Adquirir deuda por encima del potencial generador de ingresos de la nación, dispersar haber público en programas llamados sociales, estructurados bajo un esquema de intermediación que precisamente justificaba reparto directo, para erradicar corrupción y construir tres proyectos insignia dejando de lado situaciones en marcha, no necesariamente podría considerarse como política económica. No obstante, el discurso ha planteado desde finanzas públicas sanas, tipo de cambio estable y reservas internacionales como logros de política de la transición en turno, sabiendo de la autonomía del Instituto Central, Banco de México, como responsable de esta disciplina.
A cuatro años de ejercicio presupuestal, sin infraestructura, sin atención a áreas prioritarias en salud, educación, seguridad, la economía del país carece de rumbo. El modelo populista instalado desde 2018 ha comprado el tiempo necesario para sostener expectativas de aliento a la producción y a la inversión. Lo ha hecho en pausas que aluden a la pandemia y a las circunstancias del orbe. Ha conducido con cierto decoro las visitas del socio del norte y en esa tesitura de intercambio, el presidente –en días pasados- no ha tenido más remedio que admitir el volumen de importaciones y exportaciones con la nación norteamericana.
La admisión mencionada es uno de esos hechos aislados que nutren prensa favorable y un clima de tranquilidad que brindan algunos días en tanto no resalta el eterno tema de confrontación de la visión del capital. Desafortunadamente, el ritmo de avenencia puede ser alterado en minutos, toda vez que el presidente toca temas sueltos en su mañanera y la correlación de hechos, anuncios, desplantes y manifestaciones de estado de ánimo no consiguen una línea estructurada desde el poder. En ese tránsito de expresiones, desde luego podemos observar una idea, ocurrente o no, de su concepción de nación y esta no concuerda con preceptos de orden y equilibrio de intervención gubernamental.
El choque frontal no es nuevo, la concepción de una economía cerrada desde el principio de gestión asomó sus intenciones. Lidiar con esta postura no ha sido sencillo y a pesar de los intentos de ciertas imposiciones de control de algunos conceptos estructurados en organismos autónomos, se han frenado desviaciones auténticas de un autoritarismo sin mesura. Pero los intentos no cesan, tal vez el sexenio termine en tareas que alguna vez marginaron sensatez y conducción de verdaderas políticas públicas. La corrección por ahora es lo que menos preocupa. La preocupación real es el descalabro de la hacienda pública y el legado de tanta irresponsabilidad en el manejo del recurso de la nación.
El mapa nacional no alienta un camino de recomposición en el mediano plazo; la marca del poder aloja trascendencia en estados gobernados por personas inexpertas y descomponen las aspiraciones de una federación centralista y opaca en su actuar. Los programas que diseña el centro, lanzados con enormes carencias en su planeación, diseminan errores de origen, vicios en sus padrones e implementaciones y naturalmente aflora la ineficiencia y la corrupción que ampara estas dispersiones sin sentido u orientación. El efecto multiplicador hace de la dispersión un vicio de concentración y abuso en la intermediación y una fractura en la recepción. Esto ha multiplicado la pobreza.
Tal vez el cálculo sea de la Casa Blanca y del gobierno norteamericano, pero casualmente, a dos años del término de gestión de esta transición en turno, se plantean controversias que en flagrancia sitúan al gobierno mexicano en un banquillo incómodo. Las violaciones al T-MEC por parte del equipo y gabinete mexicano, son de dominio público. No es preciso un esfuerzo de investigación profunda para observar una Comisión Reguladora de Energía muy por encima de su ámbito de influencia para señalar arbitrariedades en despachos confiables de energía. Así las cosas, transcurren preparativos de contundencia en los que México pierde en arbitraje. Se insiste, es curioso observar los tiempos: si las controversias persisten, se instalan paneles; en esos paneles intervienen expertos en todas las áreas de intercambio, acuerdos internacionales y estructura jurídica.
Si de los paneles se derivan sanciones, los tiempos están calculados para que se desencadene una ola de tarifas y aranceles a productos mexicanos que todos los días cruzan la frontera sin problema. Esto toma tiempo desde luego, pero no tanto como para no contemplar tiempos cruciales de campaña del siguiente sexenio. Esta encrucijada no la contempla el presidente mexicano; piensa que se resuelve por la vía política y precisamente esa vía no es la que contempla la Unión Americana. Este conflicto, de presentarse, es estrictamente técnico. El presidente lleva bastante tiempo tratando de adelantar un discurso imposible de sostener porque de inicio no le concierne, como tampoco le concierne introducir la subjetividad que todo populista adopta: valores nacionales.
La Soberanía, como valor nacional, no es un activo en materia comercial porque las reglas no la tocan, no la diluyen y por tanto nunca se ve amenazada. Ese principio no fundamental ha pasado a un segundo término muy peligroso en la posible negociación de un equipo mexicano. Para los norteamericanos una postura radical o dura de línea del gobierno mexicano, como la que se fragua con los cambios de estos días, realmente no alienta un ánimo distinto en las mesas de negociación. Puede provocar un efecto retardatario pero no el final esperado si las cosas no se arreglan desde ahora y desde ahora es claramente energía el tema. Las compras de tiempo en la escena nacional redituaron un tiempo, no se augura un buen final para esta transición, pero la compra de tiempo en el exterior no está en subasta. A cuatro años de distancia, esta supuesta transformación no ha podido y querido tampoco estructurar una política económica congruente. Y ya llegó el primer aviso. En materia económica internacional no hay segundas oportunidades. Se acaba la simulación. No están bien las cosas.
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