Esta transición ha acabado con todas las reservas que existían en tan solo dos años. Extinguió fideicomisos, el fondo de contingencias, el de desastres naturales, entre innumerables rubros que alguna vez brindaron protección a mujeres, a comunidades rurales, a pequeños con enfermedades terminales, al campo y por encima de todo este dispendio sin límite, la salud pública.
Ha predominado la obstinación y el capricho. Se ha desechado la razón, el entendimiento y la voz de especialistas. Se ha hecho a un lado la ruta de las naciones ganadoras para arropar tendencias absolutistas y perdedoras en naciones sin futuro, como Bolivia y Venezuela. Se ha instalado un franco desafío al capital, a la empresa y a la creatividad y al talento emprendedor. Las razones pueden ser de simple desafío de las formas, pueden obedecer a una revancha histórica, a un rencor anquilosado en una concepción de rechazo de una sociedad progresista, a una visión cimentada en un pasado alguna vez redentor. Las conjeturas que pudieren resultar de un análisis profundo en campos del comportamiento no alteran los resultados y estos son altamente nocivos a la economía de la nación.
Los números han demostrado el desvío de cantidades importantes a proyectos de los que hoy todavía, a dos años de gestión, se duda de su conclusión y puesta en marcha. La aberración de emprenderlos y la obstinación en sostener su construcción han puesto la cuenta pública en un riesgo sin precedente en la historia moderna del país. Nacieron sin la base que sustenta un proyecto en cuanto a estimación del costo del capital, retorno de la inversión y cálculo de permanencia para reflejar su solvencia. De los tres grandes proyectos no existen estudios confiables ni en monto definido de inversión ni en estudios de especialistas.
Los proyectos de gran envergadura de cualquier gobierno requieren del amparo de su operación; probado en la historia nuestra y de otras naciones ha sido el resultado negativo de empresas creadas desde la concepción de un gobierno para crearlas y operarlas. La razón es muy simple: la capitalización nunca debe descansar en el gasto corriente. Todo concepto de gasto tiene una vida finita. El destino de cualquier inversión tiene una vida útil y rentable. Estos dos conceptos reúnen riesgo y solamente un agente económico está capacitado para asumirlos. Los gobiernos no tienen negocios, en franco rechazo al concepto vertido por el presidente. No existen los negocios públicos por simple ética gubernamental. Los gobiernos jamás deben emprender un riesgo por cuenta de sus ciudadanos.
La función de un gobierno es recaudar renta derivada de agentes productivos y regresar ese ingreso en servicios a la nación. El gobierno es un simple mediador en la función de distribución de recursos. La asunción de riesgo es una desviación clara y absurda en la concepción de gobierno como lo ha hecho esta transición en turno por espacio de dos años y meses. Esta transición que pretende transformar la vida pública del país ha optado por un centralismo perverso y una dispersión, término del presidente, para decidir sobre la dispensa de riqueza de la nación y hacer de la actividad económica una función estática y retardataria.
El desafío a las formas del progreso ha cobrado en crecimiento y en retroceso cualitativo en la visión de la inversión. La calificación de las políticas públicas de esta transición ha mermado la confianza del capital interno al no permitir reposición de planta y equipo y del exterior en donde ha imperado la cautela que previene de capital fresco y recurre a simple reinversión de utilidades. El resultado de esta concepción de gobierno ha provocado un franco retroceso en la actividad económica en su conjunto. La fuga de capitales se ha convertido en una constante en el último año.
La visión equivocada de esta transición ha reunido en lo inmediato, un desequilibrio en la demanda al haber frenado el impulso del abasto en las cadenas de producción y haber permitido la quiebra de un millón de empresas. Este abandono naturalmente altera la oferta de esos agentes retirados de la producción y cobertura de productos y servicios. Esto, a su vez, recibió una alteración más, el gobierno en su afán clientelar, distribuyó recursos sin padrón y provocó una liquidez temporal, que aunada a la liquidez de remesas del exterior han empujado una demanda inusual en la que se ha instalado una tasa de inflación no prevista.
La primera quincena de abril ya reflejó este fenómeno atemporal y arrojó una tasa del 6% para el año en su totalidad. El desequilibrio provocado desde el gobierno, por inacción y acción a la vez, pone en desventaja a la población en la demanda de bienes elásticos y sobre todo en los componentes de la canasta básica. El efecto demoledor de política económica implementado desde el inicio de esta transición, hoy cobra en todos los sentidos, iniciando por la detención de variables dinámicas en la inversión, en la consecución de cadenas de producción y ahora en la tasa inflacionaria. Si sumamos la demolición del ahorro, cifrado en las reservas agotadas, pretextando otro ahorro, el republicano que jamás existió, tenemos un escenario de catástrofe en las finanzas públicas de la nación.
Y ahora, la gran contradicción: este gobierno gusta de gastar, gasta mucho y gasta mal. Quiere recaudar pero rechaza la inversión privada; de ella deriva la renta de la que vive el Estado. Recurre entonces a la deuda; la deuda se utiliza para reforzar compromisos de corto plazo de la petrolera; la empresa ha perdido más de una vez su patrimonio, de manera que el endeudamiento se convierte en una trampa de plazos y vencimientos. La deuda no crea infraestructura, por tanto no aporta al crecimiento. No se interrumpen los programas clientelares pero acortan su rentabilidad y credibilidad. El gobierno pierde terreno y pierde recursos, pierde movilidad financiera y pierde control. El otro esquema es fiscal, pero se gravan las utilidades y se encuentran frenadas por la inversión que frena la transición.
Un dispendio mal orientado de inicio ha provocado una situación con escaso margen de recuperación en lo político y en lo económico. Se privilegió lo primero y se acotó lo segundo. Las dos fases están cercadas; los eufemismos cubrieron su etapa de inicio, como en todo clamor populista, dieron cuenta de arcas de una nación que preveía la contingencia. Esta llegó y los recursos ya no existen. No hay recursos.
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