La responsabilidad del Instituto Central de Moneda es la política monetaria del país, pero si existe alguna frontera entre la opinión de un organismo autónomo y la hacienda pública recaería en la captación, en el ingreso y no en la dispersión del recurso público. En eso centramos la atención de estos días, en los que los organismos financieros internacionales difieren en esencia de las conductas de una transición con tres años de vida. Parecería una circunstancia casual y no lo es; simplemente aduce a una retrospección de un gobierno que simula el beneplácito de una historia interrumpida entre la marginalidad concedida en la historia de mejores años y los que contemplan un advenimiento circunscrito al orden de un mundo inmerso en la globalidad. Si se expresa una contradicción, la hay y si hay lugar también a una interpretación irreverente del orden económico actual, desde luego existe.
México experimenta una regresión en el pensamiento económico; el país enfrenta un derrotero jamás imaginado en la concepción de vida pública. Se han instalado premisas falsas en el ahorro, en la inversión y en el convivio simulado en la cooperación. No es cierta la adopción de políticas de comercio abierto, como tampoco son ciertas las proclamas de mercados e interacción. Si en algún momento se reviven preceptos de libre comercio, simplemente redundan en la compra de tiempo para la búsqueda de fórmulas alternas. Esta transición intenta un juego peligroso de no dependencia, basado en una utópica autosuficiencia de elementos clave de despegue, para nunca depender de mercados de dominancia, según la mira de un nacionalismo orientado a una ideología que ya vio mejores amaneceres.
Cuando de amaneceres hablamos, demos tributo al pensamiento totalizador del siglo XX en sus albores para en seguida suplantarlo por las economías de mercado. Si 1989 fue lección para Oriente, las calificaciones o grados derivados de una derrota al absolutismo no es circunstancia proclive al triunfalismo del capital, pero el voto unánime de la humanidad del progreso, lo es. Sin ninguna duda, los gobiernos con inclinación de concentración y resolución del contrato social, están en vías de extinción. La razón es muy simple: inundan el individualismo.
Obsta, en detrimento de nuestra economía, un pensamiento disperso en el sustento de una pirámide que a la inversa de la concepción de inversión, basa sus expectativas de recuperación en una ilusoria nutriente que llegaría desde la base a recuperar fuerzas de mercado y recomposición del consumo. Nada más alejado de la realidad. En esta falsa concepción, se han centrado dádivas sin una operación eficiente de control y recuperación de aspiración de mejora. El individualismo se diluye en una economía circunscrita a plazos y a un fenómeno que la dispersión elude: el riesgo. En la simple dispersión del recurso, la presencia del riesgo u ocurrencia de la percepción se anula de origen.
Si el individuo no percibe un riesgo en la percepción de ingreso, se crea un vicio de origen y la consecución de esa percepción crea otro vicio y se llama permanencia. La permanencia puede tomar los caminos de la resolución por cuenta del Estado y el abatimiento de metas personales. Diluir la función creativa anula la creatividad emprendedora. Sin la función emprendedora no existen empresas, de modo que la función del capital no encontraría la cuna fértil de la recomposición del capital mismo. Esta aseveración puede sonar como un simple silogismo de repatriación o de una vuelta al origen pero no lo es. Este enunciado, por simple que parezca, es la evolución del capital.
Cuando un gobierno reta, como lo hace esta transición que padecemos, auto llamada transformación, en un intento desesperado por adherir a la historia un apócope de algún significado, lo hace desde un subterfugio basado en una fase interpretativa desde el poder, siendo esto una mera especulación de sustento de familia como aspiración de mejora de vida, pero el gran error es la adopción del sentimiento individual. La aspiración usurpada ha convertido el proceso del sustento en las más elementales prerrogativas en desdén gubernamental iniciando por el campo y la producción agropecuaria.
En esa confusa y abstrusa concepción de la autosuficiencia, los caminos del verdadero refuerzo de la producción se han topado con la obtusa infraestructura que jamás recibió demanda empresarial; en ello, el abandono de fuerzas productivas ha traicionado lo más elemental de la demanda elástica del país en los perecederos, invadiendo el terreno de la oferta en detrimento de una demanda que se nutre con una inflación importada por las necesidades no cubiertas.
La traición a la canasta básica es por demás manifiesta; si la inflación ronda un 6% promedio, la canasta sufre un 11% promedio. De ahí la intervención del Instituto Central para regular un proceso inflacionario creado por la ineficiencia de esta Transición. Con ello, el Costo del Capital se incrementa y naturalmente vendrá un deterioro en la reactivación de la economía. La Tasa del Instituto se encuentra en 4.50%, una tasa que reditúa en la captación de tesorerías y situaciones de corto plazo, pero no en las expectativas de crédito empresarial.
Como se verá en plazos medianos, la intervención del Banco de México al elevar su tasa, no es una medida deseable; es una medida de recomposición de la fallida política pública de esta transición, transición que ignora efectos del gasto público desordenado que enfrenta, amén del diseño erróneo que sustenta en materia de ingreso desde su inicio.
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