La paradoja de la economía mexicana

En economía no existen bienes pasajeros porque la economía apuesta a la continuidad.

29 de marzo, 2022 paradoja de la economía mexicana

En economía las paradojas no resultan tan extrañas como resultaría en ese desafío natural a la lógica, pareciera que una figura de pensamiento que expresa alguna situación se tornara  contraria a la expectativa de ocurrencia. Es cierto que la economía se basa en supuestos y los supuestos aportan una cierta dosis de experiencias pasadas, pero aún así, la economía como ciencia exacta contribuye al pensamiento formativo y nunca pierde su premisa esencial de distribución de recursos. 

Ahora bien, el juicio derivado de la interpretación económica puede ser confiable en la medida que sea compatible con el pensamiento guía de una economía dirigida. Esto puede sonar utópico por ser meramente interpretativo, pero el verdadero sentido de una economía realmente es fundamento y concepción preestablecida. Los orígenes del capital explican presencia y rumbo de usos y capitalizaciones en tanto la mezcla mantenga un equilibrio en un fundamento de origen, agregados de valor para hacer o crear una función productiva y deducir de la rentabilidad la permanencia. Si atendemos este precepto de permanencia, concedemos en forma inmediata validez a una guía económica.

En economía no existen bienes pasajeros porque la economía apuesta a la continuidad; la economía se desenvuelve en la captación y distribución de recursos –siempre- regla incólume, pero las etapas de equilibrio las compensa con rectoría de origen. Mejor explicado sería que la concepción de toda intención económica se instruye para siempre. Las políticas económicas más exitosas se han incorporado a perpetuidad, perfectibles siempre, pero a perpetuidad. 

Las modalidades de desafío a la regla del capital como fundamento de creación de capital, sin abuso de la redundancia, han fracasado por una sencilla razón: se han derivado de la opulencia y la acumulación. De otro modo no existiría terreno de reclamo porque la perseverancia en la supuesta redistribución que clama toda doctrina opuesta al capital, eventualmente agota el punto de origen, creado por el capital y lo diluye en la fórmula proscrita en el reparto. 

En economía la creación de riqueza se llama formación de capital y no puede derivarse de una imagen distorsionada de la producción como esencia compartida por igual; casualmente, esta forma de pensamiento invade la igualdad como prerrogativa de presencia o recuento pero no de aportación –trabajo o mano de obra- como valor agregado, lo interpreta como acción participativa. Aquí surge la primera paradoja que enfrentó la fórmula social como asunción plenaria del esquema que eleva al individuo a la complejidad del pensamiento colectivo. 

La confusión creada por bienes de producción existentes antes de la expresión de colectividades, instó a gobiernos totalitarios a asumir tenencia por operación y desde ese principio se inició el colapso del pensamiento comunitario y social. La sola expresión de bienes mancomunados consolidó el aislamiento de las especializaciones y de las ventajas comparativas. Las naciones bajo el esquema totalizador y central sufrieron el rezago y la marginación global. Las pocas naciones que siguen este atraso, tuvieron en algún momento reservas de algún tipo o la fachada de prosperidad sembrada por patrocinio geográfico señalado por potencias destinadas a la adopción de sistemas mixtos de capitalización o apertura parcial de fronteras. Tal es el caso de Rusia.

Por otro lado, surgían economías emergentes para el resguardo de la fórmula del progreso. Estas economías reconocían su rezago pero admitían la presencia del capital y la presencia de la democracia social que extendía brazos de cooperación a cambio de territorio y otras concesiones que desvirtuaban la simple matriz del valor agregado. Esas imperfecciones distorsionaban la esencia del capitalismo como catapulta de desarrollo. Las ambiciones debían frenarse con fronteras ríspidas o con legislación madura. Los años dieron cuenta del avenimiento con instituciones formales y respetadas. 

No obstante, surgían paradojas en la composición del orbe; Vassily Leontief, alguna vez Premio Nobel de Economía, décadas atrás, mostraba su famosa paradoja para resaltar que las naciones desarrolladas exportaban bienes con menor intensidad de capital que las naciones en desarrollo y en estas a su vez sucedía lo contrario. La intensidad de capital y la intensidad de mano de obra han sido grandes lecciones para asimilar transferencias de tecnología a países anfitriones como aprender de agregados de valor con materia prima o mano de obra. 

Desde luego la apertura de fronteras ha sido la lección más importante para el mundo entero; México tiene una economía abierta desde 1994 y diez años después para su sector agropecuario. Desafortunadamente, padecemos un retroceso de pensamiento y acción en una transición de gobierno que se empeña en un modelo central y regresivo para situar actividades de orden primario en la autosuficiencia. Naturalmente, este pensamiento enfrenta la concepción de agentes productivos en esa visión que ampara competencia, calidad y excelencia. 

Resulta por demás paradójico que llevemos tres años de un discurso triunfalista que confunde metas de orden macroeconómico con una realidad que ahoga toda percepción sana de interpretación libre del actuar de nuestra economía. La concentración del gasto público ha descuidado la marcha institucional de la nación y ha desequilibrado los componentes que hubieran coadyuvado a la inversión pública. Del discurso de inicio tres años atrás al de ahora, se ha endurecido la cerrazón y la obstinación en un modelo de pérdida material y representativa. 

Ahora la paradoja es de simulación, de franco descaro y franco reto a todo concepto que señale la pauta incorrecta del modelo totalitario que acude a la opacidad y al arbitrio. La paradoja abandonó las cifras porque la contundencia de las mismas refleja un fracaso de gestión apabullante; ahora estamos viviendo las vicisitudes de un discurso lastimero y desviado para situar expresiones que paradójicamente niegan todo respaldo a la transición en turno.

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