación activa en la inmensidad del progreso. Esa inmensidad fue conquistada, pero no con las fórmulas del pasado que nos brindó protección, que nos brindó la cautela que los tiempos requerían. Se logró con las reglas del nuevo orden mundial cifrado en el comercio, en los bloques que unieron sus ventajas comparativas y sus especializaciones. Es simple globalidad y México atendió al llamado no solamente con su apertura de fronteras, lo hizo con la gallardía de los años de preparación en su industria, en su producción y en sus márgenes probados en el exterior, en abierta competencia.
Entonces queda la interpretación de motivos para aislar a una nación que tiene una economía de significado en la primera docena del orbe. Tal vez la interpretación nos lleve a la esencia de una invocación errada de valores, de sustento equivocado de nación en la redención de su estirpe como si los siglos la hubieran ignorado. Tal vez también nos lleve a los orígenes y custodia imaginada del arraigo de la tierra y sus entrañas. Y más allá de sus entrañas nos lleve al celo y cautiverio de lo nuestro para lo nuestro. No queda más que interpretar que esta transición ignora el despertar de las innovaciones, ignora las formas de transitar al mundo que integra lo nuestro con todo aquello que incorpora bienestar y provecho de las mayorías sin alterar lo nuestro. Nos prefiere aislados.
Con esa mira equivocada hemos transitado en una verdadera calígine presupuestal. Con esa mira ancestral hemos desperdiciado dos años y una generación para recomponer el daño que ha causado esta transición. Desmantelar es una acepción que arroja una interpretación ligera del descuido intencionado de la vía institucional y del dispendio desbocado y sin sentido del tesoro nacional. No existe un causal, no existe un solo fundamento sólido que justifique el despilfarro. La cauda que arrastra una corrupción jamás vista es denunciada un día y otro también sin ninguna trascendencia. La improvisación imperante ofende las formas más simples de la vida nacional en donde se traspasan las mínimas reglas de la convivencia y la legalidad. Vivimos el tránsito de una arrogancia que desborda la soberbia.
Desde luego que el atropello inició en la economía, desde luego inició en las arcas y los fondos y las previsiones heredadas de gobiernos anteriores, en las prerrogativas depositadas en ese encargo de bienes que hace el fideicomiso. Desde luego que el primer descalabro fue el crecimiento económico, sumiendo todo precepto de la economía para destacar el entorno político; la política por encima de la economía enunció el presidente en sus primeras intervenciones. Los negocios públicos por encima de los privados. De los públicos, que no los hubiera si no se revierten las reglas de la participación activa para regresar a la función monopólica, queda uno, la Comisión Federal de Electricidad, y esta transición se empeña en acomodarle privilegios que aún diseminados, le provocarían mayores beneficios si no interrumpieran a privados que le maquilan producción barata.
Del otro negocio público que dejó de serlo en esta transición, Pemex nunca recuperará ningún ritmo productivo en tanto no se desechen las miras de la autosuficiencia y empeño en producir gasolinas como si estuviéramos en el siglo XIX. En tanto no se vaya del lenguaje gubernamental la concepción equivocada de rescate, el dispendio seguirá acompañando el fracaso de esta gestión de gobierno.
En México tenemos una ruptura en nuestra economía. La ruptura no es numérica aún cuando el dispendio estimado en setecientos mil millones de pesos en obras no prioritarias no es asunto menor; la trascendencia de un derroche que merodea la opacidad y transita en la incertidumbre, se transforma en un agravante de las finanzas públicas. La verdadera ruptura radica en la concepción de visión de futuro; existe una confrontación de fuerza económica y el peso del producto recae en el empresariado. Es clave pero no es suficiente. La diferencia central es la inversión, en claro margen que invitaría al gobierno a trabajar en paralelo, pero el gobierno no lo quiere así. El problema es que no lo quiere de ningún modo.
La ruptura tiene un compás de espera. Habrá que añadir que la espera no se circunscribe ni a esta transición ni a los cambios de humor del presidente, se circunscribe a la escena internacional y al respaldo de la misma a la empresa mexicana como engranaje de acuerdos y tratados con la primera economía del mundo y Canadá como refuerzo. Y otra parte del mundo que cuenta. Vendrá el cambio de rumbo, sin duda, pero como fue expresado en las primeras líneas de este texto, no será voluntario. Deseable no del todo, pero necesario. Veremos…
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