Podemos semblantear la primera de todas las contradicciones de esta transición en turno de gobierno: la pobreza. Este gobierno populista sentó sus bases ideológicas o como pretenda llamarse la promoción de su ideales en la pobreza como principio toral de acción. “Primero los pobres” se convirtió en lema de campaña, cubriendo la nación entera y todo programa de inicio de gobierno. Era la justificación perfecta del momento para señalar desviación de recursos, prebendas desde el poder, concesiones, alianzas con la multicitada “mafia del poder”, enunciando todos los pasos necesarios para disolver las capas protectoras de la infame e injusta acumulación en perjuicio de los desprotegidos.
La justificación acompañaba fórmulas inequívocas en la propuesta del socialismo: revertir el proceso de acumulación para redistribuirlo equitativamente entre los marginados. El socialismo siempre ignorante de las proporciones que guardan los costos de los precios y de los riesgos, las distancias de la producción y los réditos. La fórmula social dictando sentencia sobre un terreno que jamás ha pisado: la producción. Ganancias razonables ha pedido con frecuencia el presidente, en estricta ignorancia de las cadenas de valor, discriminando la excelencia y la competencia en aras de una retribución justa ante el riesgo emprendido.
En esa ruta de traspiés y de simbología vana y absurda hemos trascendido cuatro años y en ese período el modelo redistributivo del presidente, en esa dispersión que tanto le enorgullece, ha sumado casi cuatro millones de nuevos pobres a la falta más elemental que se llama sustento alimentario. Intencional o no, esto obedece a la fórmula más simple en materia de manejo presupuestal que se conoce como un disfraz de cifras. Se destinan sumas cuantiosas, se reduce el esquema de selección, de padrón y se desvía el resto. Esta circunstancia aplica a los programas de dispersión más conocidos como Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro. De inicio, como todo lo enunciado por el presidente, se eliminaba el intermediarismo para evitar corrupción. No obstante, la fórmula actual continúa en los mismos parámetros de mediación pero con la mediación designada desde el poder. El recipiente se convierte en figura abstracta y el desvío subsiste.
De la obra monumental el modelo trabaja en el mismo sentido; tal vez sea obra destinada a no operar jamás para justificar la partida presupuestal y el consecuente desvío. El verdadero problema no es la improvisación que a todas luces emerge, realmente es el destino de recursos de extrema importancia y su opacidad. El gasto público ha sido insuficiente en estos cuatro años, por obvias razones. La deuda ha acumulado 2.4 billones de pesos y hemos mencionado en este espacio que tan solo el servicio de deuda en 2023 será de un billón. Si la contradicción de inicio crea más pobreza cuando su enunciado era combatirla, la segunda gran contradicción es la creación de infraestructura. La infraestructura no existe y tres obras insignia destinadas al fracaso no cubren el propósito de redención original ante la proclama de campaña de despegue en la materia.
La siguiente contradicción y la que pudiera asumir el mayor de los costos en la cadena de fracasos de esta supuesta transformación es la inversión y derivado de ella, la apertura económica. El presidente no asume su responsabilidad ante la escena internacional en tanto no se convierta en la arena que detesta: perder. Entender, después de cuatro años de angustia y de incertidumbre en su proceder que México tiene una correspondencia comercial del 85 % con una sola nación y además socia, desde luego obstruye de alguna manera su plan totalitario para los factores productivos que desconoce, pero lo sitúa en la silla que también detesta: la de la negociación. Lidiar con una tesitura tan obtusa como es su visión de presente en el que asume un futuro imaginario, ha desequilibrado las bases de asociación de ideas con los sectores productivos y con el exterior.
Aún así, la Casa Blanca ha desarrollado un sistema de comunicación que equivale a una supervisión continua, con visitas periódicas de funcionarios de elevada responsabilidad y especialidad y hasta ahora, la escena no presenta alteraciones más allá de las menciones de controversias que en forma inequívoca se dirigen al gobierno mexicano en franca violación de normas signadas. El discurso ha relajado las sentencias condenatorias al esquema neoliberal pero ha conformado un nuevo enemigo a su proyecto en un vocablo que no existía: el conservadurismo. Una cosa es aceptar las imposiciones del gigante del norte y otra rendirse a la plana representativa del supuesto dominio del capital. El presidente acepta terrenos impuestos del exterior, porque para él son totalmente desconocidos, pero todavía no rinde su antagonismo a la supuesta acumulación, que siempre le ha quitado el sueño. Y se lo quita porque no sabe de dónde viene ni cómo se crea.
De contradicciones podríamos ampliar el panorama porque las enunciaciones en materia económica y el concepto de empresa para el presidente no son más que ocurrencias, desde los bancos hasta el gas, pasando por su elemental noción del consumo como dádiva para robustecer mercados internos y la sujeción de variables de costo para detener los precios de una treintena de productos básicos. Ahora lanza, en medio de una inflación de casi dos dígitos, un aumento del salario mínimo sin ninguna base o consideración de los que enfrentan cadenas productivas en rezago. Emerge nuevamente esa sombra con la que no puede: el crecimiento económico. En el discurso se antojaba simple, en la realidad lo aturde.
No debería ser costumbre el dispendio y el derroche, como tampoco debería ser anecdótico el proceso destructor de nuestra economía. Debería ser un frente infranqueable ante las torpezas del régimen y debería ser un proceso interminable de denuncia ante la farsa del bienestar y el eufemismo que cotidianamente reta la razón y la inteligencia. El populismo es devastador por definición. Nuestra economía no debe permitir el tránsito de la indefinición, de la improvisación, de la contradicción y menos aún del eufemismo que suple la responsabilidad de gobierno. De la “Revolución de las Conciencias”, un llamado a la contemplación y la pasividad para que el gobierno haga sin conciencia, ahora pasamos al “humanismo mexicano” para culminar el epíteto de la estulticia de quien gobierna.
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