En el espacio anterior se comentó un cierto despertar a mercados de componentes y no de productos terminados. México despertaba a esa escena después de la Segunda Guerra Mundial; la infraestructura necesaria para reconstruir ciudades enteras abría las puertas para el acero mexicano, entre otras necesidades que la demanda europea precisaba. Tal vez despertar aluda a una composición que gramaticalmente dejaba en pasmo a una nación silente. Desde luego no es el caso, México reaccionaba a la oportunidad. Si el milagro mexicano que daba inicio a una era de crecimiento sostenido no es suficiente explicación, podemos buscarla en un modelo disciplinario de inversión pública y privada y en una invitación al capital sin control accionario si este provenía del exterior.
En esos años se cimentaba la soberanía nacional, vigente desde 1824 y el dato no es menor dado un historial crediticio impecable de una nación desde su independencia. Desde luego, la lección era bipartita; la acción gubernamental dirimía su actuación pasiva en la capitalización y los agentes productivos en su operación y riesgo. En este punto es conveniente aclarar que las decisiones compartidas en el riesgo ya llevaban por anticipado la consecución de mercado por parte del agente productivo. Esto quiere decir que la demanda era si no una garantía, era no obstante, el impulso inicial de la asunción de riesgo y capitalización. En menos palabras, existía un mercado.
Ahora bien, las oportunidades de mercado se significaban en la demanda; si en ese momento existían los valores necesarios en materia de producción en el país, el proyecto tenía viabilidad. Seguía el camino de los costos, los tangibles e intangibles por igual y las contingencias, sin excluir traslados por mar en su gran mayoría y aseguramiento y naturalmente tiempos de entrega. El panorama no era sencillo pero el respaldo del Estado resultaba crucial. Podemos detener este momento en esa historia reciente para entender el significado de contratos significativos con avales gubernamentales, exposiciones de motivos y planes de negocios que incluían un proteccionismo de la época en aranceles y tarifas, amén de inspecciones.
Unos años pasaron en esta rutina del lado de la demanda; en algún punto las cosas tenían que cambiar, la industrialización avanzaba en los años cincuenta y sesenta. Europa retomaba su rumbo productivo. La paz brindaba oportunidades para toda nación atenta a esa demanda que se comenta. Con los ciclos productivos en marcha, la oferta hizo sus primeras apariciones con manufactura terminada en laminado principalmente; inmediatamente la producción automotriz hizo provecho de las economías de escala para la exportación de automóviles. A esta industria le siguió la agrícola con maquinaria novedosa hasta llegar a las de mayor escala, las líneas de producción.
Resulta muy complicado trazar una línea en el proceso de transformación de la demanda a la oferta. Tal vez resulte más sencillo imaginar un equilibrio en ambas para procurar imparcialidad y paralelismo en las vías de la industrialización, especialmente de la Europa occidental y la Unión Americana. Los conflictos bélicos, aislados del orden mundial coadyuvaron al desarrollo de tecnología motriz y derivados. La economía de guerra disfrazaba intenciones no solamente de dominio, de captura de mercados. Funcionó por muchos años, habrá que admitirlo; si existió cierta complicidad del mundo libre por las oportunidades de abasto desde perecederos hasta acero y petróleo, pues el tiempo ha dado cuenta en esa dilución que cubre todo espectro imperial, con tal de conservar la paz mundial en la mayor parte del orbe.
Una gran mayoría de brotes dispersos y conflictos fueron apagados; surgía la preponderancia de las Naciones Unidas y organismos financieros internacionales para ponderar y arbitrar. Las diferencias enmarcaban ventajas regionales y climáticas. Las diferencias raciales se apagaban al término de la década de los años sesenta. La inclusión sentaba oportunidades desiguales pero el trazo no tenía retorno. Los salarios iniciaban conflictos que amparaban sindicatos y regulaciones. La mano de obra acomodaba preferencias e incitaba a la búsqueda en otras fronteras. Daba inicio la transferencia de tecnología y “know How” y en esa búsqueda daba inicio la globalidad que conformaría economías de mercado.
Este primer inicio daba margen a transferencias reales de riqueza, significando esto que la producción terminada, por ejemplo, automóviles, no reunía ningún agregado de valor en el país adquirente. El pago entonces era riqueza transferida al país exportador, sin ningún beneficio para el importador. Era preciso cambiar las reglas, pero ello significaba la movilidad de partes para el ensamble. Entender y adoptar este proceso tomó tiempo; hoy no existe una gran escala de productos terminados en los anales del comercio internacional. Las naciones desde luego, ante la apertura de fronteras, diseñaron bloques comerciales para proteger sus alternativas de competencia. México tomó esta iniciativa en 1994 con las dos potencias del norte.
Desde luego hemos comentado en este espacio un pensamiento que detiene estas premisas de captación de mercados y revierte el pensamiento imperante en la globalidad al asumir prácticas monopólicas y auto-sustentables como fórmula y proyecto de nación en una era en la que naturalmente este pensamiento es improcedente. Esta postura naturalmente enfrenta la marcha de décadas de agentes productivos que han construido mercados internos y externos. El problema no radica en la búsqueda y captura de mercados por los agentes productivos, el problema es la concepción que se crea desde el poder para lidiar con reglas de competencia y con el uso y distribución de recursos de la nación. La incursión en el gasto público que hace las veces de inversión pública trastoca la dinámica y equilibrio del ahorro y la inversión.
Entonces sucede lo contrario a la invitación del capital. La asunción de renglones de gasto público para obra sin demanda invade el desarrollo de infraestructura con demanda. Explicado en términos sencillos, el gobierno agota las posibilidades de producción coordinada con el estímulo de la oferta en la producción para anticipar demanda de bienes y servicios por igual. Esta detención o captura de la posible inversión pública crea un estanco en la producción, la demanda se desboca a los bienes necesarios y surge, por la incipiente oferta, un proceso inflacionario.
Tenemos un gobierno pasivo, un gobierno que contempla un sinfín de inversión no productiva, un gobierno que jamás impulsaría la conquista, creación, descubrimiento de nichos y oportunidades de mercado. Un gobierno que jamás pensaría en labores coordinadas con los sectores productivos. La única salida para este marasmo sexenal sería mercados y más mercados…
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