Trasciende una propuesta de reforma, pero lo curioso es que no deja nada atrás, la no pertenencia simplemente no evoluciona; todo indica que hubo foros de discusión, hubo ponencias, razones, números y disposición de diálogo. No hubo acomodo en los tiempos. Tal vez no existió alguna manera de traslapar el tiempo. El paso implacable del mismo demostró que las cosas en el orden público ocurren cuando el futuro se convierte en un simple factor de descuento para que las decisiones en tiempo presente no se vean precisadas a consultar los anales de un pasado que pudiera llamarse glorioso o emotivo, inspirador o llamativo. Si los hechos pasados formaron, construyeron o dispusieron, tanto da en el hoy que acecha desde una barrera de juicio que somete una simple coyuntura sin pasmo ni arrogancia, lo hace en la certeza de contemplar todas las opciones posibles. En esas no cabía una reforma.
En esos andares la economía no se detiene, no revisa, simplemente sentencia: no le corresponde la evaluación de riesgos, no le corresponde el terreno de las conjeturas. Se alude con frecuencia a la economía como interpretadora de situaciones futuras como si del clima se tratara; se ignora que la economía hace de su doctrina una sola interpretación sin ambages ni solturas. La economía es fundamentalista si concedemos bases firmes a su actuar interpretativo, pero son hechos y no suposiciones lo fundamental de la economía. Si los supuestos alteran un modelo, entonces hablamos de una rama disciplinaria pero la esencia económica siempre subsiste sin la precariedad del error preclaro.
En la gran economía, las rutas de la distribución del recurso desde luego alteran cualquier modelo anticipado de acción económica. Pero entonces nos situamos en otro orden disciplinario también: la política económica. Coincido con algunas corrientes de pensamiento en el sentido de separar de las reglas de la economía la política de un régimen, que no hace más que llevar las riendas de un ejercicio de captación a uno distributivo. Realmente es un ejercicio de mediación de recursos o financiero. Pero mediación a final de cuentas. Aún así, la disciplina económica subsiste en el simple hecho de la distribución.
Todo este escenario resultaría de verdadera rutina si la esencia dogmática de preservación de un modelo no altera la consecución de las dos grandes variables de equilibrio en el ahorro y la inversión. Ahora bien, en tratándose de una reforma de sustancia, como la desechada en la energía, la cosa pública se altera por el simple hecho de alterar un servicio y la percepción de control plenario del mismo. Calificar de regresiva la propuesta sería equivalente a sojuzgar su trascendencia sin reparo en los verdaderos números que expondrían a toda una nación en una generación incierta de un energético crucial en el sostenimiento de toda función productiva.
Desechar todo romanticismo y toda bandera ondeada a los aires del nacionalismo irredento, suscrito por el mismo presidente, no es acción antagónica a un pensar, es prerrogativa de actualidad y de reconocimiento a una globalidad imperante. Resistir a las nociones de invocación de soberanía y estricta tenencia como captura de un bien adquirido es tanto como renunciar a las bondades de una naturaleza que dotó de reservas a unos y privó a otros. La esencia de producción no cambia, simplemente arroja ventajas y comparaciones para intercambiar por necesidades reales. El léxico progresista habla de valores agregados, el léxico retardatario habla de captura. Los agregados transforman, la captura no. Caer en la escena de la posesión por el afán de poseer es la fórmula más anquilosada que rindió a los imperios.
No es preciso revisar la historia para dar cuenta de los afanes de las naciones pequeñas y sus prósperas rendiciones de cuentas y múltiples satisfactores. El juego de enlazar cadenas productivas con fronteras abiertas hizo ese acomodo con todo y mano invisible si abundamos en la etapa romántica del pensamiento económico. Atrás quedaron las etapas de la autosuficiencia que ahogó las capas del crecimiento económico. Es muy difícil explicar en estos tiempos una función totalitaria porque prácticamente no existe. Es muy difícil explicar un proceso democrático sin centralismo. No obstante, es muy sencillo explicar las bondades de apartarse de estos por contradictorio que suene.
Si repasamos nuestro entorno, el mexicano, el que vive el país, no hace falta más que revisar los rendimientos de la función centralista para demostrar el fracaso de una gestión de tres años. Pero el momento nos obliga a concentrar nuestra atención en un solo concepto: la energía. El simple hecho de monopolizar en este siglo ya contraviene todo orden de intercambio posible al reunir toda posibilidad generadora en un solo mercado, el nuestro. Los datos técnicos abundan, como abundan las posibles tarifas y las distintas avenidas de solución quemando o aprovechando las naturales en el viento y el Sol.
Pero también hay números. La deuda de las dos empresas que lidian en este rubro ronda los 133 000 millones de dólares. En teoría son entes productivos; desde luego producen pero lo hacen con gran deficiencia e incompetencia. Nuestra gran distribuidora, eso sí, monopólica, perdió 95 000 millones de pesos en 2021. Podemos continuar en estos renglones para significar más pérdidas, siempre pérdidas, pero perdemos el sentido conceptual de nuestro punto: el futuro. Las empresas no sostienen su presente, por tanto, es imposible concebirlas como rentables en el futuro. El erario y la deuda son sus sostenes actuales, una incongruencia de vida útil para un agente productivo.
Entonces viene la lógica y no la economía a situar el panorama que una reforma propondría para agravar presente y futuro por igual. Las empresas, todas, sin excepción requieren permanecer y para ello requieren de formación de capital propio; en ocasiones reinvierten utilidades, en otras capitalizan sus expansiones y sus mercados, pero todas sin excepción generan utilidades o dejan de existir. Después de la lógica subsiste el principio económico, el que reguarda mejores oportunidades para el sentido correcto de la decisión que ampare la permanencia. Si en el momento que vivimos hubo un choque frontal entre una ideología y una razón de permanencia, prevaleció después de la lógica, el precepto económico como guía indiscutible. Optar por permanecer y no optar por poseer, es la gran diferencia para aspirar a un mejor futuro, sin reformar el presente con esquemas del pasado.
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