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Hipótesis explicativas de la oleada nacionalista excluyente pontificada por la demagogia populista: (A) la dualización nacional (nótese que no dijimos dualidad) con la que se instrumentó la mundialización basada en las NTIC no solamente en Hungría, sino también en Polonia, la República Checa y otros más, en todo caso como consecuencia de la dependencia de la trayectoria nacional, por lo menos fechada desde el siglo XIX.
Esta dualización de la economía y la sociedad divide a los perdedores de la internacionalización de sus ganadores (débranchés et branchés en la bibliografía francesa; insiders and outsiders en la inglesa) fomentando en los desenchufados una psicología revanchista totalmente capitalizada por el nacionalismo excluyente pronunciado por la demagogia populista, la cual ignora voluntariamente que siempre y en todo lugar las políticas de revancha social produjeron la perpetuación en el poder de los líderes revanchistas, pero no el bienestar sustentable de la población. (B) En Europa como vanguardia de la integración económica, la crisis iniciada en 2007 afectó a dos componentes complementarios de las estructuras artefactuales nacionales a saber: la democracia liberal y la integración europea. Los nacionalistas magnificaron estas crisis discurseando la democracia iliberal, la cual puede pasar rápidamente de un ejecutivo fuerte gobernando por decretos, a un autoritarismo consensuado en las redes sociales, pero no en elecciones.
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El ascenso del nacionalismo identitario hacia el gobierno de los países del Centro/Este europeo ganó electorado con un discurso populista que demagógicamente exageró el significado de los problemas en los suburbios o del terrorismo islamista en Francia o Alemania quienes, a diferencia de los identitarios, están reconstruyendo poquito a poco sus estructuras artefactuales mediante el nacionalismo cosmopolita como puntal de la integración europea. También son Francia y Alemania quienes encabezan la lucha por la integración europea en contra de los populistas identitarios de la misma región centro/este, los cuales envalentonados por la crisis de los migrantes dramatizan su euroescepticismo, en especial con respecto al Euro sentenciado como el causante de todos los males propios por ser el carnet de asociado al elitista club de los países europeo occidentales.
Si hace algunos años la entrada a la Unión Europea de Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia indicó sendos sentimientos nacionales favorables a la integración económica, el post comunismo y la mundialización fueron procesos históricos convergentes con males públicos como la corrupción, el nepotismo, la reconcentración del ingreso y el mayor nivel de pobreza para una parte de la población, todo lo cual remitió a estas colectividades hacia un desencanto popular internalizado mediante las emociones y los sentimientos populistas . Los países centro este europeo involucionan porque la intolerancia y las creencias irracionales son proporcionales al desencanto popular del poscomunismo.
En los VISEGRAD (República Checa, Polonia, Hungría y Eslovaquia), es incontestable el giro hacia el capitalismo emocional del populismo solamente anunciado por la crisis de los emigrantes. Diversas circunstancias nacionales particularizan a este ascenso populista porque mientras Hungría se encuentra estancada en el desarrollo de la ventaja competitiva nacional, Polonia avanza con paso firme: el rango de competitividad encuestado por el Foro Económico Mundial le otorgó a este último país la posición 60 en un grupo de 104 países durante el año 2004, pero la posición 39 en un grupo de 137 países para el año 2017; y la posición 37 en 2019 para un conjunto de 141 países.
El éxito competitivo de Polonia se basa en la competitividad costo de una mano de obra productiva en todos los niveles de calificaciones. En 2016, el costo de la mano de obra fue 8.6 Euros, mientras que en Alemania registró 33 euros y en Francia 35.6. En 2017, Polonia ocupó 244 mil ingenieros, peritos informáticos, o supervisores de gestión, contra 99 mil en 2013.
Desde su independencia en 1989, instrumentó una industrialización acelerada contando con el concurso de numerosas empresas extranjeras y haciéndose un socio muy activo de Berlín y de París. En 2017, el sector industrial polonés alcanzó el 23% del PIB, mientras que en la anti schumpeteriana Francia solamente llegó a 12.5%. Como dijimos anteriormente y en 2008, probó su capacidad de resiliencia siendo uno de los pocos países europeos que no cayó en la recesión. El PIB per cápita 2017 equivalió al 69% del correspondiente a la Unión Europea, progresando con respecto al 42% que representó el mismo indicador en 1995. Compendiando todos los elementos resumidos en estos párrafos, cabe preguntarse si el liderato competitivo de Alemania en la Europa continental no se equipara a la emergencia competitiva de Polonia merced a una estructura artefactual apta para capturar a las oportunidades históricas de progreso.
Según Jaroslaw Kaczynski, el período postcomunista de Polonia padeció el imposibilismo; vocablo inventado por este Presidente populista quien, como todos sus correligionarios, es muy aficionado a los neologismos redundantes. Imposibilidad de la democracia neoliberal, la cual es objeto del revisionismo histórico basado en los valores tradicionales de la nación que el mismo Kaczynski patrocinó. Según este imprecador, fueron 55 años de fracaso de una democracia neoliberal y pluralista que padeció y padece de una “patología del poscomunismo”, del liberalismo económico “salvaje” y de la “corrupción moral y económica de las élites” (Kaczynski 2018).
El pacto de 1989 entre la oposición democrática y los comunistas habría sido celebrada por líderes de la peor especie que tienen “la traición en los genes” (Ibídem), con lo cual se apela a un integrismo biológico destinado a influir en las creencias racistas de la población. La excitación de estos sentimientos primitivos no propende ninguna “federación de pasiones” como postula románticamente Chantal Mouffe, sino que, por el contrario, alienta a los enfrentamientos venenosos entre las clases y grupos sociales.
Con una fuerte dosis de optimismo, algunos polacos dicen que su economía se equipará a la de Alemania en veinte años. No es necesario plantearse tal meta demasiado ambiciosa, pero si es factible que Polonia capitalice a las oportunidades históricas tal como lo ha hecho en todo el período post comunista.
El plomero polonés ha vuelto a casa porque ya no tiene necesidad de buscar mejores condiciones de vida en el exterior.
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