Presupuesto 2022 sin propósitos reales

La experiencia con esta transición en turno es que los presupuestos en realidad llenan el expediente que requiere la Cámara y ordena la Constitución; no existe, en la revisión de la Auditoría Superior de la Federación ninguna...

13 de septiembre, 2021

La experiencia con esta transición en turno es que los presupuestos en realidad llenan el expediente que requiere la Cámara y ordena la Constitución; no existe, en la revisión de la Auditoría Superior de la Federación ninguna prueba de seguimiento al orden presupuestal aprobado y son tantos los desvíos y tantas las asignaciones sin licitación que el desorden presupuestal es una constante. La deuda adquirida por esta transición reúne 1.4 billones de pesos y se espera otro billón más en este ejercicio que inicia en meses. 

Los proyectos emprendidos por esta transición, es conocido, no se encuentran en el espectro esperado de transparencia, tampoco de reunión de estudios de factibilidad y recuperación. El Presupuesto de la Federación los contempla pero el margen de maniobra de la Secretaría de Hacienda ve disminuida su capacidad en un 44% respecto del inicio de gestión en 2018. Esto significa que las opciones se reducen en cuanto al dispendio que se contempla en un solo ejercicio, pero sin garantías de conclusión. Resulta significativo que el orden cualitativo de estas obras magnas –en la visión del presidente- pueda ser abandonado parcial o totalmente por el orden cuantitativo: el fondeo necesario.

En el espacio anterior, se exponía la encrucijada para el presidente: seguir construyendo sin terminar o seguir repartiendo la riqueza de la nación. No se puede todo; el desgaste en rubros de salud, de violencia, de servicio de la deuda, de atención a desastres naturales ya rebasa niveles no de atención, de tolerancia. El discurso no reditúa, el anuncio anticipado de logros ya no se encuentra en niveles de credibilidad. Los planes mañaneros no conforman realidades; los anuncios y pronunciamientos no cubren las necesidades de situaciones tan elementales como medicinas y vacunas. La improvisación ya alcanzó al poder de convencimiento de una tribuna y un micrófono. La realidad ya supera las supuestas mediciones históricas del presidente, los récords inexistentes y las promesas no satisfechas.

El reparto mostró un rostro inesperado de rechazo en la convocatoria de Junio pasado; enfrenta poder de convocatoria con adhesión real por compra de voluntades. Enfrenta también índices de popularidad al levantar la mano por temor a la pérdida de la dádiva y sentimiento verdadero de buen gobierno. No son lo mismo. Las mediciones son engañosas pero al mismo tiempo otorgan licencia y carta abierta para no corregir un rumbo de fracaso que se piensa sostenido en una endeble medida de consulta pasajera y volátil. La cosa pública no descansa en supuestos, descansa en trayectoria y en hechos. Suman tres años las desavenencias con el capital, restan también los escasos pronunciamientos y el respaldo esperado a lo que realmente es nuestra nación, una economía abierta, una economía de competencia y finalmente una economía preponderante en el orbe. 

El discurso del presidente juega con conceptos, dispersos todos; en ellos asoma una intolerancia obsesa con el conocimiento y el progreso, en otros asoma cierta aceptación a prerrogativas de las que no puede escapar, como los tratados vigentes, como los términos de energías limpias y renovables y como las situaciones de comercio y dependencia de nuestra propia economía de bloque. La otra cara es la de la adhesión que no cesa, la cara de la empatía con naciones y economías perdedoras, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, economías totalmente prescindibles en nuestro esquema abierto e irrenunciable. Las líneas de confrontación diplomática con España y las provocaciones del enlace con Cuba no materializan en ninguna materia que signifique una respuesta de las potencias. Lo contrario ha sucedido, la respuesta viene en absoluto aislamiento de las propuestas del presidente y un reordenamiento de fronteras y situaciones laborales derivadas de un Tratado Comercial vigente. 

Las cosas han tomado un significado verdadero y un distanciamiento formal del capital en tres años de gestión. El crecimiento económico no llega, por más anuncios de superación; la deuda ya supera la mitad del producto y las carencias se multiplican. La pobreza aumenta en franco desafío al dispendio y reparto. La violencia se encuentra imparable y el combate al contagio ha sido un verdadero fracaso. Los anuncios persisten, no obstante, los pronunciamientos triunfalistas inundan la razón y ahondan la división entre la ciudadanía. La información se tergiversa con falsedades y aseveraciones irresponsables desde el poder. 

Se mezclan conceptos que confunden la vida nacional; se confunde soberanía con responsabilidad ante las emisiones de papel, deuda siempre, que desfiguran la proporción de una corporación como la petrolera que debe responder por sus acciones como empresa y  compromisos derivados de una política energética vigente en la exploración y en otros menesteres. No es prudente sentar las bases soberanas ante el reclamo de mercados y tenedores de bonos y otros instrumentos que rigen la vida y prerrogativas corporativas de una empresa de significado internacional y la asunción de deuda de un gobierno en tránsito. 

Los gobiernos, se insiste en este espacio con regularidad, reúnen pasos transitorios en la vida nacional; las corporaciones, sin menoscabo de la tenencia de sus acciones, son de vida infinita y obedecen a circunstancias estrictamente de mercados y no de política gubernamental. El paternalismo no cabe en circunstancias de competencia y ventajas comparativas de ninguna corporación. Tanto el paternalismo como la autosuficiencia son incompatibles con las metas de cualquier economía abierta. 

Si en los planes del presidente se encuentra lo que él mismo ha denominado rescate, hablando de Pemex, curiosamente al inicio de su gestión no era preciso rescatarla; tres años después, su rescate es improcedente ante su situación de quiebra. Y si en estos planes se encuentra una partida del presupuesto que menciona este texto, entonces no existe definición para el descalabro presupuestal que se avecina en este rubro y en la consecución de una refinería que no llega a su puesta en marcha en tres años. 

Gasto sin inversión pública es garantía de fracaso. Gasto como sustento de inversión en infraestructura no demandada sería otro fracaso adicional. Así iniciará el año próximo, con estas disyuntivas de aplicación y con la insostenible improvisación que acumula tres años. En suma, tenemos un presupuesto sin propósitos reales.

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